Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
TERREMOTO EN LAS ELECCIONES LOCALES TURCAS

Esperanza en la Turquía de Erdogan

El Partido Justicia y Desarrollo (AKP) perdió las alcaldías de las principales ciudades del país. Un batacazo, sobre todo por la ajustada derrota en Estambul, que eleva las esperanzas de quienes llevan 17 años en la oposición. Pero pese al varapalo, es el presidente, Recep Tayyip Erdogan, quien aún ostenta el poder.

La represión en las protestas de Gezi, el golpe de Estado del 15 de julio, un belicismo constante contra los opositores, una crisis económica... Pese a estas adversidades, esta nación encuentra la forma de mantenerse en pie. No lo olvides, en este pueblo siempre hay esperanza y ahora nos aguardan días de felicidad». Este mensaje recibí de un buen amigo tras la derrota de Recep Tayyip Erdogan en las elecciones locales del 31 de marzo.

Esperanza de un cambio que, atendiendo a la realidad, no se antoja tan simple: la delicada situación económica no se esfuma con votos y Erdogan es un gran estratega respaldado por el sistema presidencialista. Además, controla Justicia, Seguridad y Educación. Por tanto, con la disputa telonera en Estambul, donde el AKP reclama repetir los comicios, cabe esperar alguna sorpresa de Erdogan, aunque hasta entonces se verá obligado a acercarse más al panturco Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), estandarte de la violencia política en Anatolia.

Tras un maratón de siete plebiscitos que comenzaron con las locales de 2014, los anatolios, con la posible excepción de los estambulíes, no acudirán a las urnas hasta 2023, cuando se conmemora el centenario de la República y que está marcado en la agenda del presidente como la del inicio de su «Nueva Turquía», más piadosa y que refleje el ascenso de esa periferia marginada por el antiguo orden kemalista. Erdogan sufrirá para ganar, pero tiene opciones: la erosión de su alianza (AKP-MHP) es mínima, con igual resultado que en el referéndum de 2017 y un 2% menos que en 2018. Gracias a que el MHP no se presentó en las principales ciudades de Anatolia, los islamistas subieron un 2% con respecto a 2018 y solo bajaron un 1% comparando con las locales de 2014. Así, el AKP alcanzó el 44% de los votos y el MHP, dejándose 4 puntos, el 7%. Suficiente para que Erdogan clamase victoria y recordase que aventajó en 14 puntos al opositor Partido Republicano del Pueblo (CHP).

Los votos reales del AKP probablemente sean menos, rondando el 40%, aunque no se pueden verificar porque permanecen ocultos bajo la alianza. Por ejemplo, los islamistas no concurrieron en Mersin y Adana, mientras que el MHP se borró en muchas ciudades del oeste y norte de Turquía.

En 'T24', Seyfettin Gürsel apuntó que en 24 provincias en las que AKP y MHP competían, en relación a los comicios de 2018, los panturcos subieron un 10%, cifra perdida por los islamistas. Esta dinámica, más allá de la imagen de portada, es un retroceso para Erdogan, que refuerza al líder panturco Devlet Bahçeli, quien sufrió la traumática escisión del partido IYI.

Tras perder las alcaldías de las principales urbes, Erdogan tiene ahora la imperiosa necesidad de enderezar la delicada situación económica, una de las razones de su ligero retroceso. Como analizó Rusen Çakir en 'Medyascope', Erdogan tal vez se equivocó al promover que el Estado vendiera frutas y hortalizas en plazas de ciudades: largas colas de personas esperaban ayuda rememorando los tiempos de penurias económicas anteriores al AKP. Estas verduras y frutas a precios controlados, tres veces por debajo del precio de venta en los bazares, que no hacían más que mantener el precio acorde a una inflación que supera el 20%, evidenciaron la crisis negada hasta hace poco por el presidente, que ahora culpa a los «terroristas» que actúan en los mercados.

Después de 17 años de poder absoluto, el resultado del AKP no es un fracaso estrepitoso, pero sí una decepción que, como destacó Cengiz Çandar en 'Almonitor', ha provocado que «la percepción de imbatibilidad de Erdogan salte por los aires». Así, se abre la veda para la creación de un nuevo partido de talante liberal e islamista. Se rumorea con ello desde 2015. Antes de las elecciones la prensa aventuraba una formación con el ex primer ministro Ahmet Davutoglu y el exministro de Economía Ali Babacan, ambos primeros espadas durante el período «democrático» del AKP. Tal vez este último es quien mejor se adapta al actual momento de debilidad económica: la depreciación de la lira turca en 2018 fue de un 28%, el desempleo juvenil supera el 24% y los analistas auguran que Erdogan, aunque lo deteste, tendrá que recurrir al FMI.

En el lado opositor, el CHP por fin ha derrotado a Erdogan. El kemalismo cosechó un 30% de apoyo con los votantes de otros partidos opositores, pero la victoria parece contundente. La deriva autoritaria del presidente, la debilidad económica, la unión opositora y una buena elección de candidatos han ayudado a que el CHP venciera en todos los lugares en los que había que ganar.

