Iker BIZKARGUENAGA
SIGLO Y MEDIO DE REVOLUCIÓN

CUBA EMPEZÓ A SACUDIRSE EL YUGO ESPAñOL HACE 150 AñOS

Hace siglo y medio, en la finca La Demajagua, medio millar de patriotas cubanos se conjuraron para acabar con el dominio español. El 10 de octubre de 1868 marcó un antes y un después en la historia de Cuba y en la de sus ocupantes, que todavía siguen con resaca.

Si los nostálgicos de la unidad de destino en lo universal celebran hoy el Día de la Hispanidad, trasunto del Día de la Raza franquista, una de las últimas colonias del imperio menguante conmemora esta semana el 150 aniversario del inicio de la Guerra de los Diez años, un levantamiento que fue sofocado por el Ejército español pero que puso en marcha el engranaje que permitió, unas décadas después, alcanzar la independencia.

«¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes». Fidel Castro explicó hace medio siglo la importancia de aquella empresa comandada por el «Padre de la Patria» cubana.

Liberación nacional y antiesclavismo

El 10 de octubre es una fecha señalada en el calendario de la isla, y Carlos Manuel de Céspedes, una figura venerada. Este abogado bayamés, doctorado en Barcelona, convocó aquel día a sus compatriotas a luchar para liberarse del «brazo de hierro» español. A tal fin, y en primer lugar, apostó por romper otras cadenas, la de los esclavos, que todavía conformaban un porcentaje muy importante de la población cubana. En 1868 el número de personas esclavas ascendía a 300.000 hombres y mujeres, y suponía el 70% de los habitantes en la región occidental. De hecho, el fuerte peso de la esclavitud en su economía y la fuerza de la oligarquía esclavista permitieron a la Administración española mantener su presencia colonial cuando la mayoría de los países americanos ya habían alcanzado la independencia. En este sentido, aquella revolución, además de su carácter de liberación nacional, tuvo un importante componente entiesclavista. Y De Céspedes dio ejemplo liberando a los esclavos que trabajaban para él, llamándolos hermanos e invitándolos a sumarse a la rebelión. «Cuba necesita a todos sus hijos para conquistar la independencia. Los que me quieran seguir, que me sigan; los que se quieran quedar, que se queden, todos seguirán tan libres como los demás», expuso en aquel discurso en el ingenio La Demajagua.

Aunque lo cierto es que ni la fecha ni el lugar eran los previstos por los insurrectos, cuya idea era pronunciarse el 24 de octubre en Manzanillo. Sin embargo, el día 7 las autoridades coloniales enviaron un telegrama a Bayamo ordenando detener a los líderes rebeldes, que fueron prevenidos por el telegrafista Nicolás de la Rosa. Sabedores de que no se podía esperar más, De Céspedes y sus allegados empezaron a reunirse el día después en la finca azucarera, donde se redactó el Manifiesto de la Junta Revolucionaria.

Ese escrito, llamado también Manifiesto del 10 de Octubre, está considerado el acta fundacional de la república, pues significó la preeminencia de las tesis independentistas frente a las corrientes reformistas y anexionistas. Nada fue igual a partir de ese hito, conocido después como el Grito de Yara.

Poco a poco el número de sublevados fue creciendo, y De Céspedes llegó a tener a casi 20.000 personas a su mando. El 18 de octubre marcharon hacia Bayamo, que fue tomada en dos días y donde bajo palio el abogado fue nombrado capitán general de la Cuba Libre. La insurrección, sin embargo, no tardó en encontrar obstáculos. Los independentistas de Camagüey no aprobaron que De Céspedes hubiera adelantado la fecha del levantamiento y se hubiera adjudicado el liderazgo, y el grupo liderado por Salvador Cisneros Betancourt retrasó su entrada en combate, permitiendo a los españoles preparar a conciencia la reconquista de Bayamo.

Tardaron varios meses en lograrlo, en enero, y esa ciudad ha pasado a ser un símbolo de la rebeldía cubana, ya que antes de rendirse a las tropas del Conde de Valmaseda sus habitantes incendiaron las casas, convirtiendo la urbe en una enorme pira. Uno de los pocos inmuebles que quedó en pie fue el domicilio de la familia De Céspedes, que hoy es un museo y lugar de peregrinación.

