Karlos ZURUTUZA
CRÓNICAS DESDE ROJAVA (KURDISTÁN SIRIO)

«Podemos proteger el territorio»

Los planes de Turquía tras una potencial retirada de los estadounidenses del noreste sirio aumentan la incertidumbre entre la población local. Toca prepararse y esperar.

El centro de Qamishli es uno de los termómetros más fiables de la guerra en Siria. Cuando la oposición armada –en todos sus colores– hacía temblar al régimen, las banderas sirias desaparecían progresivamente junto a los retratos de la dinastía de los Asad. Pero a medida que Damasco afianzaba posiciones en sus múltiples frentes volvían las fotos de Bashar: saludando, sonriendo, o amenazante tras unas gafas de sol, fuera en pastelerías, puestos de carcasas de móviles e incluso a los parabrisas de los coches. El último indicador es la estatua de Hafez, el padre de Bashar, en la rotonda a la entrada oeste del barrio. Una reciente mano de pintura plateada casi lo ha transformado en un personaje de Marvel envuelto en una bandera siria.

El régimen saca lustre y músculo en Wusta, e incluso alguna bandera rusa, pero el barrio sigue siendo una burbuja minúscula en la capital de una región, Yazira, cuya mayoría kurda lleva años desconectada de Damasco. Ambas partes conviven pero dándose la espalda, aunque ocasionalmente unidas por un enemigo común. Lo fueron los yihadistas en su día, cuando rodearon la ciudad por el sur. Hoy la amenaza llega desde el norte: Nusaybin, en el lado turco, está literalmente al otro lado de la calle, una proximidad que haría que Wusta y el resto de la ciudad, así como la mayoría kurda del noreste sirio, cayeran en la llamada «zona de seguridad» que Erdogan y Trump parecen estar negociando.

El pasado día 13, el presidente estadounidense confirmaba a través de su cuenta de Twitter que baraja el establecimiento de una zona de unas 20 millas (32 kilómetros) con su homólogo turco. La noticia caía como un tercer jarro de agua fría tras el anuncio del americano en diciembre de retirar sus tropas en la zona, y el de Erdogan de invadir el territorio. Desde entonces, las emociones en Wusta basculan entre la incredulidad y el estupor.

«Me cuesta creer que vaya a ocurrir pero cosas más raras hemos visto estos últimos años», explica Delila Dom, una cristiana siríaca que regenta una farmacia con un retrato del hijo en el escaparate. Además de un bastión del régimen, Wusta es también el distrito donde se concentra la minoría cristiana en Qamishli, como lo confirman sus once iglesias, o la decoración de Navidad aún sin retirar.

La farmacéutica quita hierro a las amenazas de Erdogan. «Es cuestión de tiempo que Damasco y los kurdos lleguen a un acuerdo. Cuando lo firmen, Turquía no podrá hacer nada», apostilla la mujer, levantando la voz sobre el martilleo del generador eléctrico a la entrada de su comercio. Es eso o conformarse con cuatro horas de luz bajo temperaturas que rondan los cero grados estos días.

Que Asad recuperara el control de todo el noreste sirio pasaría, entre otras cosas, por un reconocimiento de las minorías no árabes del país así como el de la autonomía de la región. Las condiciones planteadas por los kurdos parecen no convencer a Damasco y el acuerdo se retrasa sine die. A escasos metros del amurallado cuartel de los servicios secretos sirios se encuentra la sede del Partido de la Unión Siríaca. La principal organización política de esta comunidad se alineó con los kurdos ya al comienzo de la guerra en Siria. Sanharib Barsoum, su copresidente, confirma que las negociaciones con Damasco se encuentran en una vía muerta:

«Un comité especial se reunió en Damasco con el régimen el pasado junio para transmitirles nuestras condiciones pero sigue sin haber nada sobre el papel; no hay garantías de que Asad no nos vuelva a imponer su modelo de antes de 2011», explica este veterinario de 43 años que empezó a hacer política en la clandestinidad. Un ataque turco es «plausible», dice, añadiendo que, de producirse, Ankara se apoyaría en grupos islamistas como ya lo hiciera el año pasado en el enclave kurdo de Afrín.