Lo acontecido en Ankara fue la crónica de una victoria anunciada: el candidato Mansur Yavas, antiguo miembro del MHP, se quedó a pocas décimas del AKP hace cinco años. Esta vez ganó, también por poco. Pero fue en Estambul, contra pronóstico, donde Erdogan recibió la puntilla: el kemalista Ekrem Imamoglu remontó al ex primer ministro Binali Yildirim.

Erdogan, descontento, denunciando irregularidades, impugnó primero el recuento, y el martes presentó una petición formal para repetir, por fraude, los comicios en su amada Estambul, donde comenzó su ascenso político hace 25 años. Es lógico: la diferencia son 25.000 votos, 13.000 tras el segundo recuento, en una urbe que suma el 20% de la población de Turquía y genera el 30% de su PIB, además de ser una herramienta esencial para contentar a la estructura clientelar del AKP.

A la derrota electoral del AKP en las dos ciudades más importantes de Turquía hay que sumarle los fiascos en Mersin, Antalya, Adana y Hatay, todas regiones del este del Mediterráneo. Tradicionalmente aquí los votos cambian en función del hizmet (servicio, en turco).

A medida que la debilidad económica se elevaba junto al número de refugiados, los ciudadanos de estas regiones se han ido apartando de Erdogan. Y el resultado del AKP podría haber sido peor, al menos en número de alcaldías, si los opositores hubieran ampliado sus alianzas a todo el país: en el municipio de Mut, en Mersin, la suma de IYI (31%) y CHP (19%) hubiera arrebatado la Alcaldía al MHP (46%). Pero eran unos comicios locales, y determinadas dinámicas propias han prevalecido con respecto a la predominante esencia de plebiscito general promovida por Erdogan.

El Partido Democrático de los Pueblos (HDP), estigmatizado, razón por la que oficialmente no ha sido parte de la alianza opositora, no presentó candidatos en el oeste de Anatolia, siendo este movimiento clave para el triunfo del CHP. En Kurdistán Norte, donde sí concurría, perdió apoyo al incrementarse la abstención, reflejo de la apatía que levantan las soluciones políticas, pero el AKP solo incrementó sus votos en el 1% que se dejó el MHP. Un resultado que contenta al HDP, que ganó en Kars, Igdir, Siirt, Van, Diyarbakir, Hakkari, Mardin y Batman. En cambio, perdió Bitlis y Mus, regiones clave en las revueltas de Sheikh Said en 1925, y Agri. La sorpresa, por desmesurada, se produjo en Sirnak. Aquí la Alcaldía pasó a manos del AKP con un 61%. En 2018, el HDP superaba el 55%. El vuelco se explicaría, si se puede, por los miles de efectivos de las fuerzas de seguridad allí apostadas y las migraciones que siguieron a la lucha en la urbe, destruida en un 70%.

Una vez refrendado el rechazo al AKP en Kurdistán, la sociedad se pregunta si regresarán a sus ciudades los administradores del Estado, como ocurrió tras la lucha urbana desatada en el verano de 2015. Los candidatos kurdos fueron validados por la Junta Suprema Electoral, aunque ocho alcaldes electos en distritos ya han sido rechazados. Otro mal síntoma es que la Fiscalía ha iniciado una causa legal contra Adnan Selçuk Mizrakli, recién elegido coalcalde de Diyarbakir por el HDP. Esta dinámica, además de la alianza islamista con el MHP, adalid del negacionismo kurdo, vaticina la continuidad de la política belicista del Estado. Y esto apunta a Siria. Erdogan lleva meses insistiendo con una campaña militar, pero necesita el beneplácito de EEUU o Rusia. Y aún no lo tiene, por lo que tal vez esté obligado a sentarse en la mesa negociadora con los kurdos.

Tras su derrota en las elecciones de junio de 2015, Erdogan encontró la solución electoral en el nacionalismo. Ahora necesita un nuevo giro que vaya acompañado de medidas que ayuden a calmar la economía. Tiene hasta 2023 para enderezar la situación. Reconociendo que el sistema presidencialista aprobado en 2017 otorga plenos poderes al presidente, Erdogan podría normalizar las relaciones con la oposición o aumentar su autoritarismo.

Este movimiento es el que esperan conocer los variados actores que hoy elevan sus ideas en Anatolia, donde el Partido Comunista ha vuelto a conquistar una capital provincial: Dersim. Este dinamismo recuerda a años pasados llenos de turbulencias. El problema para algunos, la solución para otros, es que la balanza de Erdogan está en manos de Bahçeli, cuyo partido, el MHP, tiene la cualidad de moverse como pez en el agua en tiempos de crisis. Un mal augurio para mi amigo, ebrio tras la sobredosis de esperanza del 31 de marzo.