Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Identidad borrada»

La dificultad para romper con el vínculo familiar

La trayectoria del actor australiano Joel Edgerton en la dirección todavía es corta, y dos largometrajes no dan para sacar conclusiones definitivas sobre su personalidad cinematográfica. De momento está claro que su fuerte es la dirección interpretativa, lo cual tampoco es decir mucho teniendo en cuenta su mayor experiencia actoral. Delante de la cámara suele reservarse personajes negativos, y eso ya es una pista para intuir que le atrae el lado siniestro del ser humano. En su ópera prima “El regalo” (2015) mostraba en forma de thriller de suspense sicológico los miedos inherentes a la pareja, y en su segundo largometraje “Boy Erased” (2018) hace lo propio con respecto a la institución familiar, donde esos temores ocultos se mezclan con la dependencia emocional y práctica.

Pero el género en el que se mueve esta vez cambia bastante, porque por muchos apuntes oscuros que tenga su nuevo trabajo no deja de ser en el fondo un melodrama familiar. Y además el punto de vista predominante es el de un adolescente, porque la película está basada en el libro autobiográfico de Garrard Conley en el que cuenta su traumática experiencia por la no aceptación de su homosexualidad por parte de los padres, quienes le ingresaron en un centro de “conversión” o “sanación religiosa”. El chico, lejos de volverse contra ellos, entra en un proceso de autoformación y se revela contra el programa de Love In Action; mientras que le cuesta más emanciparse del predicador baptista que tiene como padre, y de la sumisa esposa que tiene como madre. No parece tener en cuenta que fueron ellos los que eligieron para él la terapia de choque fanática. En la ecuación debe de entrar un factor de inocencia que me desconecta un tanto, tal vez por culpa de un abismo generacional ante las canciones de pop ñoño que interpreta Troye Sivan, y una de las cuales fue nominada para los Globos de Oro. Al final no pasó de ahí.