EDITORIALA
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Sobre la falta de clase de la clase política, las alianzas y la mala educación

Hay políticos a los que, si pudiesen, no los aceptarían ni en sus partidos. No es que sean desleales, ni siquiera críticos, por lo que no hay razón objetiva para mandarlos. Tampoco son especialmente inteligentes, por lo que no llegan a ser peligrosos. Pueden incluso ser voluntariosos si no son malas personas, o útiles si son maliciosos. El general, tienen una extraña mezcla de arrogancia e ineptitud, y dan muy mala imagen. Repelen a propios y extraños.

Por eso, a menudo se les reservan extrañas e imposibles misiones, se les soporta y sobrelleva, y se espera a que se retiren. Lo cual no es fácil, porque la visión que de sí mismos tienen y la que el resto tiene de ellos es muy dispar. En partidos en decadencia suelen ser mediocres que han escalado por falta de competencia. En otros –más estables– son rentistas y parasitarios, personas que en su momento ostentaron cierto poder o prestigio y cuyo ego no desea jubilarse. Su influencia en la política es nefasta porque rebajan el nivel del debate público y generan mal ambiente. Entre los suyos porque los dejan constantemente en evidencia y entre los adversarios porque, además de pesado, intentar confrontar o acordar con ellos y ellas resulta frustrante.

Impresentables e irresponsables

En un momento en el que en Nafarroa algunos especulan con que el PNV, y quizás Geroa Bai, desearía atraer al PSN al gobierno tras las elecciones de primavera –aun a costa de otras fuerzas y de que el cambio se ralentice–, el insulto de Maite Esporrín contra Joseba Asiron, llamándole «machista», ha mostrado la cara más penosa de la política. Porque es mentira y porque Esporrín y su partido lo saben perfectamente. La respuesta del alcalde, serena y contundente, ha puesto las cosas en su sitio y ha frenado la tentación de banalizar un tema tan importante por intereses partidistas. Como efecto colateral, quienes pensaban en un cambio de aliados habrán proyectado qué supondría gobernar con esta gente, con personas con semejante falta de valores. Otra cosa es que les salga a cuenta, pero no es fácil explicarlo.

Es cierto que en otros consistorios, donde el PNV gobierna con el PSE, ya se dan alianzas que implican parejas políticas un tanto estrambóticas. El caso de Donostia puede que sea el más llamativo. No obstante, también ocurre en sentido contrario. Esta semana el Gobierno foral de Gipuzkoa ha puesto a Denis Itxaso, del PSE, a mandar un mensaje de cordura sobre el Alarde de Hondarribi. Itxaso invitaba a respetar a Jaizkibel y al desfile igualitario, evitando los malditos plásticos negros. Sin embargo, ayer el ambiente en Hondarribia fue incluso más virulento y crispado que en años anteriores. Seguramente tiene que ver con que las fuerzas reaccionarias, a las que el PNV ha aupado y permitido todo hasta ahora, son conscientes de que su guerra contra la libertad y por la discriminación está condenada al fracaso; que es cuestión de tiempo. Por eso el PNV también ha cambiado levemente de postura, enviando representantes al Alarde igualitario tanto en Hondarribia como en Irun. Pero eso no evita que sean responsables de las vergonzosas escenas que se vivieron ayer. Igual de responsable es el PSE de lo que ocurre en Irun, claro está. Hay actitudes y personas que, realmente, los partidos no deberían aceptar.

Esta es una batalla ganada para el feminismo, y lo saben, pero no están dispuestos a rendirse y quieren alargar el sufrimiento neciamente.

El lobo disfrazado de payaso

Otra muestra de mala educación política es la designación de Jaime Ignacio Del Burgo por parte del PP para la comisión de expertos que redactará el texto articulado del nuevo estatus en la CAV. El guardián de la partición de los territorios vascos, un derechista ultracatólico, vascófobo y españolista recalcitrante, un polemista y demagogo, ha sido postulado para vigilar el «desarrollo del autogobierno». Se trata de una provocación o de una gamberrada, y en el fondo una muestra más de debilidad por parte de un partido que si no fuese por lo que le conceden otros sería auténticamente marginal aquí. Con derecho a veto, si se les permite, pero residual.

La provocación puede ser parte de la política, pero suele serlo más de la parte contracultural que de los partidos de orden. A estos les suele resultar insoportable. Más de una vez hemos visto, por ejemplo, al lehendakari Urkullu profundamente contrariado ante alguna acción o maniobra de este tipo. Las considera una burla a las instituciones que él representa.

Debe ser difícil acordar con quien no te toma en serio.