Carlos GIL
TEATRO

Con el dolor profundo no es bueno jugar

Hay temas, asuntos, que hieren. Los abusos sexuales en la infancia, la violación, ese terror que se ve en el seno familiar, en el ámbito social y de cercanía, que afecta a muchas personas que lo sufren en un silencio mortificador, se cuenta en esta obra de una manera que busca una suerte de expiación, de solidaridad con las víctimas a través de un acto político como es acabar con la vida de un violador. No hay una linealidad narrativa, se van incorporando capas, vidas de jóvenes que se cruzan, desde el que se reconoce como un perdedor, un excluido, en las orillas de la sociedad, hasta una joven que lucha con el recuerdo de la desaparición de su amoroso padre, su ansia de libertad, su relación con una madre posesiva. Y una tercera persona, una víctima, una joven mujer violada desde los siete años por su padre, que desencadena las circunstancias de la trama.

Un espacio demasiado extendido y con demasiados detalles da cobijo a todas las escenas y lugares donde suceden, para que el trío actoral vaya avanzando hacia territorios que rozan el melodrama, donde las emociones colocan al espectador como testigo de cargo. Juegan como cuando eran niñas a ver quién resiste más el dolor. Conmueven.