Padre de todos los cubanos

A pesar de ese primer revés, otras regiones fueron sumándose a la lucha, y el 10 de abril de 1969, en Guáimaro, se proclamó la Constitución del mismo nombre, redactada por Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana. Allí nació la República de Cuba en Armas, cuyo primer presidente fue Carlos Manuel de Céspedes. Cisneros Betancourt, que no veía con malos ojos la anexión de la isla por Estados Unidos, fue elegido para presidir la Cámara de Representantes, y Manuel de Quesada fue designado jefe del Ejército.

Militarmente, sin embargo, las tropas españolas eran superiores, y no tardaron en hacerse con el control de Guáimaro. El gobierno rebelde, incapaz de asentarse, estuvo vagando de un lugar a otro. La cosa no pintaba bien. De Quesada fue destituido y el propio De Céspedes fue enviado a New York en viaje oficial. Estando allí supo que su hijo Óscar había sido prendido por las tropas españolas. Al mando de estas, el general Caballero de Rodas le envió un mensaje prometiéndole que dejaría en libertad a su vástago si renunciaba a luchar por la independencia. Su respuesta aún emociona y conmociona: «Díganle al general Caballero de Rodas que Óscar no es mi único hijo; soy padre de todos los cubanos que han muerto por la revolución». El 3 de junio Óscar fue fusilado.

El presidente pasó los siguientes años tratando de retomar la iniciativa en la contienda. De la mano del mayor general Ignacio Agramonte cumplió parcialmente ese objetivo, con victorias que llevaron la rebelión hasta el extremo occidental, pero “El Mayor”, que además de redactar la Constitución republicana se consagró como un gran estratega militar, cayó abatido el 11 de mayo de 1973. Menos de dos meses después, el 6 de julio, De Céspedes fue depuesto por la Cámara de Representantes, ocupando su lugar Cisneros Betancourt. La desunión entre los patriotas cubanos ya era más que evidente.

Muerte y legado

Orillado por los suyos y acompañado por su hijo mayor Carlos Manuel, De Céspedes se refugió en Sierra Maestra, un intrincado lugar que décadas después se hizo conocido en todo el mundo por haber acogido a otros revolucionarios que luchaban guiados por el mismo anhelo de libertad. En ese refugio natura se dedicó a enseñar a leer y escribir a niños y niñas, y fue allí donde le sorprendió una columna de soldados españoles el 27 de febrero de 1874. Prácticamente ciego, no dejó que lo capturaran vivo e intentó defenderse pero, herido, cayó por un barranco.

No corrió mejor suerte aquella sublevación, lastrada por la el caudillismo, el regionalismo y la indisciplina. En 1878, el grueso de un Ejército Libertador dividido capituló ante las tropas españolas aceptando el Pacto de Zanjón, que reconocía al Gobierno español como máxima autoridad en Cuba.

Sin embargo, la lucha tuvo continuidad gracias a aquellos combatientes que no aceptaron la rendición, entre ellos el mayor general Antonio Maceo, “El Titán de Bronce”, que años después, en el exilio, fue contactado por José Martí para emprender una nueva guerra contra el Reino de España. Corría el año 1895, y aunque ni Martí ni Maceo pudieron ver el desenlace, aquella fue la definitiva. En 1898 Estados Unidos tomó el control de la isla a través del Tratado de París, que certificaba la renuncia española sobre sus últimas colonias de ultramar, y finalmente el 20 de mayo de 1902 nació de forma oficial la República de Cuba, donde cada día recuerdan el legado del “Padre de la Patria”.

«Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos», proclamaba el Manifiesto del 10 de Octubre, y en eso andan 150 años después.

 

De Céspedes yace junto a Fidel, Martí y Grajales en Santa Ifigenia

Los restos de Carlos Manuel de Céspedes, líder y alma de la revolución de 1868, fueron enterrados el 10 de octubre de 2017 junto a los mausoleos de José Martí y Fidel Castro en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. Desde esa fecha les acompaña también Mariana Grajales, considerada «madre de todos los cubanos» y, afinando un poco, progenitora de Antonio y José Maceo y de sus hermanos, todos enrolados en las tropas mambises. Ella misma participó activamente en la lucha por la libertad de Cuba y perdió a su esposo en la guerra.

En la ceremonia de inhumación, presidida por Raúl Castro, que llevó en persona la urna de De Céspedes hasta su tumba, sonó una vez más la campana del ingenio La Demajagua, la misma que tocó el prócer bayamés el día del levantamiento. Esa campana sigue todavía en su emplazamiento original, que fue declarado Monumento Nacional en 1978.I.B.