Víctor ESQUIROL
«Yuli»

Bailando con la memoria

Ni un día pasó desde que Rodrigo Sorogoyen e Isabel peña incendiaran “El reino”. Ni veinticuatro horas transcurrieron desde aquel soberano puñetazo en las partes bajas de la clase política. El cine español entró con fuerza en la 66ª edición de Zinemaldia, y parecía que no tenía intención de aflojar. Sin apenas tiempo para recobrar el aliento, nos ofreció otra dupla de peso.

Icíar Bollaín en la dirección y Paul Laverty en la escritura. Peligro. Sobre todo por el segundo componente del equipo. El guionista de cabecera (y pareja en la vida real) de Bollaín es también el autor de los textos del último Ken Loach. Sí, aquel idolatrado cineasta empeñado en ensuciar causas nobles con métodos que en realidad son artimañas, y con una inteligencia emocional pintada en atajos sentimentales.

Con este miedo entré, lo confieso, en el Victoria Eugenia... pero en seguida el producto reconfortó con un tono alejado de la gravedad y mal humor que normalmente impera en las creaciones de Mr. Laverty. “Yuli” es una biografía dedicada a Carlos Acosta, brillante bailarín de danza clásica y moderna. Al igual que casi todos los productos hermanos, la película está estructurada a través de una colección de flashbacks que ponen en imágenes la vida, obra y milagros del protagonista.

Su infancia en Cuba, la relación con su padre (interpretado este por un muy entonado Santiago Alfonso, auténtica revelación del film), la eclosión artística en Europa... Bollaín se sirve de la música para que viajemos en el tiempo, y presenta el género del biopic como un regreso a esa verdad (no necesariamente real) que hemos escogido recordar. Buenas ideas ejecutadas con buen oficio, aunque sin excesivo brillo. Buenas sensaciones, eso sí, empañadas ligeramente por un texto que a veces confunde lo corporal con lo verbal; que va a lo obvio cuando la historia pedía sutileza.