Raimundo Fitero
DE REOJO

Motores

El diésel está a punto de quedar proscrito. Por mucho que intento acercarme al asunto, acabo siempre en una rotonda dando vueltas. Acabo de leer unas declaraciones de Josu Jon Imaz en la que asegura que la prohibición del diésel va a ser contraproducente y que va a contribuir a aumentar el cambio climático. Este alto cargo de Repsol  no da muchas razones. Se trata de llevar la confusión hasta el ataque de nervios colectivo.

Se ha visto en los anuncios televisivos que se liquidaban varios modelos de coches en los concesionarios porque desde el día uno de este mes, hay una nueva normativa. Se habla de implementar un impuesto al diésel, lo que ha provocado una reacción, de momento un poco sorda, de los trabajadores de la ruta que son los grandes consumidores de este carburante. Hay tensiones provocadas desde los partidos agonistas con sus líderes más afeitados.

Pero la cosa puede tener consecuencias algo más preocupantes. En Landaben, llevan varias líneas de producción paradas unos días porque no les llegan los nuevos motores. Estamos hablando de Volkswagen, la marca que fue descubierta haciendo trampa en sus mediciones y seguramente tendrá algo que ver con la urgencia de la aplicación de las nuevas disposiciones europeas. En Mercedes Benz de Gasteiz, pasa otro tanto, los motores que tenían no sirven, y deben fabricarse los nuevos con unos dispositivos menos contaminantes. Los que aquí no sirvan se mandarán a otros países con reglamentación más laxa.

Se habla de una fecha sobre la década de dos mil veinte, donde se acabe la circulación de estos autos propulsados por motores diésel. ¿Los sustituirán por eléctricos, solares, a pedales o a gasolina pura y dura? ¿Qué hacemos con los camiones, autobuses y demás transportes públicos? Aquí se ve un gran negocio en ciernes.