Iñaki VIGOR
IRUÑEA
Entrevista
JOSÉ MARI ESPARZA
AUTOR DEL LIBRO «APOLOGÍA. MEMORIAS DE UN EDITOR ROJO-SEPARATISTA»

«La obra de Txalaparta será de consulta obligada para hablar del conflicto vasco»

«Apología. Memorias de un editor rojo-separatista» es el título del último libro escrito por José Mari Esparza, y lo ha hecho utilizando tres herramientas: años cumplidos, archivos y sentimientos. En su peculiar estilo, ameno, directo, condimentado con anécdotas y fina ironía, hace un repaso histórico de las últimas décadas en Euskal Herria y en el mundo desde su óptica al frente de Txalaparta, editorial que ha repartido más de tres millones de libros en sus tres décadas de vida.

Con 16 años de edad usted vivió en París el Mayo del 68 y se bautizó «de izquierdas, abertzale, libertario y libertino». ¿Tanto le influyó aquel viaje?

Para un aldeano navarro, todavía en agraz, aquello supuso un subidón de adrenalina política y erótica. Y también identitaria, pues en contra de lo que dicen algunos, es el españolismo lo que se cura viajando. Acabó aquel mayo y en julio ya estaba en el pueblo, arrimando fajos a una trilladora, pero algo había cambiado. El gusano de la utopía se había quedado dentro.&hTab;

 

A los 21 años le reclutaron en «una organización armada que tenía una larga historia de terror». ¿Volvió de la mili más «separatista»?

Allí me enseñaron a ser terrorista: a bombardear con un mortero del 80, a disparar a figuras desconocidas con un cetme.... Y ejercicios teóricos para asaltar la fábrica Morris, que a la sazón estaba en huelga. Lo mejor de la mili fue todo el tiempo que tuvimos para conspirar y leer. Y sí, nos llamaron para servir a España y nos desespañolizaron del todo.

En diciembre de 1986 se edita «Navarra 1936. De la Esperanza al terror», al que considera «el libro de historia más impactante y decisivo de nuestra época». ¿Fue esa obra la que le marcó definitivamente?

Fue un hito. Nos descubrió el poder de los libros y de la memoria histórica. Todo lo que hemos hecho con posterioridad está marcado por aquel inicio. Aprendimos que la vida debe ser vivida mirando hacia delante, pero solo puede ser comprendida mirando hacia atrás.

En Luzuriaga de Tafalla dejó 20 años de su vida. ¿Ese trabajo le reafirmó en sus ideas?

Una fábrica vasca, en los años 70 y 80, era una Facultad de Ciencias Sociales. Pasamos del campo a la era industrial en un amén y de la inopia a la izquierda abertzale en un santiamén. Allí nos formamos, editando en vietnamitas; luego pasamos a los libros y acabamos haciendo enciclopedias. Pero la nuestra era solo una de las miles de trincheras de resistencia que había en una Euskal Herria en eclosión, donde todo el mundo daba lo mejor de sí mismo, y algunos hasta lo daban todo.

En la primavera de 1989 se quitó el buzo de la fábrica, junto con su compañero Juanjo Marco, y se hizo editor. De hacer panfletos a dirigir Txalaparta, una empresa que en 30 años ha editado 1.131 títulos de 715 autores y ha repartido más de tres millones de libros por el mundo. ¿Cómo se consigue eso?

La verdad es que, cuando comenzamos, en Madrid o Barcelona no había un libro decente sobre la cuestión vasca. Hasta las obras del Che o Fanon habían desaparecido de las librerías. Salvo aquí, la Transición había triunfado. Nos convertimos en una referencia. ¿La clave? El país, la tribu, el movimiento de liberación vasco, llámalo como quieras. Pese a las multas, juicios, amenazas y boicots, nos hemos mantenido por el apoyo de la gente, de nuestras suscriptoras y suscriptores. Además, tuvimos suerte: “Egin”, “Egunkaria”, “Ardi Beltza” o “Kalegorria” no pueden decir lo mismo. De todas formas, hubiéramos salido adelante, con otra gente, con otros sellos, con más fuerza incluso. Este país es muy tenaz.

La memoria histórica ha sido el eje vertebral del catálogo de Txalaparta. ¿Todavía queda algo que añadir a esa memoria, o está ya todo recogido en vuestros libros?

