Miguel FERNÁNDEZ
ESPIRAL REPRESIVA EN LAS UNIVERSIDADES TURCAS

EL MIEDO TRATA DE SILENCIAR EL PENSAMIENTO CRÍTICO EN LA UNIVERSIDAD

LA DECIDIDA APUESTA DEL PARTIDO JUSTICIA Y DESARROLLO (AKP) POR ELIMINAR A LAS VOCES CRÍTICAS TIENE EN LA UNIVERSIDAD, UNO DE LOS SECTORES SOCIALES MÁS SUBVERSIVOS EN LA HISTORIA DE LA REPÚBLICA, UN OBJETIVO PRIORITARIO DE UNA PURGA QUE PERSIGUE ELIMINAR EL PENSAMIENTO CRÍTICO EN TURQUÍA.

Okan, estudiante de la Universidad Técnica de Medio Oriente (ODTÜ), siempre se ha considerado como un revolucionario de izquierda, concretamente un comunista trotskista. Así se sigue definiendo, recordando batallas de hace un lustro, aunque ahora agacha la cabeza cuando reconoce que ya no recorre calles ni universidades para protestar contra las injusticias de la «Nueva Turquía» de Recep Tayyip Erdogan. Afirma temer los procesos legales abiertos contra él que esperan veredicto.

El primero, por enfrentarse a dos policías que hostigaban a una señora durante una manifestación de 2015 por la muerte de Berkin Elvan, joven fallecido en las protestas de Gezi, podría arrojar una condena máxima de 6 meses de cárcel.

El segundo, dice más preocupado, por tirar un bote de pintura contra la sede de un organismo educativo oficial, podría mandarle directamente a prisión. «Me acusan de dañar el espacio público, pero si el juez entiende que mi objetivo era dañar a la sociedad, que es lo que podrían pedir los fiscales, me podrían condenar a más de dos años de prisión. En condiciones normales no pasaría nada, pero hoy es imposible confiar en la justicia».

El Estado turco gestiona el miedo a la «muerte civil» para controlar a las voces críticas. Entre ellas están las de los universitarios, temerosos de perder opciones de ascenso en un entorno laboral en el que el 30% de los licenciados son desempleados.

La protesta, pierde músculo

Además, aquellos que quieren ser funcionarios, que son muchos debido a la escasa confianza que genera el sector privado, no pueden ver su expediente manchado por enfrentarse al Gobierno. Esa congoja, propia también del resto de la sociedad opositora, se siente en ODTÜ, una de las universidades con mayor tradición subversiva de Turquía: las protestas, que siguen existiendo, como el pasado mayo por el colectivo LGTBI, han perdido músculo a medida que aumentaba la represión del Gobierno. Así, este año apenas hubo personas en una manifestación para salvar uno de los bosques de ODTÜ, eliminado para la construcción de una carretera. «En 2013, cuando comenzaron a hacer la carretera, estuvimos protestando cientos de personas durante tres meses. Ahora la gente tiene miedo», insiste Okan, cuyo nombre es ficticio para proteger su identidad.

Ismail Ari, estudiante de Periodismo en la Universidad de Gazi, no tiene causas legales abiertas. A diferencia de Okan, puede continuar manifestando su rechazo al Gobierno. La última vez que lo hizo fue la pasada primavera cuando, junto a centenares de estudiantes y profesores de Ankara y Estambul, protestó por la polémica medida de dividir una decena de universidades para crear 20 nuevas. Entre las afectadas se encuentran las prestigiosas Universidad de Gazi y la Universidad de Estambul, fundadas en 1926 y 1453, respectivamente. 5.000 académicos pidieron recapacitar al Gobierno. Hubo incluso dimisiones. Pero Erdogan no escuchó: el Parlamento aprobó la propuesta alegando que una reducción en el número de estudiantes, para lo que es necesaria tal división, mejorará la calidad de la enseñanza.

«Nuestra universidad tiene una marca que quieren desprestigiar para crear la Universidad Haci Bayram, cuyo nombre representa a la religión», se queja Ari, en conversación vía Skype, para quien «Erdogan busca controlar las universidades».

En Turquía, jóvenes como Ari demuestran que se puede retar a un Gobierno cada día más autoritario. Pero eso no quita que haya que ser cauteloso. El valor tiene un límite, líneas rojas como son el conflicto kurdo o el propio Erdogan. Temáticas prohibidas que intimidan al propio Ari.

«Es fácil salir en una causa como la división de las universidades, pero puedes acabar en la cárcel si vas contra Erdogan», apunta. Esto fue precisamente lo que le ocurrió a parte de los estudiantes de la Universidad Bogazici que protestaron pacíficamente el 19 de marzo contra una celebración en su campus a favor de la ofensiva turca en Afrin, el cantón kurdo en Siria. El 22 de marzo la Policía actuó, detuvo a 24 estudiantes, cifra que luego se elevaría por encima de los 30, y Erdogan reclamó la retirada de su derecho a estudiar por ser unos «jóvenes terroristas». Durante varios meses, 14 de ellos estuvieron detenidos a la espera de juicio acusados de hacer «propaganda terrorista».

