Ibai AZPARREN
BARcELONA
Entrevista
XAVIER ANTICH
FILÓSOFO

«No hay marcha atrás respecto al acto de soberanía del 1-O»

Nacido en La Seu d'Urgell en 1962, Antich es doctor en Filosofía y profesor en la Universidad de Girona. Ganador del Joan Fuster de Ensayo (1992) con «El rostre de l'altre». Y una de las voces lúcidas que puede explicar el momento tras una semana confusa.

La semana ha sido revuelta en Catalunya y hace difícil calibrar el momento. Sentado en un bar de la Plaça Reial de Barcelona, Xavier Antich se muestra preocupado por la discrepancia que se vive en el seno del independentismo. No obstante, «el consenso llegará», asegura. En estas fechas de aniversarios, repasa los errores y aciertos de aquel histórico mes de octubre de hace un año, pero sobre todo mirando hacia delante: «No hay que autoflagelarse más de lo estrictamente necesario, hay que concretar qué se va a hacer». En los últimos meses Antich ha visitado –en la prisión de Lledoners– al presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart. Arrancamos por ahí

¿Cómo se encuentra Cuixart? ¿Y qué espera del juicio?

Está fortísimo. Con una fortaleza casi insólita contando que estamos a las vísperas de un año en prisión preventiva. Trabajando muchísimo, hablando con tanta gente como las condiciones carcelarias le permiten... ¿El juicio? Si lo evaluamos con cierta pragmática de conocimiento de la situación actual del Estado español, que tiene una judicatura insólita en el panorama europeo y condiciones democráticas muy débiles, lo único que cabe esperar es literalmente nada. No será un acto de justicia, sino más bien de venganza, y por otra parte un acto de castigo proyectivo, enviando un mensaje de que el Estado español no va a tolerar según qué cosas.

¿Qué se puede esperar si se da una sentencia condenatoria?

El espectro mayoritario de la sociedad catalana, que está muy a favor del referéndum de autodeterminación en niveles del 70-80%, y con en torno al 50% a favor de la independencia y la República, tiene la convicción de que esa sentencia no va a ser asumible. No va a asumir ninguna que indique culpabilidad, ni aunque sea con un registro de penas muy menor. Y estoy convencido de que no se va a esperar a la sentencia para empezar a articular cierta respuesta.

Entonces ¿el juicio puede valer para buscar otro momento insurreccional como fue el 1-O? ¿O más bien para ampliar los apoyos y aumentar la base soberanista, como ocurrió tras la sentencia del Estatut?

A fecha de hoy es difícil todavía determinar cuál va a contar con un acuerdo mayoritario de los diferentes agentes soberanistas. Pero es tan importante el qué como el para qué. Es decir, para qué se va a salir, qué es lo que se va a pedir. En un extremo estaría reclamar un indulto del Estado para que generosamente conceda la libertad a los presos políticos. Esa sería la gama más baja. En el otro, casi podíamos ubicar el para qué máximo: la implementación de la República de acuerdo al mandato del referéndum, es decir, que las movilizaciones sean para aplicar la Ley de Transitoriedad Jurídica. Desde un punto de vista estrictamente analítico, creo que ninguna de esas dos opciones contará con un consenso mayoritario, una por débil y otra por excesiva. Entre las diversas posibilidades intermedias es donde estará el juego real. Igual que los presos políticos han sido un elemento cohesionador, quizás ahora el único en todo el soberanismo, no es difícil imaginar que también el juicio puede serlo. Y yo espero un acuerdo muy mayoritario.

Cambiando el objetivo...

Habrá que cambiar las acciones. Hay toda una gama de escenarios sobre el qué y a nadie se le escapa que buena parte del desconcierto actual es que tampoco haya acuerdos sobre eso. Sí hay, en cambio, una cierta intuición bastante generalizada de que el juicio inaugurará otro tipo de movilizaciones, distintas de las que han caracterizado este año –básicamente antirrepresivas– con el objetivo de mantener el pulso de la sociedad. Van a ser acciones a otra escala, que todavía están por definir.

Haciendo referencia al discurso de Torra en el Teatre Nacional de Catalunya, usted decía que «habrá que ver cómo estas palabras alcanzan concreción en forma de hechos y acontecimientos». Lo cierto es que su idea rupturista colisiona con la acción actual del Govern...

El gran problema político es el acuerdo entre las palabras y los hechos. El programa con el que se presentaron, de restituir el Govern legítimo y de implementación de la República, no se corresponde con los hechos y con la clara voluntad de desobedecer a las instituciones del Estado español. Estamos en el ámbito del aplazamiento continuo. Esto pasa en el ámbito de lo general y también en el ámbito de lo concreto. Por ejemplo, escenas como las cargas de los Mossos son absolutamente incomprensibles incluso para los sectores más incondicionales. Por causas muy diversas, el Govern de la Generalitat está casi incapacitado. Se hacen cosas diversas de las que se dicen, y algunas de las que se dicen no se hacen. Eso termina generando que la realidad acabe surgiendo espontáneamente, con cosas que no se controlan. Todo lo que se ha hecho hasta aquí, que ha permitido avanzar, ha sido fruto de esa doble combinación de movilización popular organizada e institucionalidad política alineada con lo anterior. El 1-O es inimaginable sin esa doble alineación, y es algo que no pasa ahora.

En ese sentido, ¿qué riesgos advierte en la brecha que se va abriendo entre la clase política independentista y la base soberanista más movilizada?

