Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Utrecht
LA DIÁSPORA EN EUROPA ANTE LAS ELECCIONES TURCAS

Entre el Caudillismo de Erdogan y la fobia europea

La mitad de los más de seis millones de anatolios en el extranjero, sobre todo en Europa, tienen derecho a voto este domingo. En una atmósfera de creciente rechazo al islam, la integración de la hermética comunidad turca sufre los efectos de las fricciones entre el presidente turco y los gobiernos europeos.

En Overvecht, un barrio residencial de Utrecht, la vía del tren delimita dos realidades. Al sureste, en un entorno de casas unifamiliares, neerlandeses de clase media-alta juegan con sus vástagos a la salida del colegio; al noroeste, rodeados de edificios exagerados para un país de casas bajas, marroquíes y turcos venden alimentos frescos durante un caluroso día del ramadán. La lengua, el color de piel o la vestimenta reflejan un contraste al que nadie prestaba atención hasta hace poco. Pero hoy, en pleno auge de la ultraderecha, esas diferencias suponen un problema en Países Bajos.

A sus 64 años, Siddik Tunç lamenta esa desconfianza y busca protección en Erdogan: «Europa maltrata a nuestros musulmanes. Es una lástima, pero al menos nos protege Erdogan». Seiscientos kilómetros al este, en Berlín, ciudad que acoge al 5% de los anatolios residentes en Europa, Famide, de 43 años, tiene la incómoda sensación de sentirse escrutada por culpa del presidente turco: «Nuestros problemas comenzaron con el 11S. Ese ataque nos convirtió en enemigos. Ahora las acciones de Erdogan nos afectan también. Por su culpa, a veces nos miran mal». Sin embargo, continúa, «sobre todo para personas como mis padres, él es el único que parece interesarse por los turcos en Alemania». Este domingo Famide no votará por el presidente. Su familia, al igual que la mayoría de la diáspora, sí.

«La cuarta provincia de Anatolia»

Alrededor de tres millones de anatolios en el extranjero, lo que equivaldría por volumen poblacional a la cuarta provincia de Anatolia, tienen derecho a voto el 24 de junio. En el pasado referéndum presidencialista el 59,1% de los 1,4 millones que ejercieron ese derecho apoyaron al presidente. Existen muchas razones para explicar un respaldo que no ha dejado de crecer con cada cita electoral: el componente piadoso de la primera generación de migrantes, la importancia del islam como valor transnacional, la protección de la comunidad ante el auge de la ultraderecha en Europa o los fallos en las políticas sociales de los estados de acogida. Unos condicionantes que favorecen a Erdogan, quien habilitó las urnas en el extranjero en 2014. La participación creció de un 5% en 2002 al actual 48%.

Siddik Tunç, nacido en Palu, donde también lo hizo Selahattin Demirtas, llegó a Europa en 1988, época en la que no había oportunidades laborales en Anatolia y el conflicto con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) comenzaba a radicalizarse. Treinta años después, este kurdo dirige una panificadora que distribuye alimentos en Países Bajos y Bélgica. Parece un persona feliz y reconoce, como su amigo y cliente Sikti, que no votará este domingo porque no tiene la nacionalidad turca. Pese a ser neerlandés, su conexión con Turquía parece inquebrantable y su credo, el islam, es tan innegociable como su apoyo al presidente. «Erdogan quiere al pueblo. No hace divisiones como Europa. Es nuestro líder porque protege a los musulmanes del mundo. Mire Palestina. ¿Qué hacen Europa y el mundo? Callan mientras matan a nuestros hermanos», recuerda Tunç.

En una época en la que el rechazo al islam crece en Europa, alimentado por los ataques yihadistas, Erdogan ha sabido mostrarse como el protector de los musulmanes en el mundo. Además, los altercados con los gobiernos europeos que en 2017 prohibieron sus encuentros electorales le han ayudado a convencer a sus seguidores del doble estándar europeo con la libertad y el islam. Una percepción que se une a la manida teoría de que Europa apoya el «terrorismo», máxima que Erdogan ha explotado de nuevo cuando el prokurdo HDP obtuvo recientemente el permiso de Colonia para organizar un encuentro, mientras que el Gobierno alemán se lo denegó a Erdogan por estar dentro de los tres meses que preceden a la votación.

