Daniel GALVALIZI Madrid
ACTO DE LA ULTRADERECHA EN MADRID

VOX celebró su show de rabia, ironías y rojigualdas

El partido que aglutina al electorado de extrema derecha celebró ayer en el sur de Madrid su acto más multitudinario, una exhibición de furia contra el estado de las autonomías, contra los independentistas y contra la «derecha cobarde».

La estación del metro en Vistalegre no dejaba lugar a dudas. Allí bajó buena parte de los viajeros para tomar, como en peregrinación, la misma dirección. La mayoría rondaba o superaba la sesentena. Algunos llevaban ya en la mano banderas y pañuelos con la bandera española. Iban al estadio de ese barrio del sur madrileño –con alto porcentaje de inmigrantes–, convocados por VOX para pedir elecciones y autoproclamarse la «España viva» de la «resistencia», que «ha resucitado» ante «tantos ultrajes».

Nada más llegar al Palacio Vistalegre uno se topara con un notable operativo logístico: unos 200 «guardias» y afiliados controlaban el paso a los asientos asignados. «La Policía no nos quiso prestar los perros para detectar explosivos. Nos dijo que los pagásemos», lamentó a GARA Carlos, uno de los encargados de la seguridad.

Entre quienes controlaban la organización del nutrido acto –10.000 asistentes, según Vox–, había varios jóvenes que desentonaban en un auditorio de bastante más edad y, a lo sumo, algunos niños con sus padres.

Preguntado por afiliación, Fernando, de 18 años y estudiante de Derecho, explicaba que VOX «cree en una España unida; no es como el PP, que dice una cosa en Asturias, otra en Madrid y otra en Cataluña». «En Cataluña hay una guerra civil sin armas. Y ante todo, hay que cumplir con la legalidad», argumen- taba mientras cargaba contra el derecho a decidir. «Nunca estuve en el País Vasco, pero siento que es mío también. Me pasa lo mismo con Cataluña. Respeto sus lenguas y todo, pero que no nos quiten la soberanía. Y en todo caso, yo también quiero votar a ver si quiero que eso deje de ser mío», decía antes de interrumpir la conversación para sacarse un selfie con el torero Morante de la Puebla, ovacionado minutos después.

Antes de los incendiarios discursos, las dos pantallas gigantes situadas a los lados del escenario transmitían videos con consignas del programa de VOX, entre ellas, la suspensión de las autonomías, el fin de las subvenciones a partidos y sindicatos y la derogación de las leyes de Memoria Histórica, aborto y violencia de género.

Tampoco faltaron proclamas antiabortistas y en defensa de la familia. «Vine aquí por esto», decía Alberto, de 55 años y barcelonés catalanohablante, incómodo con algunas consignas xenófobas. «Espero que entiendas que diferencian entre inmigración legal e ilegal. Algo hay que hacer contra las mafias», argumentaba con visible culpa al percatarse de que quien esto firma es un extranjero residente.

Sus aplausos fueron pocos. Acudió, sobre todo, a acompañar a su amigo «el mulato» –como le identificó–, el vehemente líder de Vox en Barcelona, Ignacio Garriga, hijo de padre español y madre ecuatoguineana, que impactó pidiendo «suprimir la autonomía de Cataluña» para fundar «un Estado unitario de igualdad, con un solo Parlamento para toda España».

Las bromas de dudoso gusto contra el resto de partidos fueron constantes, tal vez para matizar tanto discurso teñido de rabia. Por ejemplo, la líder de VOX-Madrid, Rocío Monasterio, cargó contra Manuela Carmena y su política de tráfico al defender el vehículo privado para evitar que «nos atropelle un Errejón en bicicleta» y cuestionó a los inmigrantes en situación irregular y okupas, «chupópteros que viven de la subvención».

Pero los zascas tuvieron su clímax con el presidente de VOX, Santiago Abascal. Además de fustigar al PP y Ciudadanos, «la derechita cobarde» y «la veleta naranja», atacó a los inmigrantes en situación irregular, a quienes invitó a que «si quieren, vengan a vivir a la casa de Pablo Iglesias». Las risas también estallaron cuando mencionó a «una mentecata de la CUP que dice que hay que educar a los niños en tribu» o a los «europapanatas» que defienden una Europa social. También supo hacer reír al lanzar preguntas retóricas a quienes les llaman «fachas».

Los asistentes fueron un show aparte. Miles de rojigualdas ondearon furiosas acompañando a gritos de «¡Puigdemont, a prisión!» y «¡A por ellos!».

El apoteósico punto final, entre confeti y el himno español, con la utopía anunciada de «desbordar» las urnas y lograr sus primeros escaños en las próximas elecciones de mayo.