«¿Quién controlará esa zona de seguridad? Nosotros la aprobaríamos siempre y cuando estuviera monitoreada por Naciones Unidas o la Coalición Internacional, pero no queremos que lo haga Turquía», acota el líder siríaco.

Confusión

Hay que salir de Wusta para hablar con los que realmente llevan la voz cantante aquí desde el comienzo de la guerra. Dejando atrás la estela plateada de Asad padre, enfilamos hacia el oeste por una avenida donde el martirologio kurdo y los retratos de Abdulá Ocalan son ahora los hegemónicos. Ni rastro de la bandera siria. Uno de los últimos carteles en desplegarse sobre una rotonda reclama una «zona de exclusión aérea sobre nuestro territorio». A escasos doscientos metros de allí se encuentra la sede del PYD (Partido de la Unión Democrática), el dominante entre los kurdos de Siria.

«Los americanos vinieron por su propio interés; nadie les llamó y, de hecho, nosotros ya estábamos luchando desde mucho antes de que llegaran», esgrime desde su despacho Salih Muslim, copresidente del PYD hasta el año pasado. Su experiencia en la arena internacional le lleva hoy a ocupar el puesto de responsable de Relaciones Internacionales del partido, además de ser su portavoz. Este antiguo ingeniero químico de 68 años conoce bien las cárceles de Asad y los rigores de la clandestinidad. Uno de sus hijos combate desde hace años en las filas del PKK; a otro lo perdió en 2013, cuando un francotirador yihadista acabó con su vida. A pesar de todo, Muslim parece negarse a arrojar la toalla.

«Los americanos no prometieron defendernos ni nosotros se lo pedimos. Ya luchábamos mucho antes de que llegaran, y que se retiren no implica que quedemos indefensos. A día de hoy contamos con un Ejército bien armado y entrenado. Podemos proteger el territorio y nuestro proyecto de autogobierno», asegura el kurdo, desde un espartano despacho en que la bandera de PYD -una estrella roja sobre fondo blanco- es el único elemento decorativo.

Justo en mitad de la confusión provocada por los tweets de Trump y las bravatas de Erdogan, un ataque suicida en la localidad de Manbij el pasado día 15 se cobraba la vida de al menos 14 personas, entre ellos cuatro soldados estadounidedses. El atentado era reivindicado por el EI a las pocas horas, pero Muslim matiza:

«Sabemos que son células durmientes activadas por los servicios secretos turcos; es la forma de Ankara de demostrar que pueden atacar en nuestro territorio en un momento en el que Erdogan quiere acelerar la salida de los americanos de esta zona», explica el líder kurdo.

La inestabilidad, unida al frágil equilibrio de fuerzas en Qamishli entre el régimen y la administración articulada por el PYD, fue lo que llevó al traslado del Gobierno del cantón de Yazira a la vecina localidad de Amuda en 2014.

La mayoría kurda de esta localidad a 25 kilómetros de Qamishli, así como la ausencia total del Gobierno de Damasco, hace que las sesiones en la cámara de delegados transcurran sin sobresaltos. Situada justo en la frontera que la separa de los kurdos del norte, la pequeña Amuda es otro de esos lugares donde la estatua de una mujer kurda ha sustituido a la de Asad padre, y donde hombres transportan bombonas de butano sobre el cuadro de sus bicicletas. También es el tubo de ensayo de un experimento político sin precedentes en la región.

Hoy se reúnen una treintena de miembros del comité encargado de regular el currículum en las escuelas de cara al próximo curso. Como es habitual, el acto arranca con un minuto de silencio por los mártires que el intenso frío –nadie se ha quitado el abrigo– hace aún más elocuente. A continuación Hakam Xelo, cabeza de dicho órgano, abre la sesión hablando de la «zona de seguridad», los supuestos planes de Erdogan para dinamitar la demografía en este territorio y por supuesto, Afrín. Se cumple un año del inicio de la ofensiva turca que dejó el cantón kurdo en manos de facciones islamistas.

«Debemos proteger lo logrado con mucho esfuerzo y sacrificio hasta ahora, pero también seguir trabajando», remata Xelo su discurso, antes de abordar ratios de profesores, calendarios y horas lectivas.