Mikel Zubimendi
EL «CASO KHASHOGGI»

Un huracán que hace tambalear al todopoderoso Mohamed bin Salman

Dos semanas después de la desaparición del periodista Jamal Khashoggi, el mundo sigue sin comprar la versión saudí y apunta como responsable máximo al príncipe heredero, Mohamed bin Salman, que tras encumbrado como un gran reformador y modernizador, está minando los pilares del poder de la Casa de los Saud y destrozando su credibilidad.

Según calculadas filtraciones del Gobierno turco, que al parecer dispone de audios que así lo demuestran, tras haber desaparecido en el consulado saudí de Estambul, el periodista Jamal Khashoggi vivió un auténtico martirio. Fue torturado en persona por el presidente de la Compañía Saudí de Patología Forense, Salah Al Tubaigy, quien habría dirigido el trabajo de descuartizamiento. Fueron al parecer siete interminables minutos de horror y de tortura que "The New York Times" revela con detalle: el escuadrón de la muerte de 15 agentes, algunos miembros de la Guardia Presidencial y guardaespaldas personales del príncipe heredero Mohamed bin Salman, primero cortó los dedos del periodista saudí durante el interrogatorio, después le decapitaron y por último desmembraron el cadáver.

Khashoggi no era una persona común y corriente. Figura destacada de la élite saudí, íntimo de la familia real a la que sirvió como máximo consejero, nunca se posicionó como disidente, más bien era un reformador, no partidario del cambio de régimen. Se autoimpuso un exilio en EEUU tras ser amenazado por bin Salman, donde escribía una columna mensual en el "The Washington Post" en el que criticaba de manera abierta ciertas políticas del príncipe heredero del Reino del Desierto.

La desaparición de Khashoggi ha lanzado un mensaje nítido, amplificado por el aterrador silencio de los líderes árabes, a escritores, académicos, periodistas o activistas de todo Oriente Medio: si a alguien tan conocido y tan bien conectado como Khashoggi, un residente en EEUU y columnista del "The Washington Post" le pueden hacer eso, ¿qué no podrán hacer a gente menos conocida y más comprometida sobre el terreno? ¿Cuántos escuadrones de la muerte habrán recibido ya la orden y esperan su turno?

Trump prometió primero un «castigo severo» si se confirmaba que Riad había matado a Khashoggi. Inmediatamente, aseguró que la alianza con el reino de los Saud no iba a quebrar por el escándalo y que las armas de su país seguirían llegando a manos de los saudíes. Nada de derechos humanos en las relaciones internacionales, solo cinismo y codicia. Y es que, incluso para EEUU, castigar a Arabia Saudí son palabras mayores.

Hablamos del mayor exportador de petróleo del mundo, de un comprador de armas de primer orden, de uno de los mayores inversores globales y, además, tiene buena inteligencia –que administra según sus intereses con sus socios occidentales– sobre el yihadismo y hace de contrapeso a Irán. Solo con que el Reino del Desierto decidiera reducir su producción global de crudo, si otros países exportadores no cubrieran la demanda, el bolsillo de los conductores que llenan sus depósitos en las gasolineras sufriría enormemente. Y sería un desastre para la economía mundial. Además, con el tercer mayor presupuesto militar del mundo, siempre puede mirar hacia Rusia y China para completar sus necesidades militares.

Al frente de Arabía Saudí está el príncipe heredero, Mohamed bin Salman, o MBS, como se le conoce, el «príncipe reformador» de 33 años llamado a traer un necesitado aire fresco. La figura que legalizó la conducción de coches para las mujeres, reabrió los cines y cortó las alas a la impopular policía religiosa. El «modernizador en jefe» de un país que iba de dejar de depender económicamente del petróleo, que iba a regar con millones de dólares de sus fondos de inversión a otros países. Trump lo agasajaba, era un buen socio para hacer negocios e íntimo amigo de su joven yerno Kared Kushner. De hecho, es un dato revelador que el primer viaje al extranjero como presidente de EEUU de Trump fue para rendir visita a MBS.

Lo que ocurrió en la sala de torturas del consulado saudí en Estambul no ha sido puesto en duda. Se hace difícil comprar la versión oficial de Riad, máxime cuando los matarifes del escuadrón de la muerte enviado para matar a Khashoggi eran miembros de su equipo personal de seguridad. La brutalidad gráfica de la tortura, desmembramiento y muerte del prominente periodista tiene potencial para sacudir los pilares del sistema saudí.

Ambicioso y todopoderoso, nada parecía poder parar a Mohamed bin Salman. Pero 18 meses después, a pesar de una potente campaña de relaciones públicas, el cuestionamiento global del llamado a ser «salvador visionario» del Reino del Desierto es una realidad. Ha metido a su país en una guerra en Yemen costosa e imposible de ganar. Impone un dañino bloqueo a su vecino Qatar. Llegó a detener al primer ministro del Líbano, Saad Hariri, al parecer para obligarle a dimitir. Tiene un serio conflicto diplomático con Canadá, ha alienado a importantes sectores económicos y a otros príncipes de la élite saudí a los que llegó a encarcelar en masa en el lujoso Hotel Ritz de Riad…

Y ahora llega el «Huracán Khashoggi» que no solo marca el fin de la luna de miel que los líderes globales tenían con MBS, sino que también hace tambalear su imagen reformadora, brutaliza su reputación y siembra dudas sobre la idoneidad y su capacidad para dirigir la tierra que vio nacer al Islam.