Iratxe FRESNEDA
Docente e investigadora audiovisual

París, Texas

Ver “París, Texas” es como volver a los orígenes del cine. Cuando las letras de Sam Shepard se adhirieron a las imágenes de Wim Wenders, surgió un milagro. La intensidad visual del desierto y un viaje con forma de road movie por la América pensada con los ojos de Wim Wenders, son los ejes de la película ganadora la Palma de Oro en Cannes en 1984. Han pasado más de treinta años y su mirada sigue yendo más allá de los retratos que los propios americanos hacen de sí mismos, la suya es la visión forastera, la que percibe detalles inabarcables por los oriundos. Un hombre y una mujer, los celos y la búsqueda de un refugio en las cabinas de los Peep show. La idea del desencanto del sueño americano sobrevuela la historia de un hombre, Travis, que ha perdido la memoria y deambula por las carreteras del país hasta que un día es hallado en el desierto. Travis aparece como si hubiera salido de la nada, dirigiéndose a ninguna parte y, al final de la película, se hundirá en la noche, hacia un destino desconocido.

La emoción surge en la película a través del magno uso de los recursos cinematográficos, desde los movimientos de cámara, el guion, hasta las impresionantes actuaciones de Harry Dean Stanton como Travis y Nastassja Kinski como Jane.

Todo ello, sumado a la banda sonora de Ry Cooder, hace que “París, Texas” sea una película a la que regresar.