Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevista
FANNY ARDANT
ACTRIZ

«Nuestra capacidad de empatía es una manifestación política»

Nacida en Saumur en 1949, lleva cuatro décadas siendo una de las intérpretes más prestigiosas del cine francés. François Truffaut fue su mentor: a sus órdenes rodó clásicos como «La mujer de al lado» y «Vivamente el domingo». Ha trabajado con cineastas como Resnais, Costa-Gavras, Lelouch, Schlöndorff, Leconte, Antonioni o Ettore Scola. Acaba de estrenar «Lola Pater», donde encarna a un transexual.

Dirigida por Nadir Moknèche, “Lola Pater” narra la relación entre un joven y su padre biológico con el que se reencuentra veinticinco años después de haberles abandonado (a él y a su madre) y tras haberse sometido a una operación de cambio de sexo. Fanny Ardant defiende la complejidad de su personaje sin dejar de ser ella misma. El calor que emana de su trabajo (y de sus palabras) alejan a la actriz de ese aura de diva que tan a menudo se le atribuye.

A propósito de este papel, usted afirmó que más allá de su condición sexual lo que le define es su humanidad. ¿Cómo fue trabajando el personaje?

Cuando leí el guion enseguida me gustó la riqueza que atesoraba el personaje y sobre todo me fascinó que aquello que define su complejidad, es decir, todos los episodios que vivió en el pasado, como su abandono del hogar o su operación de cambio de sexo, apenas se esboza. Eso, que muchos intérpretes asumirían como una oportunidad para intentar llenar los vacíos o las zonas oscuras que pudiera tener el personaje, yo preferí tomármelo como una invitación a no acometer el típico recital de gestos que me llevasen a evidenciar la transexualdiad de Lola. Lo que define su conducta en esta historia es el enfrentamiento que mantiene con su hijo tras años de no verse. Lo que plantea la película es un recorrido emocional y el hecho de que alguien cambie de sexo no modifica su lado afectivo.

Por lo que he leído, usted no es muy amiga de exhaustivos procesos de documentación a la hora de encarar sus personajes y prefiere dejarse llevar por su intuición.

Sí, es algo que me sucede, sobre todo desde que interpreté a Maria Callas a las órdenes de Zeffirelli. Recuerdo que para preparar aquél papel no leí ni una sola biografía del personaje, me limité a escuchar sus discos y a hacerme una idea de su personalidad a través de cómo se expresaba. Entonces me di cuenta de que ese proceso de trabajo podía ser igualmente válido para cualquier otro papel. Cuando me ofrecen un personaje leo muy atentamente el guion y analizo su modo de expresarse, sus réplicas, sus giros.

 

¿Y cómo encajan los directores esa metodología de trabajo?

Pues muy bien porque lo que hago es ponerme enteramente en sus manos. Para la mayoría de directores hacer cine es una labor pragmática y yo estoy de acuerdo. Cuando me convocan para rodar una secuencia yo la interpreto instintivamente y a partir de ahí el director me indica si mi trabajo se ajusta a lo que él quiere o no. Al no acudir al set con una idea muy precisa de mi personaje puedo cambiar de registro fácilmente en el caso de que al director no le convenza mi trabajo. Si llegase al rodaje habiéndome preparado el papel a conciencia y me encontrase con que al director no le convence mi enfoque, ¿qué podría hacer? Lo que define el trabajo de un actor es el momento de lanzarse a la piscina.

¿Definiría «Lola Pater» como un film político?

El hecho de implicarse emocionalmente en el destino de los demás siempre es un acto político y, como tal, yo creo que cualquier obra literaria o cinematográfica puede definirse en esos términos. En “Lola Pater”, el espectador siente un vínculo con mi personaje, se preocupa por aquello que pueda llegar a ocurrirle, desea que le salgan bien las cosas, que se reconcilie con su hijo. En esa comprensión hay una fuerza irracional que tiene que ver con nuestra capacidad de empatía y eso, en sí mismo, es una manifestación política. Lo positivo de contar una historia como esta a través de un personaje transexual es que invitas al espectador a rebelarse contra los tópicos.

Es una película que habla de tolerancia. Hay una frase en la que dice: «Ya que no podemos cambiar las cosas, lo mejor que podemos hacer es cambiar nosotros». ¿Comparte esta idea?

Yo creo que la tolerancia es un concepto bastante ambiguo. A menudo nos parapetamos tras él para no afrontar directamente la resolución de determinadas problemáticas. En esos casos nos contentamos con decir que somos tolerantes ante tal o cual realidad. Pero muchas veces no se trata de tolerar sino de abrir el espíritu y la mente, de reflexionar y, sobre todo, de amar. Aquel que únicamente es capaz de asumir la realidad desde la solidez de sus principios ideológicos siempre se mostrará mucho más débil que quien lo hace desde el amor.

¿Esa capacidad para amar está en la base de su evolución como intérprete?

Sí, quizá de un modo inconsciente, pero al final es lo que me ha ayudado a ir superando etapas. Las alegrías y las penas que uno puede experimentar, al final, son como una suerte de materia prima, como la madera, que tienes que saber trabajarla para obtener un mueble o una talla. A veces tendemos a pensar que nuestra existencia es ridícula y que no hemos conseguido los objetivos deseados, pero lo que tenemos que valorar es lo que hemos hecho por alcanzar dichos objetivos. Lo peor que hay es la amargura y eso es algo que yo siempre he intentado evitar en lo personal, pero también en lo profesional. Una puede interpretar papeles buenos, menos buenos, algunos incluso horribles, pero lo importante es implicarte en lo que haces. En la vida pasa lo mismo. El poder, el dinero, el honor… Eso no son más que estupideces, lo importante es vivir, amar, y encontrar el equilibrio entre los momentos de felicidad y de penuria.

En enero un grupo de intelectuales francesas levantaron la voz contra el clima de puritanismo moral que había traído consigo el caso Weinstein y su respuesta a través del #MeToo. Usted no firmó el manifiesto pero apoyó su contenido.

Lo que hice fue apoyar públicamente a mi compañera y amiga Catherine Deneuve frente a las críticas feroces e injustificadas que tuvo que soportar por firmar aquello. Yo cuando quiero a alguien lo defiendo hasta la muerte incluso si se equivoca, pero además en este caso creo que Catherine y las otras firmantes llevaban razón. Por muy justa que sea una causa o una reivindicación existe un peligro evidente cuando dicha causa se instrumentaliza hasta imponer una línea de pensamiento contra la que no caben los matices. A mí no me gusta actuar al dictado ni soy partidaria de establecer órdenes de conducta. Pienso que hay espacio para todo el mundo y que el debate siempre es sano.