EDITORIALA
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China en África, nuevo agente, viejas prácticas

China es ya el principal socio comercial del continente africano. Con los EEUU de Trump en tendencia aislacionista y una UE ensimismada, Pekín ha encontrado en la última década en África un terreno fértil a la hora de expandir su diplomacia silenciosa. Una entrada que se ha dado en dos frentes, primero el económico y después el militar, pero que tiene un componente que trasciende los elementos materiales: China ofrece sus servicios –evidentemente interesados– sin reclamar a cambio maquillaje democrático; algo que sí suelen hacer, con tremenda hipocresía, un hediondo tufo a superioridad moral y muy poco éxito, EEUU y Europa.

El mecanismo de las “ayudas” económicas es sobradamente conocido. China ofrece créditos en mejores condiciones que nadie y va haciéndose así con una porción cada vez mayor de la deuda de los Estados africanos. Y a estas alturas ya sabemos que, de Argentina a Grecia, pasando por Mozambique, no hay como un país altamente endeudado para poder tratarlo como a un trapo. La irrupción militar china resulta más novedosa. Pekín participa ya –de forma notable– en misiones de paz, al mismo tiempo que negocia treguas en Sudán del Sur y apoya a milicias rebeldes en Chad. China, que en 2017 inauguró su primera base militar africana en Yibuti –vendrán más–, ya no es solo un gigante económico a tener en cuenta en África, es una fuerza militar sin la cual no se entiende el continente.

El asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton, acusó recientemente al gigante asiático de usar «sobornos, acuerdos opacos y la deuda para mantener a los estados africanos cautivos». Es una acusación seguramente cierta que, sin embargo, obvia que se trata de los mismos mecanismos con los que Europa y EEUU han ligado en corto a los países africanos desde la descolonización. En un escenario multipolar, los agentes imperialistas van variando –y aumentando en número–, pero los métodos apenas cambian. Sus víctimas, al menos en África, tampoco.