Beñat ZALDUA
Lisboa
GOBIERNO DE CAMBIO EN EL PAÍS LUSO (II)

La Geringonça, ¿una anécdota o la base de un nuevo futuro?

Equilibrios y cesiones han caracterizado el acuerdo de gobierno en Portugal, donde los socialistas aplicaron propuestas antiausteritarias de la izquierda, que a su vez renunció, de momento, a cuestiones estructurales. El experimento ha funcionado, pero con una base quizá demasiado débil para garantizar su futuro.

El pasado 3 de junio murió, a los 87 años de edad, Frank Carlucci, tenebroso personaje de las cloacas estadounidenses, de las que emergió para llegar a ser secretario de Defensa a finales de los 80. Antes pasó por países como el Congo –estuvo implicado en el asesinato de Patrice Lumumba–, Tanzania –de donde fue expulsado por tratar de tumbar a Julius Nyerere– o Portugal, a donde llegó en 1974 con una misión: reencaminar una revolución de los claveles que amenazaba con implantar el socialismo en el extremo suroeste del continente europeo. Es una de las grandes bestias negras del Partido Comunista Portugués, mientras que algunas figuras cercanas al Partido Socialista lo despidieron prácticamente como a un padre de la democracia. El consenso generado por el golpe que acabó con la dictadura el 25 de abril de 1974 se resquebraja nada más rascar un poco la superficie.

«El foso entre las dos izquierdas en Portugal ha sido siempre muy profundo, han sido dos proyectos antagónicos», explica el historiador de la Universidad de Porto Manuel Loff, a quien pedimos una introducción para situar en su contexto histórico la fórmula de gobierno que, desde noviembre de 2015, tiene como primer ministro al socialista António Costa, que recibe el apoyo parlamentario de los partidos a su izquierda: el Bloco de Esquerda (BE), el Partido Comunista Portugués (PCP) y el Partido ecologista «Los Verdes» (PEV). Una solución inédita, ya que como explica Loff, «cuando el PS ha gobernado en minoría durante los últimos 40 años, siempre lo ha hecho apoyándose en la derecha; nunca en estos años aprobó ni un solo presupuesto con la izquierda».

¿Qué ocurrió entonces en 2015? «La llave es que se dio una situación en la que la derecha ganó pero sin mayoría absoluta, y que por tanto, el PS quedó por detrás del bloque de la derecha. Nunca antes había gobernado sin tener más votos que la derecha, por lo que si los quería, tenía que negociar con los partidos a su izquierda». Es lo que hicieron durante el intenso otoño de 2015, bajo una gran presión social que exigía a los partidos progresistas ponerse de acuerdo y acabar con la austeridad impuesta por la Troika a través del rescate de 2011. Para hacernos un esquema: el PS tiene 86 escaños de un total de 230, mientras que el BE cuenta con 19 y el PCP-PEV (en coalición) tienen 17.

«Había dos opciones: o permitíamos que la derecha siguiese o encontrábamos una solución novedosa». Habla António Filipe, diputado de larga trayectoria en las filas del PCP, de cuyo Comité Central forma parte. En su despacho, situado en una de las vetustas galerías del palacio de Sao Bento, sede de la Asamblea de la República de Portugal, Filipe explica el parto del acuerdo de gobierno, del cual no duda en hacer un balance positivo. «Las diferencias entre nosotros siguen siendo muy grandes, pero el compromiso alcanzado ha tenido muchos aspectos positivos». Coincide, en una sala de reuniones situada prácticamente en el otro extremo del Parlamento, Joana Mortagua, diputada del Bloco, aunque enfría la euforia con la que algunas izquierdas continentales han querido ver la solución de gobierno bautizada por la derecha como Geringonça (artefacto defectuoso hecho para no durar). «La narrativa es que se ha pasado totalmente la página de la austeridad en Portugal; la verdad es que se logró mejorar mucho, pero estamos muy lejos de lo que sería necesario para un proyecto de desarrollo social», asegura.

Filipe y Mortagua relatan con palabras similares que fueron sus partidos los que obligaron al PS –con cuyos representantes intentamos insistentemente, pero en vano, hablar– a adoptar medidas que no contemplaba su programa electoral, así como a descartar algunos puntos que defendió durante la campaña. «Las cosas que han sido mejoradas fueron el resultado de las negociaciones permanentes», explica Mortagua, que enumera toda una serie de medidas implantadas durante la primera mitad de la legislatura: la subida del salario mínimo, de la pensiones, el fin de los recortes en los salarios públicos, el fin de las privatizaciones, etc. «El PS no llevaba todo eso en el programa», subraya Filipe.

El relato de ambos partidos es similar, pero eso no ha hecho que la competición entre ellos haya amainado. Más bien al contrario, como lo demuestra el hecho de que las negociaciones se dan por separado. Es decir, el PS negocia por un lado con el PCP y por otro con el BE, lo que no hace sino reforzar la posición negociadora del Gobierno de Costa.

