EDITORIALA

Vieja táctica racista contra unas mujeres valientes

Donald Trump no hace nada sin un propósito, sin un cálculo estratégico. Acostumbra a subirse a esa torre para snipers llamada Twitter y dispara a diestro y siniestro. Atacando a cuatro congresistas demócratas cuyas posiciones políticas son marcadamente progresistas, invitando a «volver a sus países» a esas ciudadanas estadounidenses de color, disparó contra la inmigración, las relaciones raciales y la decencia común. No, la suya no fue una bala perdida, ni una reacción fruto de un calentón.

Es una vieja táctica. Se trata de explotar las líneas de división de un país, sean estas sociales, religiosas o raciales, de inflamar los miedos y exacerbar las más bajas pasiones, para conseguir réditos en forma de votos, fama o poder. Y todo ello, sin importar las consecuencias que pueda tener. Entre ellas, la más relevante, la división de EEUU en dos mitades. Una mira horrorizada, sin saber cómo hacer frente a un presidente abiertamente racista, mientras la otra mitad lo aplaude a rabiar. Un escenario lo más parecido a una guerra civil, por ahora con las palabras como arma, que se dirige hacia la batalla crucial: las elecciones presidenciales de 2020 donde Trump se juega su reelección.

Trump apuesta por una política de identidad blanca consciente de que ahí se juega buena parte de su futuro. Pretende fomentar ante esa base el odio hacia el «otro», echar gasolina en los fuegos de la guerra cultural y hacer frente con renovado vigor a los derechos de la mujer, de la comunidad LGTI, de las minorías raciales. Ataca radicalmente a esas congresistas, tildándolas de «antiamericanas» porque los intereses que él defiende le tienen miedo a las propuestas políticas que estas plantean, a sus críticas al monopolio de las grandes corporaciones, a su apuesta por una nueva redistribución del poder y la riqueza económica. Esta «brigada» de valientes mujeres también apunta, y lo hace sin temblarles el pulso, directamente a las causas sistémicas de la opresión en EEUU.