En Alemania residen 3 millones de anatolios y en Países Bajos y Austria la cifra ronda el medio millón. Son los feudos transfronterizos de Erdogan, donde en el referéndum obtuvo un respaldo del 63%, 705 y 73%, respectivamente. También, sobre todo últimamente, son los países de mayor fricción política. En Austria, donde tener la doble nacionalidad solo está permitido en casos excepcionales, corren rumores de que algunos de los que votaron podrían sufrir consecuencias graves que llegan hasta la deportación. Además, Viena anunció recientemente el cierre de siete mezquitas y la investigación de decenas de imanes financiados por Turquía que también podrían ser deportados. En Países Bajos, donde las dos primeras fuerzas son de derecha y ultraderecha, cada vez es más complicado para turcos y marroquíes entrar en el país y conseguir la doble nacionalidad. Las relaciones diplomáticas entre Ámsterdam y Ankara están rotas, con rifirrafes políticos que han llevado a Turquía a vetar a Booking y al Parlamento neerlandés a reconocer el genocidio armenio. Unos desencuentros que benefician a las posturas extremas, en este caso a Erdogan y a la ultraderecha, y perjudican a las minorías.

«Si esta tensión se mantiene mucho tiempo tendrá graves consecuencias en las futuras generaciones y en la convivencia. Los líderes comunitarios tienen que entender que a corto plazo abrazar a Erdogan es una buena estrategia, pero que a largo plazo va a hacer sufrir a las minorías y no a holandeses o alemanes», advierte Floris Vermeulen, politólogo de la Universidad de Ámsterdam, quien subraya que «los políticos han descuidado durante mucho tiempo a la comunidad turca, que está muy bien organizada».

Apoyo estatal y privado turco

A diferencia de la comunidad marroquí, que carece de apoyo institucional, los anatolios cuentan con el Estado turco y un reguero de organizaciones privadas de carácter islámico que sirven de nexo entre las familias. Tras su llegada al poder, Erdogan entendió el valor electoral de la diáspora y se sirvió de las estructuras privadas y estatales para politizarla. El Diyanet, el órgano superior religioso, es una de las muchas entidades que fuera de Turquía abarcan parcelas que van más allá de sus límites. Vermeulen, quien subraya la profunda influencia que tiene la coyuntura política de Anatolia en la diáspora, destaca el carácter excluyente de esta política: «Erdogan busca estrechar lazos con seguidores potenciales de la diáspora que enfaticen turquicidad e islam mientras excluye a alevíes, kurdos y gülenistas».

La diáspora y sus distintas fases

Condicionada por las políticas integradoras de cada país, la diáspora ha atravesado diferentes fases. Entre 1960 y 1974, durante crisis del petróleo, más de 650.000 anatolios se establecieron como trabajadores en Alemania y Países Bajos. Ambos necesitaban mano de obra barata y emitieron visados especiales. Pensaban que sería algo tempora y no se llevó a cabo ninguna política integradora, pero a finales de los años 70 comprendieron que no sería así con la llegada de los familiares de esos trabajadores. Luego llegaron sus hijos, nietos y biznietos. En los años 80 y 90, cuando empeoró la situación en Turquía, llegaron nuevos anatolios, algunos por razones laborales, como Tunç, y otros que huían de la represión estatal. Las mentes más brillantes aterrizaron en Canadá y EEUU, mientras que kurdos y turcos de izquierda y credo aleví se establecieron en Suecia y Suiza. También en Bélgica y Alemania, en Berlín y en el oeste del país. Una diáspora que, en el caso de los kurdos, contactó con las redes del PKK en el exilio.

En Países Bajos, desde los años 80 se apostó por un multiculturalismo que terminó en discriminación por errores como la distribución de la vivienda social o la segregación étnica en los colegios. En los años 90, el desempleo entre los nativos y el repunte de criminalidad entre las minorías reactivó la intolerancia. Luego llegaron los atentados yihadistas a comienzos del nuevo siglo, los homicidios del político islamófobo Pim Fortuyn y del cineasta Theo van Gogh, la crisis económica y el auge de la ultraderecha, cuyo discurso ha encontrado su espacio en unos gobiernos europeos que ahora hacen suya la asimilación pura y dura como solución.

Famide, divorciada y madre de tres hijos, aún recuerda los problemas que afrontaron sus familiares cuando llegaron desde la conservadora Erzurum. Esa primera generación mantuvo su cultura y, en muchos casos, no pudo integrarse o aprender la lengua local porque su vida era poco más que trabajar en un ambiente segregado. La segunda generación, la de Famide, creció en un mundo lleno de contrastes: por un lado, la tradición familiar, y, por el otro, la cultura liberal de Alemania. La tercera generación, condicionada por ola islamófoba que recorre Europa, parece desubicada y se siente extranjera en su país de nacimiento. Esos sentimientos de rechazo son, precisamente, el granero de votos para Erdogan.