M.I.
UNA CASA, LA FAMILIA Y UN MILAGRO

No es nada fácil devolver una herencia tal como fue recibida

S iempre que se estrena una comedia italiana es obligado echar unas lagrimitas por la época dorada del género que ya no volverá, pero es tiempo perdido y no sirve de nada lamentarse. La clave del declive se encuentra en que se ha perdido el costumbrismo por culpa de la globalización, siendo sustituido por un humor localista que explota burdamente los tópicos al gusto televisivo. En medio de un panorama semejante no hay modo de escribir argumentos originales y que sean divertidos, y aunque el debutante Agusto Fornari, un actor que se pasa a la dirección, lo intenta animosamente, le sale una película muy parecida a la alemana “Good Bye, Lenin!” (2003). Allí la engañada era la madre, y aquí al que los hijos hacen creer que nada ha cambiado es al padre, que acaba de despertar de un coma e ignora que su familia ya ha malvendido la casa y sus pertenencias, bajo el convencimiento de que el anciano tenía los días contados.

El desarrollo puede ser más o menos gracioso, pero la moraleja final es la consabida reafirmación de que la familia permanece unida a pesar de todos los pesares, por más que haya enfrentamientos internos y diferencias de toda índole. La vuelta del padre a casa no hace sino obligar a los cuatro hermanos a trabajar en equipo, ya que no les queda otro remedio que movilizarse para recuperar la propiedad y los objetos de valor, haciendo que vuelvan a ocupar su sitio. El plan no saldrá según lo previsto por la premura del tiempo y la necesidad de improvisar sobre la marcha, con falsas imitaciones de las piezas originales que son una mayor chapuza que el famoso Ecce Homo de Borja. Como a Cecilia les mueve la buena intención.