RAFAEL DEL PILAR ZUFIA

El código castrense para Franco

La Beire natal de nuestra familia materna era hasta 1929 un feudo controlado por caciques explotadores anclados en la Navarra más rupestre, profunda y nula en derechos sociales, donde el campesinado, moneda de cambio en aquel caótico y esclavizante agro, malvivía condenado a una vida mezquina y sin futuro.

Las inquietudes sociales y políticas de nuestro tío Dionisio Zufía (1906-1936) le llevaron a participar activamente en las revueltas campesinas originadas por el tema de las corralizas (1931), y en la elaboración de los estatutos de Reforma Agraria y Política Nacional Vasca.

Fichado por la derechona navarrera reaccionaria, semillero de comisarios y delatores políticos, el 6 de agosto de 1936 fue asesinado en Peralta por una partida de matones del requeté. Sus restos duermen la eternidad en alguna fosa olvidada.

La pequeña Beire perdió otros 11 vecinos, víctimas de la intolerancia y revanchismo fascista.

Han pasado muchos años, lo que no impide que ante el dedo acusador de la Memoria Histórica, la fachenda ibérica aliada de Franco se revuelva desafiante, excusando su complicidad y responsabilidades en la criminal sarracina de la guerra civil y en la posguerra.

«Franco no merece respeto ni desagravio alguno», reza una nota elaborada por personas afines al estamento militar, publicada en GARA. Comparto plenamente dicha opinión. ¿Olvido y desprecio para las víctimas de las atrocidades franquistas, y pompas, dignidad y respeto para el criminal de guerra Franco? En esta España cuna de sorpresivos «milagros», gobernada por cabestros de barba y mollera cerrada, no sería raro que nombraran «santo» al invicto y cristianísimo Caudillo.

Si el PSOE fuese un auténtico y verdadero partido de izquierdas, ético y audaz, depuraría sin demora responsabilidades heredadas de anteriores legislaturas franquistas, reconocería los derechos históricos de Euskal Herria y Catalunya a formalizar su independencia, etc. Y sin ningún temor a los rebuznos de la ultra fachenda nacional, entre otras obligaciones, desmitificaría del mapa histórico la aureola de héroe nacional atribuida al dictador ferrolano por la camarilla de pelotas, déspotas y advenedizos con jeta de hormigón armado que engordaron a la mesa del Régimen.

Exhumados los huesos de Franco, sería de justicia aplicarle el código castrense que sus sicarios y matarifes de la retaguardia, a las órdenes de Mola, utilizaron en Navarra en cobardes razzias sobre indefensos ciudadanos.

Es decir, detención, juicio sumarísimo (generalmente inexistente), ejecución (obviamente simbólica), y enterramiento sin honores, en una fosa común. En cierto modo, el país entero se vería libre del influjo corrupto y maligno de un lastre fuera de tiempo, condenado al infierno.