Larraitz UGARTE
Abogada
GAURKOA

Visca la butifarra... con ensalada

El artículo de hoy creo que aborda, desde una perspectiva muy limitada (sólo es un artículo y requeriría mucho más tiempo, debate, voces y largos textos para reflejarlo de manera rigurosa), uno de los grandes retos que tenemos quienes queremos crear un movimiento político, transformador e independentista, que sea eficaz para los objetivos que pretende, articulando mayorías amplias. Para ello se habla de conceptos como hegemonía o centralidad, conscientes de que desde una esquina coherente quizá no sea tan fácil. Pero, dónde está el centro, lo puro, la incoherencia, la contradicción necesaria… Son debates que se producen a diario y que no logran solventarse. Entre ellos este de hoy, el de la necesaria interacción de la organización social e institucional de la izquierda trasformadora.

En un país donde cada debate político es a vida o muerte y donde el sentido del humor nos falla por todos los costados, suele costar escribir sobre cosas como ésta. Pero me voy a arriesgar, porque cueste lo que cueste el lodo no es un lugar confortable, pero sí el necesario para avanzar. Y espero que todo el mundo se lo tome con humor.

Pues nada, que toda esta reflexión deriva de una foto por whatsapp que un gran amigo, acordándose de mí, me envió hace unos días con la primera frase del libro “La trampa de la diversidad” de Daniel Bernabé, que dice así: «Cuando los independentistas catalanes convocaron una butifarrada festiva para reivindicar su lucha, un sector vegano protestó al tratarse de una comida con carne que no contemplaba su dieta». No he leído el libro pero el inicio es brutal, la metáfora misma de la izquierda y de lo que yo llamo el funcionamiento de los txikimundos.

Mundos que prefieren cobijarse en guetos donde parece que no existen las contradicciones y todo el relato de la vida propia y la colectiva es un compendio de pureza y coherencia hasta que empiezas a rascar un poco y madreee….. Digo esto porque, en mi opinión, en muchos sectores de la izquierda, desde el movimiento asociativo hasta los sindicatos más radicales convendría revisar ciertos dogmas. Este país tiene, en el momento actual, mucha necesidad de ello,. Creo que los movimientos sociales y los sindicatos necesitan revisar sus discursos y analizar si se adecúan a los tiempos y a los objetivos. No es bueno generalizar porque no existe un bloque homogéneo, pero en no pocos casos las preguntas que haré son pertinentes.

Si hiciéramos un diagnóstico profundo, ¿qué tipo de movimientos sociales y sindicatos son los que a menudo se alzan como los estandartes de la pureza? ¿No son a menudo lobbies que priorizan sus intereses corporativos al interés general? ¿Movimientos que no se dan cuenta que en esto de la res publica los recursos son finitos y que hay que defender algunas cosas aunque supongan la merma en otras? ¿Que hay aritméticas parlamentarias y que sin mayorías institucionales es imposible gestionar unos presupuestos o realizar reformas fiscales? ¿Que estamos en España o en Francia, en contra de nuestra voluntad pero siendo ésta una realidad? ¿Que no todo es obtención de derechos individuales a escala colectiva sino también exigir a estos mismos individuos compromiso social? ¿Que una cosa son los derechos y otra los privilegios, y que no se deben confundir? Y finalmente ¿que hay cosas que son importantes y otras, sin embargo, chorradas soberanas?

Sé que decir esto así suena fatal pero en el día a día todas vemos ejemplos de lo que acabo de enumerar. En mi experiencia institucional he podido comprobar que muchas prácticas de movimientos sociales y sindicales están desenfocadas o enfocadas adrede a la autofortaleza, dejando de lado el interés común. Y de la coherencia, el compromiso y las ganas reales de pelear cual ejército civil de algún sindicato mayoritario cuyo discurso es en muchos ámbitos fascinante, ya hablaremos en otro artículo.

Frente a estos txikimundos existen otro tipo de mundos, sectores políticos que me preocupan igualmente en el plano ideológico pero más en el práctico, porque abarcan a un número mayor de personas. En estos –llamémoslo «butifarrismo» para seguir con la metáfora de Bernabé– hay tendencias peligrosas para las que el txikimundo quedó en el pasado, porque ahora hay que ser mayoritario sí o sí y uno piensa que antes era medio tonto y que ahora es más inteligente, capaz, solvente y hasta profesional y donde lo guay es dejar todo lo que se ha sido con una facilidad que no deja de sorprenderme; abrazando el mundo de las contradicciones como una cualidad intrínseca a la inteligencia.

Son sectores que piensan que enterrando lo que uno ha sido y haciendo una metamorfosis a lo bestia podrá de repente convencer a toda una sociedad, obtener una especie de certificado democrático y convertirse en uno más (¿es eso realmente lo que queremos?). Y todo ello aderezado a veces con una frivolidad que da hasta miedo.

Creo sinceramente que un movimiento político con ambición de ser mayoritario debe saber gestionar sus contradicciones con normalidad y sin ponerse nervioso frente a los arietes puristas, pero que a la vez debe encontrar un «nivel aceptable de contradicciones», porque de lo contrario uno va tan lejos que al final tiene el riesgo de olvidar de dónde viene y, lo que es peor, hacia dónde se dirigía.

Es algo fácilmente detectable en esa izquierda rancia que ha abrazado la socialdemocracia para erigirse en la garantía del sistema capitalista, «pa darle color», como se dice. Puede pasar que una vez de que se empieza a frivolizar con las contradicciones uno no se dé cuenta de que la gente no le sigue. Y en esa tesitura uno puede pensar que todos se equivocan o puede ser humilde (e inteligente) y revisar su camino. Creo que el butifarrismo debería hacer este ejercicio.

Luego no es tan fácil volver a principios y esquemas que se dejaron tiempos atrás porque los esquemas mentales implantados ya no son los tuyos. Dicho de otra manera, si uno es bueno en un ámbito no debe pretender sí o sí la aprobación en otro ámbito o disciplina. Sobre todo si se busca esa aprobación por parte de adversarios políticos. Los complejos son malos compañeros de viaje para las fuerzas emancipadoras.

Uno no puede decidir que va a jugar un partido y que para ello su espejo sea el adversario, su técnica, su juego e incluso su vestimenta. Más bien debe saber valorar sus capacidades, confiar en ellas, mirar más a los suyos y menos a los ajenos y apuntar lejos, intentando crear nuevas complicidades. Y teniendo en cuenta una máxima: si lo personal es político, lo político no tiene por qué ser personal, algo que en este país demasiadas veces lo parece.

En primer lugar, la izquierda transformadora necesita espacios de diálogo desde el respeto, de entender y conocer cada cual el papel del otro. El butifarrismo debe entender que los txikimundos deben presionar para que el trabajo institucional brille más y, por contra, los txikimundistas deben entender que las instituciones tienen límites que no es tan fácil transgredir sin su ayuda; y fundamental, no deben confundirse de enemigo. Porque ambos mundos son necesarios por igual para crear una sociedad mejor, más cohesionada, transformadora y responsable en términos colectivos.

En síntesis, el butifarrismo es imprescindible pero atrayendo hasta al veganismo. Como me dijo otro amigo cuando le mencioné el artículo que estaba redactando, «lo mejor siempre es un plato combinado», aunque a veces esto requiera de mucho talento y de paciencia.