En varias enciclopedias y cientos de libros hemos recopilado el sufrimiento de este país de los últimos cien años, que serán consulta obligada de quien quiera hablar sobre el conflicto vasco. Pero nos dijo Eduardo Galeano que «la memoria viva no nació para ancla; quiere ser puerto de partida, no de llegada». Tenemos, pues, una gigantesca base documental, que debemos saber gestionar para el futuro. Y llevar con nosotros siempre a nuestros exiliados y muertos, a nuestros presos y presas, «p’a que naide se quede atrás», como cantaba Atahualpa Yupanqui.

¿Quién cree que va a ganar la batalla del relato?

En primer lugar, quien diga la verdad. Las grandes mentiras no pueden sostenerse siempre, y las actuales caerán, como cayó la de los Gloriosos Caídos por Dios y Por España. Al final, conseguimos darle la vuelta, y los republicanos y gudaris fusilados por el franquismo han resultado vencedores en la Historia. Lo mismo ocurrirá con nuestro tiempo. Aquí hubo una cruel dictadura y luego una farsa continuista. Y quienes la sostuvieron no fueron víctimas, sino verdugos. Convencer de esto a toda la sociedad es tarea ardua, pero es una batalla que nuestro pueblo debe ganar, si aspira a conquistar su futuro.

En estas memorias se muestra orgulloso de la «apología» que Txalaparta ha hecho de las luchas populares, de los derechos de los presos, del euskara, el feminismo, la sexualidad, el antimilitarismo, el sindicalismo vasco, los curas rojos, la ecología, la solidaridad internacional…

Posiblemente tengamos el catálogo editorial con mayor número de autores y autoras que hayan estado presos, exiliados o que hayan muerto en la pelea. Son nuestras malas compañías, de las que estamos muy orgullosos. Y hoy día son considerados grandes escritores, nobles humanistas, dirigentes sociales. Algunos como Mandela o Fidel llegaron a la presidencia de su país. ¿Dónde queda entonces la muga entre el héroe y el bandido, el rebelde y el prócer, el desalmado terrorista y el valiente gudari? Esa muga la pone siempre el que tiene más tanques y aviones, quien hace las guerras y las armas, el verdadero terrorista.

«Morderse siempre la lengua no es saludable», dice en el libro, y por eso critica determinadas actuaciones de ETA, arremete contra escritores de renombre, contra antiguos izquierdistas que se han acomodado en poltronas de la derecha… ¿Le ha costado sacar al papel esas reflexiones que rondaban en su interior?

Si algo ha posibilitado la caída del socialismo real y la disolución de ETA es que podemos y debemos hablar de todo. Y criticar con amor a los tuyos, con dureza a los enemigos y con mayor dureza todavía a los tibios, esa progresía claudicante, muleta que sostiene el sistema capitalista y la unidad constitucional de España por la izquierda, de la misma manera que la Guardia Civil lo sostiene por la diestra. Hay sedicentes de izquierda más peligrosos que la propia derecha. El debate ideológico, el libro en definitiva, es necesario para desenmascararlos.

En las 340 páginas del libro se recogen cientos de nombres, títulos, fechas, citas, anécdotas… ¿Tiene una memoria privilegiada o tenía recogido todo eso en algún diario personal?

Salvo para las canciones, tengo una memoria de piojo, y como contrapeso guardo todo, apunto todo y subrayo todo. Y para estas memorias he utilizado tres herramientas: años cumplidos, archivos y sentimientos.

¿Cree que el libro en papel tiene los días contados, debido al creciente peso de las nuevas tecnologías? ¿Cómo ve el futuro?

En el libro sostengo que al final siempre habrá un creador que tenga algo que contar, una propuesta que hacer o un camino que señalar, y necesitará de un editor que le ayude a divulgarlo, en papel, en digital o con señales de humo. Dicho esto, auguro larga vida al libro impreso.

Sea sincero. ¿Ha sido José Mari Esparza el autor más vendido de Txalaparta?

Afortunadamente para Txalaparta, eso no es cierto. La verdad es que todos mis libros han sido reeditados, pero de esos hay muchos en nuestro catálogo. Y si reedito es porque tengo muchos parientes y amigos, pero también muchos enemigos, de los cuales me preocupo todas las mañana de regar las macetas de sus odios. Los enemigos son muy importantes: señalan a uno el camino.

¿Son estas memorias su último libro, o todavía le queda algo en el tintero?

Dicen en mi pueblo que a toda bota de vino se le saca un último trago. Y antes de cumplir los cien años me gustaría editar con Txalaparta la Constitución de una República Vasconavarra, o una nueva Declaración Universal de los Izquierdos Humanos. Ya ves que soy optimista.