Dabid LAZKANOITURBURU

La espiral de matanzas en Mali amenaza su existencia como Estado

La matanza de más de un centenar de personas en el marco de una sucesión macabra de masacres y venganzas entre los dos principales grupos étnicos del centro de Mali está poniendo en riesgo la existencia del país africano como Estado. Un Estado que no ha dudado en suplir su ausencia y su debilidad apoyando a uno de los bandos en la guerra sectaria, lo que ha sido aprovechado por los movimientos yihadistas para atizar el malestar del otro bando.

Un grupo armado formado por miembros de la etnia peul (también conocida como fulani) se presentó en la madrugada del lunes en el poblado dogon de Somabe Da (región de Mopti, en el centro del país) y lo arrasó completamente, quemando a la mayoría de sus habitantes en el interior de sus viviendas.

El ataque, que se saldó con al menos 95 personas muertas y 19 desaparecidas –solo medio centenar de vecinos aparecieron en el recuento de supervivientes–, fue en venganza por una matanza similar el pasado 23 de marzo en la misma región de Mopti, cuando una milicia formada por cazadores «donzo», de etnia dogon (animistas cristianos), masacró fríamente a 160 pobladores peuls de la aldea de Ogossagou.

Los dogon, históricamente agricultores (y cazadores) han vivido siempre en las planicies y en los acantilados de Bandiagara, en el centro de Mali. Los peul, tradicionalmente pastores trashumantes, tienen su origen en las tierras áridas del delta del río Níger y están presentes en varios países vecinos. Ambos grupos humanos han coexistido históricamente, no sin fricciones, pero en un ecosistema local que les hacía interdependientes.

La religión como arma

Tras un período de relativa paz después de la independencia de Mali y su configuración como joven Estado, las sequías de los años setenta y ochenta acentuarán la lucha por la tierra y sus recursos entre ambos grupos étnicos. La cuestión religiosa (los peul son, como los tuareg del norte, musulmanes) se superpone y la prioridad que los sucesivos gobiernos de Bamako otorgan a la producción agrícola los condena a la subordinación frente a los dogon.

El golpe militar de 2012 y el incremento de la inestabilidad política tras el desfondamiento del Estado acaba con un período de relativa coexistencia y provocará un efecto multiplicador de los esporádicos enfrentamientos entre dogones y peuls.

Los sucesivos grupos yihadistas que se van instalando y superponiendo en capas en el Sahel aprovechan el resentimiento, reclutando entre los jóvenes peul. A Mujao le seguirá el Frente de Liberación de Macina, liderado por un peul, Amadou Koufa, quien integrará su movimiento en la red yihadista que amenaza al conjunto de los países de la región.

Injustamente criminalizados y tachados genéricamente de «terroristas» por el Estado, los peul, históricamente discriminados, se convierten en objetivo y el Ejército no duda en apoyar la creación de milicias de choque para que suplan su ausencia en vastas zonas del país. En ese contexto se crea en 2016 la milicia dogon «Dan Na Ambassagou» («Los cazadores se confían a Dios») que, desde una perspectiva de limpieza étnica, reivindica un Estado dogon étnicamente puro y la expulsión de los «terroristas» peul.

Los pogromos y exacciones de esta milicia, que cuenta con la complicidad del Ejército y que no ha sido disuelta pese a que Bamako lo prometió tras la masacre de marzo, los ataques yihadistas y las reacciones en venganza de la minoría peul conforman un triángulo terrorífico que ha tenido un nuevo capítulo en la matanza del lunes.

El presidente de Mali, Ibrahim Boubacar Keïtta, advirtió ayer de que este ciclo infernal amenaza la existencia misma del país. De un Estado que, incapaz de hacer frente a las sucesivas ofensivas yihadistas y a las exigencias de derechos políticos por los tuareg, no ha dudado en suplir su debilidad armando a un grupo étnico (dogon) y criminalizando a otro (peul) y provocando una espiral que le vuelve como un boomerang.

A más fuerzas de interposición en el país, más inestabilidad

Mali vive una paradoja: a pesar de la presencia de cuatro fuerzas internacionales en su territorio, que suman más de 20.000 soldados, la inestabilidad se impone y las muertes violentas superan el centenar mensual.

Los ataques yihadistas en los tres primeros meses de 2019 han dejado un saldo de 440 civiles y 150 militares malienses y extranjeros muertos. La misión de la ONU, Minusma, ha perdido desde su despliegue en 2011 a 191 cascos azules, lo que la convierte en la más peligrosa en la actualidad. La fuerza conjunta G5 Sahel (que agrupa a cinco países de la región) perdió a nueve soldados, todos malienses, en una emboscada en marzo en Mopti.

La fuerza Berjane francesa, heredera de la operación Serval, contabiliza 22 bajas militares mortales desde el estallido de la crisis en 2012. Estas fuerzas son objetivo casi diario de Nusrat al Islam wal Muslimin (Al Qaeda) y de Boko Haram (Estado Islámico, ISIS).

Todo ello en el marco de una crisis política que ha convertido en papel mojado los acuerdos de paz de Argel de marzo de 2015, por los que ls independentistas tuaregs de Azawad y otros grupos accedían al desarme a cambio de su integración en el Ejército y de reformas políticas y económicas que no llegan.

El Gobierno asume que no puede convocar elecciones y ha prorrogado un año el mandato de los diputados, hasta mayo de 2020. Mohamed SIALI- Efe