Beñat ZALDUA
PRIMER ANIVERSARIO DEL 17A

HOMENAJE AL ESPERPENTO EN BARCELONA

LA POLITIZACIÓN DEL ACTO DE HOMENAJE A LAS VÍCTIMAS DEL 17A ESTABA SERVIDA CON LA PRESENCIA DE FELIPE DE BORBÓN. NO ESTABA PREVISTO, SIN EMBARGO, QUE LA COMPARSA QUE TRAJO CONSIGO HICIESE EL RIDÍCULO QUE HIZO. UN ESPERPENTO AL QUE LA CIUDAD RESPONDIÓ DANDO LA ESPALDA AL ACTO OFICIAL Y CENTRANDO EL HOMENAJE POPULAR EN LA RAMBLA.

«No preguntes por quién doblan las campanas, porque doblan por ti». Los versos de John Donne resonaron ayer en los siete idiomas de las víctimas mortales de los ataques del 17 de agosto de 2017, en el único resquicio de dignidad que se coló en el acto central del primer aniversario, en plaza Catalunya. El breve acto encima del escenario fue impecable, con siete jóvenes, varios músicos y la periodista Gemma Nierga –que se llevó los primeros gritos por la osadía de hablar en catalán– protagonizando el acto ante la primera fila formada por los familiares de las víctimas.

El circo, con su zoológico particular, estaba detrás, en la comparsa que desembarcó para asegurarse de que este año Felipe de Borbón no salía abucheado de Barcelona, a diferencia del año pasado. Para ello, los Mossos y la seguridad de la Casa Real blindaron la plaza desde primera hora de la mañana, controlando los accesos, dejando entrar banderas españolas de todos los tamaños y requisando los carteles de la ANC, alguno de los cuales contenía también un mensaje tan poco acertado como «Desmontar una celula terrorista tiene un precio: prisión y represión», en referencia al mayor de los mossos, Josep Lluís Trapero, y el conseller de Interior, Joaquim Forn, destituidos los dos y encarcelado el segundo tras los hechos de octubre.

El mensaje es más que cuestionable, pero si algunos unionistas pudieron dar la nota, no se entiende porque a algunos independentistas se les negó la posibilidad. Hacer el ridículo debería ser un derecho universal. Por la tarde, los Mossos confirmaron a Rac1 que requisaron los carteles por petición expresa de la Casa Real.

Homenaje al 3-O

La palma, en cualquier caso, se la llevó un grupo llamado Unión Monárquica, que se plantó en el extremo superior de la Rambla con un puesto vendiendo sombreros con la bandera española. Aquello se acercaba más a un homenaje al agresivo discurso del Rey contra Catalunya del 3 de octubre que una conmemoración de los atentados. Muchos de ellos llevaban algo parecido a una acreditación en la que se podía leer «Servicio de orden del 17A», y coparon las entradas a la plaza Catalunya, provocando algún momento de tensión con gente que les increpaba su actitud, sin que los Mossos ni nadie les dijese nada.

Fue este grupo el que dio la nota a la llegada de Felipe de Borbón a la plaza, gritando vivas al Rey y a España pese a las peticiones de silencio por parte de la mayoría de los presentes y de la propia organización. El president de la Generalitat, Quim Torra, apenas pudo disimular la incomodidad por una situación de la cual solo pudo desquitarse al presentar a Laura Masvidal –pareja del preso Joaquim Forn– a Felipe de Borbón y el resto de autoridades, incluyendo el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, que no fue capaz de aguantarle la mirada. Sí lo hizo, sin inmutarse, el monarca, al que Masvidal recordó: «No soy yo quien debería estar aquí».

Los sombreros de marras fueron también protagonistas en el intento de entrar al edificio que albergaba una gran pancarta con la imagen de Felipe de Borbón puesto del revés y el recordatorio de que no es bienvenido a los Països Catalans. Los mossos –que de madrugada habían intentado también retirar la pancarta hasta que alguien les ordenó desistir– les cerraron el pasó mientras desde un megáfono un exaltado no dudaba en culpar a los mossos de los ataques del 17A. La escena fue digna de cualquier 12 de octubre. A escasos metros, una mujer defendía con el sombrero de cinta rojigualda, y sin pestañear, que el de ayer no era día para banderas. Nacionalismo banal es un término que empieza a quedarse corto.

La Rambla, protagonista

El bochornoso espectáculo de plaza Catalunya, al que en realidad acudieron algunas decenas de personas con cuentagotas, quedó compensado por el homenaje popular y espontáneo que a lo largo del día tuvo como epicentro el centro de la Rambla. Concretamente, el mosaico de Joan Miró en el que se detuvo la furgoneta conducida por Younes Abouyaaqoub hace exactamente un año. Fue allí donde, a lo largo de toda la jornada, empezando por la ofrenda floral de los familiares de las víctimas, se vivieron los momentos más emotivos, donde vecinos y trabajadores del centro de la ciudad rindieron un homenaje con menos pompa y mayor dignidad, convirtiendo de nuevo el ecuador de la céntrica vía en una inmensa ofrenda floral.

Hasta allí llegó también la marcha convocada por los Comités de Defensa de la República (CDR) desde el extremo inferior de la Rambla. Una marcha que quiso solidarizarse con las víctimas de los ataques, al tiempo que criticaba la presencia del Rey, recordándole en numerosos carteles que «quien quiere la paz no trafica con armas».

La jornada de conmemoraciones concluyó frente a la cárcel de Lledoners, donde la ANC y Òmnium Cultural homenajearon el papel de los principales representantes institucionales del 17A, con Josep Lluís Trapero y Joaquim Forn al frente. Ambos habían pedido quedar fuera de cualquier reivindicación durante la jornada de ayer, pero fue la fórmula, también discutible, que las entidades acabaron encontrando para no confrontar con un unionismo que ayer se desplegó sin complejos.

Si John Donne ha servido para abrir esta crónica, bien puede servir para cerrarla: «¿Y quién entiende? Yo no, porque si lo hiciera lo perdonaría todo».