A mi juicio, no es solo una división en esos dos bloques, sino algo más complejo. Hay movilización popular que dentro de sí tiene una cierta institucionalidad propia, como los CDR. Hay asociaciones y entidades que forman parte de la reacción popular, como ANC y Òmnium. También son diversos los agentes en el ámbito de la institución, como el Govern o el Parlament. Además, están la cárcel y el exilio, que también son instituciones. Es una cuadrangulación complicada.

En el ámbito de la historia de las grandes sublevaciones políticas del siglo XX, lo que Gramsci llamaba la guerra de movimientos, se realiza un embate al Estado que moviliza de manera muy unitaria a la población y que va secuencializando hasta el cambio de un sistema de Estado por otro. Ahora estamos en un escenario Clausewitz, un escenario de guerra, en el que la política es la continuación de la guerra por otros medios, y ahora hay batallas diversas que suceden de manera simultánea: el juicio, la batalla jurídica en Europa, la batalla por la opinión pública, lo que pueda pasar en la ONU o en Estrasburgo, etcétera. Cualquier movimiento en cada caso acaba provocando un movimiento también en otro.

¿Es posible restablecer una hoja de ruta con la constante batalla entre JxCat y ERC?

Hay posicionamientos heterogéneos, no diversos, respecto a cuestiones estratégicas. Estoy absolutamente convencido de que todos son conscientes de la necesidad de superar esa frase de heterogeneidad y de las ansias de encontrar consensos entorno a esas cuestiones.

¿Cabe esperar algo de Pedro Sánchez? ¿Acertó el independentismo al apoyar la moción de censura que le aupó?

Se acertó en eliminar al PP del Gobierno del Estado español y provocar la desaparición de los agentes responsables de estos años de represión sistematizada. En cuanto a Sánchez, creo que no se puede esperar absolutamente nada que tenga que ver con la demanda política mayoritaria de la sociedad catalana. El marco mental, conceptual, con el que todavía opera el PSOE está de acuerdo con el dogma teológico de la unidad indisoluble de España.

La impresión actual es que JxCat apuesta, por lo menos teóricamente, por el camino rupturista, mientras que ERC quiere ampliar las bases. ¿Cree que todavía no existe una mayoría suficiente de independentistas?

Hay que ser honrados y decir que no estamos en condiciones de contestar a esa pregunta. El 1-O se realizo en las condiciones que se realizó, por tanto no es un computo que pueda ser válido respecto a la fuerza singularizada de los que optarían por una eventual República catalana. Respecto a las elecciones del 21-D, son legislativas. ¿Cuántos de los comunes votarían que sí en un hipotético referéndum? Esos dos elementos permiten pensar que si existiera un mecanismo de contarlos, un referéndum en condiciones de paz, campaña, debates y propaganda, sí seríamos suficientes.

Se cumple un año del 1-O, ¿cree que se desaprovechó lo conseguido aquel día?

Sabemos que donde estamos ahora deriva del escenario que se abre con el 1-O. No fue el final de nada, sino principio de otro escenario. No hay marcha atrás respecto al acto de soberanía de aquel día. Se desaprovechó en octubre pasado, cuando frente a la reacción del Estado, más propia de un dictadura que de un Estado democrático, no se tomaron parlamentariamente y gubernamentalmente las medidas que había que tomar.

Albiach (CeC) afirmó el otro día en el Parlament que «la mayoría del 1-O y 3-O fue empequeñecida con el 27-O». Cuando se declara la independencia, o logras el reconocimiento internacional o defiendes el territorio. ¿Quizás fue un error declararla en ese momento?

Más que un error, es evidente que así como el 1-O fue indiscutiblemente un victoria, el 27-O fue una derrota. Hay que empezar a decir que no se proclamó en el Parlament. Se votó una propuesta de resolución, que no es una propuesta de ley, en la que la frase «nos constituimos como República» estaba en el preámbulo y por tanto no tenía ningún valor legislativo. Eso respondió a una cosa entonces no asumida: no había posibilidad de obtener ningún tipo de reconocimiento internacional. Y por otra parte, no había las condiciones estructurales necesarias para controlar el territorio. Ese día la Policía y la Guardia Civil están ocupando el aeropuerto, las instituciones logísticas de trenes, el puerto... Y tan importante como eso es que no se disponía de las tan cacareadas estructuras de Estado, que tenían que proporcionar viabilidad económica: ni disponíamos de Hacienda propia, ni de avales internacionales.

Las elecciones del 21-D, la Diada, el aniversario del 1-O... El independentismo sigue demostrando fuerza, pero mientras algunos insisten en «hemos votado, hemos ganado», otros apuestan por un referéndum pactado...

Es una situación provisional, coyuntural, por el momento político exacto en el que estamos, en este compás de espera hasta que empiece el juicio. La historia del catalanismo, del gran movimiento político de los tiempos modernos, es una historia de derrotas continuadas. Algunas tan crudas como la del franquismo y otras no tan crudas pero tan dolorosas como lo que sucedió entre el 16 y el 27 de octubre. De ahí se sacan lecciones también, y una de las reflexiones más lúcidas es que hay que trabajar por consensos.

¿Qué cartuchos le quedan ahora al independentismo?

El cartucho de más de dos millones de personas movilizadas, con un nivel de compromiso insólito en la historia moderna de Catalunya y, gracias a los dispositivos de comunicación, con la capacidad de movilizarse en cinco minutos. Eso no es un cartucho, eso es un arsenal.