M.I.
LA BRUMA

El apocalipsis parisino tiene forma de neblina desboradada del río Sena

París nunca deja de ser una ciudad elegante, ni tan siquiera en su versión apocalíptica. Por más que los guionistas hayan soñado con un futuro sombrío, al escenificarlo en la ciudad de la luz las imágenes se vuelven poéticas e incluso nostálgicas. Y eso que la bruma del título de bucólica no tiene nada, porque es tan tóxica como para eliminar a dos tercios de la población. Quienes intentan huir de ella han de encaramarse a los tejados y a los pisos más altos, gracias a que se extiende en forma de neblina baja, que diríase desbordada de las aguas del río Sena, aunque en realidad se parece más a la que cubre los valles de los Alpes o la que se puede ver en Sakana desde lo alto del monte Aralar.

Las comparaciones literarias y cinematográficas ya son otro cantar, porque de inmediato han surgido las coincidencias con la novela de Stephen King “The Mist”, llevada a la pantalla grande por Fran Darabont en “La niebla” (2007). Aquí el estelar Romain Duris luchará por sobrevivir y salvar a su familia de la amenaza del extraño fenómeno, ignorando si se trata de una alteración atmosférica por culpa del cambio climático o de una nube contaminante. En su caso particular la situación resulta aún más desesperada si cabe, por cuanto no le basta con ascender por encima del nivel de la cortina de humo, debido a que es padre de una especie de niña burbuja que necesita de un pulmón de acero para respirar. La ciudad se ha quedado sin energía, no hay luz, ni tampoco servicio de agua corriente o de abastecimiento de víveres. Así que no tendrá más remedio que ingeniárselas para aventurarse con medios improvisados en medio de esa espesura que parece tragarse a la gente, con tal de conseguir ayuda para la pequeña que se debate entre la vida y la muerte. El suspense y la tensión están servidos.