Pablo GONZÁLEZ
LA NUEVA «GUERRA FRÍA»

Unión Rusia-Bielorrusia como vía para mantener en el poder a Putin

El alza del precio del petróleo que Moscú suministra a Minsk ha reactivado el debate sobre la «Unión». Bielorrusia teme ser anexionada sin respeto alguno a su identidad, mientras que Rusia no oculta su hartazgo por el doble juego de Lukashenko. La posibilidad de que Vladimir Putin presida el estado unido parece ser otro punto importante de este proyecto

En diciembre de 2018 Rusia anunció una reforma fiscal demoledora para Bielorrusia. Moscú planea ntroducir paulatinamente hasta 2024 modificaciones hasta igualar los precios de los productos energéticos que vende a Minsk al mercado internacional. Ello sería un duro golpe para Bielorrusia, cuya economía perdería con una energía más cara y cuyas arcas dejarían de ingresar por la reventa de parte de lo que Rusia suministra.

En Minsk se empieza a hablar de un intento de anexión encubierto. Mientras que desde Rusia se encogen de hombros y sostienen que esos precios de mercado interno ruso solo podrían seguir si el proceso de unión avanza. Rusia se coloca en una posición ganadora en cualquier caso: si Bielorrusia paga más, mayores beneficios para la economía rusa, si Bielorrusia accede a integrarse, beneficios para la clase política, ya que de facto amplian el territorio bajo control directo ruso. Minsk, por contra, se coloca en una difícil situación. Pagar precios internacionales implica el hundimiento de la economía nacional con unas perspectivas muy sombrías para Lukashenko y la clase dirigente; integrarse en Rusia supone perder buena parte de ese poder, ya que no es lo mismo ser un estado soberano que parte de una federación.

Tras unas primeras declaraciones desafiantes, Minsk parece acepta las negociaciones con Moscú, bien para ganar tiempo o bien para trabajar realmente en esa integración. Si tenemos en cuenta que el tratado inicial se firmó en 1997, hace ya 22 años, puede parecer que los negociadores bielorrusos podrían intentar ganar tiempo. Sin embargo, la situación interna rusa y el panorama internacionales no son para nada parecidos.

Rusia se encuentra mucho más enfrentada a Occidente. Los primeros síntomas fueron el discurso de Putin en Munich en 2007, cuando denunció el mundo unipolar, luego vino la guerra de Osetia del sur en 2008, y la culminación de esta nueva política exterior llegó en 2014: anexión de Crimea y comienzo de la guerra del Donbass. Ello ha obligado a Minsk a hilar cada vez más fino para seguir teniendo las preferencias rusas, pero sin sufrir las sanciones occidentales. Así, ha aprovechado las sanciones y contra-sanciones occidentales y rusas para hacer negocio. Así, Rusia ha recibido gambas o mozzarella bielorrusas cuando impuso limitaciones a estos productos de países occidentales. Igualmente Ucrania ha seguido recibiendo, vía Bielorrusia, combustible, repuestos y municiones para sus tanques que combatían en el Donbass contra tropas prorrusas.

Cuando este puente económico favorece a los intereses de Moscú, no hay problema de que Minsk haga negocio, pero últimamente se le pide más apoyo en unos momentos bastante difíciles para Rusia en el panorama internacional. Bielorrusia no ha reconocido la anexión de Crimea y ha puesto pegas al despliegue de bases militares rusas en su territorio, todo ello visto con mucho recelo en Rusia al tratarse de su aliado número uno. Esta postura de Lukashenko es vista como un intento de sentarse en dos sillas a la vez, mantener una relación especial con Moscú, pero sin enemistarse con Occidente. Tras el ejemplo de Viktor Yanukovich en Ucrania, en el Kremlin parecen haber perdido confianza en estas formulas.

En Moscú ven además que 2024 está a la vuelta de la esquina, el año en el que Putin cumplirá el que debe ser su último mandato presidencial. Se suceden los rumores sobre la sucesión o la perpetuidad de Putin en el poder. Recientemente, el ministro de exteriores bielorruso, Vladimir Makey, ha declarado que uno de los escenarios es la posible unión de Rusia y Bielorrusia en un solo estado presidido por Putin. Ha añadido que Minsk no negocia con su soberanía, pero dada la coyuntura actual, ello parece más bien un deseo vago que una realidad firme.