A principios de julio cuatro estudiantes fueron arrestados por portar una pancarta en la que se caricaturizaba a Erdogan durante una ceremonia de graduación en ODTÜ. Pese a que su supuesto delito es insultar al presidente, aún continúan durmiendo entre rejas. Un severo castigo que anticipa la forma en la que Erdogan actuará con las voces disidentes tras su reelección hasta 2023.

«Muerte civil»

A lo largo de la República, las universidades han sido caladero de movimientos sociales subversivos y, como parte de la contraofensiva estatal, de grupos islamistas y nacionalistas que servían de punta de lanza contra el comunismo. Los enfrentamientos en las ciudades anatolias de las décadas de los 60 y 70 tuvieron su propia representación en las universidades, de donde brotaron líderes que han cuestionado la autoridad de Ankara. Uno de ellos fue el propio Abdullah Öcalan. En 2018, alejados de esas décadas dominadas por la lucha entre comunistas y panturcos, Ari alerta del reforzamiento de movimientos radicales cercanos a las bases del Gobierno: «Mi universidad está llena de nacionalistas turcos. Ellos no dicen que el Estado asesina o es injusto. Al contrario, son utilizados para enfrentarse a nosotros e intimidarnos».

Okan, por su parte, añade que «las organizaciones estudiantiles, los sindicatos y los partidos opositores están bajo tal presión que no pueden canalizar el descontento social». La educación se ha convertido en uno de los termómetros más representativos de la represión que vive Turquía. En 2016 comenzó una purga de profesores que firmaron una petición para resolver a través del diálogo el conflicto en Kurdistán Norte. En paralelo se iban cerrando los centros escolares cercanos al clérigo Fethullah Gülen, quien expandió su poder en el mundo a través escuelas y universidades.

Tras la fallido golpe de Estado de ese mismo año, del que se culpabilizó a Gülen, el ámbito educativo se convirtió en un objetivo prioritario del Gobierno, que cerró una decena de universidades, despidió a miles de profesores y entregó a la Presidencia la potestad de elegir a los rectores. En un ejemplo extremo de los efectos de la purga, determinados departamentos de la Universidad de Ankara tienen hoy una actividad meramente testimonial.

Ante esta coyuntura, muchos profesores han huido del país o no quieren regresar por temor a ser detenidos. Los purgados que resisten en Anatolia, que son la gran mayoría, han sido eliminados de la vida pública y apenas tienen opciones de acceder a los trabajos del sector privado. Están marcados en lo que llaman «muerte civil».

Halil Ibrahim Yenigün, profesor despedido firmante de la petición por la paz en Kurdistán Norte, explica su situación: «Aun habiendo discusión para decidir la mejor estrategia para sobrevivir, es una decisión personal. Algunos compañeros querían irse al extranjero para obtener las posiciones de académicos en peligro. Otros decidieron quedarse y salirse del mundo académico. Otros están separados de sus cónyuges después de que los decretos evitaran que pudieran cruzar la frontera (retiran el pasaporte). Yo supe que era inútil buscar otro trabajo y antes ya me había decidido a postularme para puestos en el extranjero».

En mayo de 2018, HRW alertó de que la espiral represiva está desembocando en autocensura y una preocupante erosión en la libertad académica.

Su director en Europa y Asia Central, Hugh Williamson, así se expresó: «La ofensiva del Gobierno turco que tiene como objetivo a los académicos está dañando sus universidades. Los académicos y estudiantes tienen que ser libres para expresar, enseñar e investigar en causas críticas sin arriesgarse a ser apartados o encarcelados». Por desgracia, estas figuras son incluso investigadas por esos grupos cercanos al Gobierno que hostigan a las voces opositoras en las universidades y crean la sensación de omnipresencia de Erdogan. Un camino que, para Yenigün, experto en la Universidad Stanford, persigue erradicar el pensamiento crítico:

«No es la primera vez que las purgas ocurren en Turquía. Suelen producirse con la consolidación del poder político o con los regímenes de tipo golpista. El AKP quiere dominar la producción y diseminación del conocimiento porque se preocupa por lo que pensarán las futuras generaciones».

En su lucha para evitar ese control absoluto del presidente, universitarios y profesores buscan soluciones. De momento, condicionados por el temor, no las encuentran. Aunque Ari, al igual que otros jóvenes, aún tiene esperanza. «Siempre una pequeña cosa puede explotar, como sucedió en Gezi», recuerda sobre esas semanas de movilizaciones que en 2013 hicieron tambalearse al mismísimo Erdogan.