Beñat ZALDUA

¿El fin de la distensión?

Dos congresos han dominado la actualidad estatal este fin de semana. PP y PDeCAT. Los resultados de ambos cónclaves marcarán los meses que vienen en lo que al conflicto catalán se refiere. Y más allá. En Madrid, la aznaridad regresa a Génova de la mano de un desacomplejado Casado que amenaza con hacer buenos a Rajoy y Sáenz de Santamaría. En Barcelona, Puigdemont y los consejeros encarcelados se han hecho con el control del PDeCAT, partido que diluirán progresivamente en la Crida Nacional per la República impulsada por el president en el exilio. La nostalgia por los buenos tiempos autonómicos perdió ayer en el Palau de Congresos frente a la aceleración histórica que requiere mantener el pulso con España.

Se diría, visto el resultado del congreso del PP, que ha sido un buen fin de semana para el PSOE, a quien Casado deja libre el espacio del centro. Pero cuidado con creer que ese «centro político» es un eje inamovible respecto al cual los partidos se van acercando o alejando. No. Ese centro se mueve en la dirección en la que se mueve el discurso hegemónico, y la previsible pugna que Casado y Rivera («La guerra de los clones» la llamó acertadamente Xavi Doménech) retomarán una vez el PP se recomponga –veremos qué pasa con los derrotados este fin de semana– amenaza con llevar ese centro todavía más a la derecha. El PSOE podrá ocuparlo igualmente, pero con el precio de adoptar el discurso necesario para ello.

La caída de Marta Pascal, por otra parte, es una muy mala noticia para Pedro Sánchez. La hasta ahora coordinadora general del PDeCAT fue una de las grandes muñidoras del voto favorable de los diputados del partido a la moción de censura, ante las reservas de Puigdemont y de Junts per Catalunya. La moción aprobada el sábado es elocuente: adiós a los pactos en Madrid mientras las cosas no cambien en Catalunya. Sin sus ocho diputados –habrá que seguir muy atentamente también qué ocurre en ese grupo parlamentario, afín a la derrotada Pascal–, Sánchez pierde la mayoría que lo llevó a la Moncloa. La tregua generalizada que ha imperado desde que fue investido presidente podrá alargarse, por inercia estival, durante el mes de agosto, pero difícilmente sobrevivirá a un otoño en el que las conmemoraciones del 1-O y la cercanía del juicio a los dirigentes encarcelados volverán a elevar la temperatura.