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BILBO

El arte rasgado y espacial de Lucio Fontana

El Museo Guggenheim Bilbao exhibe la obra del artista italoargentino Lucio Fontana, un creador obsesionado por dotar de relieve y dimensión espacial a su pintura a través de cortes y agujeros en sus lienzos. «Lucio Fontana. En el umbral» reúne cerca de un centenar de obras de este artista, que comenzó como escultor y llegó a la pintura cuando ya tenía cincuenta años de edad y una amplia trayectoria escultórica a sus espaldas.

La exposición ha sido coproducida por el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, MET; la Fundación Lucio Fontana, de Milán, y el Guggenheim Bilbao, y comisariada por Iria Candela, especializada en arte latino del MET, y Manuel Cirauqui, del museo bilbaino.

Lucio Fontana (Rosario, Argentina, 1899 - Comabbio, Italia, 1968) comenzó su carrera artística en 1931 tras graduarse en escultura en Milán y las obras en arcilla y yeso de este periodo son las que reciben al espectador en la sala 105 del Guggenheim. Según explica la comisaria del MET, Iria Candela, ya en estas primeras obras se ve su interés por hacer cortes (tagli, en italiano) y agujeros (buchi) en las obras, lo que sitúa su producción en la frontera entre la figuración y la abstracción, hacia la que finalmente se decanta desde finales de los años 40.

Los comisarios de la muestra destacan que en su trabajo escultórico también comienza a utilizar la pintura y el color con el fin de darle un «tratamiento pictórico» a sus obras «e intentar romper la barrera entre pintura y escultura», con lo que ya comienza a subyacer su obsesión por expandir el arte a través de sus distintos medios de expresión.

Salto a la pintura

No es hasta 1949, ya con 50 años, y tras publicar en 1946 el primer manifiesto espacialista, influido por la incipiente carrera por la conquista del espacio y que buscaba expandir el hecho artístico a través de las entonces nacientes nuevas tecnologías, cuando Fontana comienza a agujerear con punzones unas pequeñas pantallas de tela, todavía no son lienzos, en las que inserta pequeñas bombillas de luz eléctrica o pequeños cristales de Murano para dotarlas de luminosidad y dar un cierto relieve a la obra.

A partir de aquí da el salto a la pintura y comienza a imprimir capas de pintura a sus obras para posteriormente agujerearlas y rasgarlas, con lo que busca dotarlas de un relieve y dimensión que las acerque a la escultura.

Desde 1958 estos óleos rasgados con un sencillo “cutter” se convierten en la seña de identidad más importante de su obra y la que le da fama y notoriedad en el mundo artístico europeo de la época, señala Iria Candela.

Explica que el autor reconoció que no era tan fácil como pueda parecer al espectador el darle a las rasgaduras el acabado que perseguía en cada ocasión, ya que tenía que trabajar el corte con sus propias manos, cuando la pintura ya estaba seca, hasta darles el grado de apertura que deseaba en cada una de ellas.

«De esta forma –reveló–, Fontana trabaja la pintura con sus manos, como lo hacía con sus esculturas en arcilla». Candela asegura que Fontana, para dar estabilidad a las hendiduras realizadas, utilizaba una gasa negra pegada en el reverso del bastidor que sostiene el lienzo.

Cuestionados los comisarios sobre los posibles significados de dichas rasgaduras o hendiduras, señalan que las interpretaciones han sido múltiples.

Entre ellas, agrega que podría ser una representación de la vulva femenina o, dada la religiosidad de Fontana, de familia católica (su padre se dedicaba a esculpir imágenes para las tumbas de los emigrantes italianos fallecidos en Argentina), la llaga que dejó en el pecho de Cristo la lanza del soldado romano que acortó su agonía en la cruz.

La muestra concluye con la reconstrucción de sus «ambientes espaciales» y sus experimentos con las luces de neón y el espacio, con los que Fontana sentó el precedente de los desarrollos posteriores en el arte de la instalación y del arte inmersivo.