Carlos GIL
Analista cultural

Pobreza intelectual

Hay conceptos que a día de hoy suenan entre pedante y descalificado. Todo lo que tenga relación con lo intelectual viene cargado de una connotación elitista o desfasada, como si fuera cosa de la antigüedad, no un componente esencial en nuestro PIB social y cultural.

Se ha empobrecido tanto el concepto que acabamos viendo acciones institucionales que se escapan de cualquier noción del uso de la memoria, la acumulación de ideas como lugar propicio para el crecimiento individual o social, el usufructo del patrimonio cultural mayor como una de las posibilidades de sentirse un ser humano completo, un ser social eficaz, un cómplice del avance de la Humanidad fuera de lo tosco y contable. 

Todo aquello que no hace tanto significaba ascensión, forma de identificarse fuera de modas, credos circunstanciales y entretenimientos alienantes ha sido arrumbado, se practica una inconsciencia enciclopédica que nos induce a las cuentas y no a las sensaciones, unos formatos y diseños de consumo, consiguiendo sin remedio que su falta de políticas culturales que busquen algo más que el ocio o el turismo nos conduzcan hacia la pobreza intelectual.

Uno de los desiertos que aumentan de manera imparable y que van comiéndose todos los brotes de esperanza, de alivio, de consagración de una sociedad mucho más culta, es decir mucho más feliz, más creativa, más preocupada por lo fundamental e importante y no por lo circunstancial elevado a categoría de señuelo mediático alienante e inustancial.