Las tareas pendientes

Fue un acuerdo de mínimos en el que BE y PCP accedieron a no tocar temas estructurales como la legislación laboral, el euro o la reestructuración de la de deuda, aspectos en los que el PS sigue alineado con las directrices de la Troika. Y aunque ahora hay un conflicto abierto con la recuperación de los salarios de los profesores –a la que el Gobierno se comprometió en los Presupuestos pero a la que ahora pone pegas–, en términos generales, todos han cumplido con su parte del trato. ¿Significa esto que la repetición de la fórmula está garantizada? Ni mucho menos.

Mortagua, por ejemplo, subraya los puntos de mayor fricción durante esta legislatura: la inversión pública y la legislación laboral. «El Partido Socialista quiere seguir siendo el alumno aventajado de Bruselas, y como está obsesionado con el déficit cero, no hay inversión pública para mejorar la deteriorada sanidad pública, la educación, ni tampoco para poner en marcha sectores productivos de la economía». «Solo crecemos con turismo y construcción, y eso no es bueno», añade Mortagua, que lo enlaza con la precariedad laboral y la negativa del PS a reformar la Ley para devolver derechos a los trabajadores. «Todos estos temas los sigue pactando con la derecha», lamenta.

Filipe comparte el diagnóstico: «Los compromisos con Bruselas limitan mucho la inversión pública, y eso hace que no tengamos dinero para afrontar situaciones gravísimas». «Cada uno tiene que asumir la responsabilidad de sus decisiones, y aquí las del PS han sido negativas, ha rechazado todas nuestras propuestas para combatir la precariedad y ha preferido pactarlas con la patronal», señala en referencia a un acuerdo firmado este mismo mes. Bloco y PCP aseguran tener motivos acumulados para desaplaudir al PS, por utilizar una maravillosa palabra en portugués, ese «castellano sin huesos» según Cervantes.

Elecciones a la vista

A partir de setiembre, Portugal entrará en un intenso año electoral con una primera cita en primavera de 2019 –elecciones europeas– y con el punto culminante en los comicios legislativos de octubre. Una carrera que, probablemente, mantendrá congelada la acción de Gobierno, pues los tres principales actores involucrados se hallan ya en plena pugna. ¿Se repetirá la Geringonça? Tanto Filipe como Mortagua se encogen de hombros ante la pregunta. «Dependerá en buena medida de lo que decida el pueblo», advierte de primeras la bloquista.

El diputado comunista, por su parte, marca claramente las prioridades: «Nuestro objetivo es impedir que regrese la derecha o que el PS logre la mayoría absoluta». Cualquiera de estas dos opciones, coinciden ambos, eliminaría la influencia de los partidos de izquierda en el próximo Gobierno. ¿Y qué posibilidades hay de que se dé una de estas circunstancias? La primera está prácticamente descartada. La derecha, cuyo principal partido es el Partido Social Demócrata –que el nombre, reflejo de la hegemonía dominante tras la Revolución, no engañe–, está en mínimos históricos, con una crisis de liderazgo del tamaño de un elefante y con el discurso sepultado después de que la Geringonça echase por tierra las tesis de la austeridad. ¿Y la mayoría absoluta del PS? Difícil, pero no imposible. Los socialistas arrasaron en las municipales de 2017, y Mortagua no duda de que harán campaña pidiendo esa mayoría absoluta. Los números, sin embargo, son tozudos, y no será nada fácil que el PS, que es quien está capitalizando los triunfos al frente del Gobierno, alcance el 42 o 43% de los votos necesarios para tener más de la mitad de los diputados.

La opción más probable es que se repita la aritmética actual, si bien está por ver si Bloco y PCP acompañan al PS en su probable ascenso. «En 2015 hubo circunstancias que obligaron al PS, que se repitan en 2019 dependerá de la fuerza que los partidos a su izquierda tengamos aquí, en el Parlamento», apunta Filipe, en línea con lo que apunta Mortagua: «Hay que ver qué piensa el pueblo, si piensa que el camino es reforzar al PS sabiendo que camina hacia el centro y alejándose del espíritu del acuerdo, o si la respuesta es reforzar a los partidos de izquierda. Ya veremos». La decisión final, en cualquier caso, la tendrá probablemente el PS, en el cual conviven dos corrientes, una más favorable a los acuerdos con la derecha, y otra, más joven, que defiende seguir con la fórmula de la Geringonça.

De nuevo en perspectiva histórica, Manuel Loff, que es de los que piensa que no se repetirá esta fórmula de gobierno, subraya que, aunque acabe, la Geringonça dejará una herencia de vital importancia: «Después de 40 años de bipartidismo apabullante, de hacernos creer que no había alternativa, se ha demostrado que sí la había. Y por ello mismo, que la seguirá habiendo. Cuando una situación aritmética así se repita, sabremos que es posible».