Jaime IGLESIAS
MADRID

«Alejar la cámara de los personajes no refleja un desapego hacia ellos»

Nacido en 1977 en Québec, inició su carrera como documentalista hasta que el estreno de su primer largometraje de ficción, «Los demonios», en Zinemaldia de 2015, le abrió las puertas del mercado internacional. Su última realización, «Génesis», llega ahora a las salas tras haber ganado el premio a la Mejor Película en la SEMINCI de Valladolid y en el Festival de Montreal.

En “Génesis”, Philippe Lesage cuenta la historia de dos hermanos adolescentes enfrentados al primer deseo, a las dudas, a la ansiedad y al cuestionamiento de la propia identidad que esa experiencia les genera y, como luminoso remate, introduce un segundo relato sobre el punto de inflexión de ese deseo a través de la historia de un crío que experimenta el primer amor en el incomparable marco de un campamento de verano.

 

Cuando estrenó «Los demonios», en una entrevista usted decía que los niños tienen una parte oscura muy desarrollada. No sé si fue esa misma idea la que le empujó a explorar la adolescencia en «Génesis».

Bueno, cuando hice “Los demonios” me di cuenta de que los niños son especiales en el sentido de que muchas veces su miedo a desarrollar un sentimiento de empatía hacia los demás les hace ser extremadamente crueles. Los niños son seres sin límite, por mucho que nos esforcemos en ajustar su conducta a unas reglas y eso es justamente lo que me hace rebelarme ante esa idea tan extendida de que la infancia es una etapa de pureza. El caso de los protagonistas de “Génesis” es diferente porque aun siendo adolescentes tienen una conciencia del otro, son seres que o bien han aprendido a socializarse o bien están en ese proceso pero que, en todo caso, han salido de esa burbuja que es la infancia. El torbellino de emociones que experimentan tiene que ver con la violencia del deseo y con el conflicto entre lo que quieren y las barreras que se van hallando en el camino.

 

Pese a que en esta película hace un retrato de la adolescencia frente a su anterior trabajo, más centrado en la infancia, ¿diría que hay una conexión entre ambas obras?

Sí, incluso diría que hay una continuidad dado que en “Génesis” recupero a un personaje como Félix que ya aparecía en mi anterior película. Pero más allá de eso, creo que el vínculo entre ambas viene dado por esa exploración de la sexualidad durante la juventud y todo lo que ese hecho suscita en los personajes, sensaciones de inquietud, de ansiedad y de cuestionamiento de la propia identidad.

 

¿Lo que define la adolescencia es la aparición del primer deseo? ¿Es ese el punto de inflexión en nuestras vidas?

El deseo existe también en la infancia, los niños tienen también una sexualidad aunque este siempre haya sido un tema tabú. Lo que ocurre es que en la adolescencia esos deseos cogen forma, se transforman y se hacen presente, uno tiene la urgencia de experimentar, de tocar al otro. Es una sensación muy fuerte, muy intensa. El adolescente es como una cazuela donde el calor lleva al agua a un punto de ebullición, mientras que cuando eres un niño sientes un calor mucho más templado. Ese punto de ebullición te lo da el entrar en contacto con el otro.

 

A la hora de abordar ese retrato de la adolescencia llama la atención que, en el último tramo de la película, deje en suspenso la historia de Guillaume y Charlotte e inicie otro relato sobre una pareja más joven y en un contexto más candoroso. ¿Cabe interpretarse como un viaje al origen de aquello que luego nos atormentará según crecemos? 

Hay muchas razones por las que me interesaba apostar por una narración fragmentada. En primer lugar no se trata de hacer un simple flash back sino de narrar una experiencia que ya se ha vivido antes, aunque sea apelando a la historia de otra persona. Porque contar ese momento en el que alguien coge la mano de otra persona por primera vez me permitía retratar el instante preciso en el que dejamos atrás una etapa de nuestras vidas y un mundo nuevo se abre para nosotros. Esa sensación de tener mariposas en el estómago nos procura una emoción tan intensa que nos pasamos el resto de nuestra vida intentando revivir ese momento del primer contacto, del primer beso y lo que nos atormenta es la imposibilidad de lograrlo.

 

¿Qué efecto cree que tiene esa ruptura del relato en el tono general de la película?

Eso tendría que decirlo el público pero a mí, personalmente, como espectador me gusta que me sorprendan. Me atraen aquellas películas que se atreven a jugar con los códigos de representación rompiendo las estructuras de narración convencionales. Plantear esta historia así, en dos tiempos, era un modo de desafiar al espectador con un tipo de relato más abstracto, más poético. Pero no quiero que se me malinterprete, detrás de semejante decisión no hay petulancia ni gratuidad, en este sentido he tratado de ser muy honesto con el público. Además también quería evitar que la película terminase con una imagen tan desoladora como esa de Guillaume y Charlotte compartiendo su tristeza dentro de una habitación. Narrar la historia de Félix, el despertar al primer amor en un campamento de verano me permitía añadir un contrapeso de luminosidad y dulzura con el que compensar la dureza de lo que hemos visto y sentido hasta ese momento.

 

El tono de la película es muy despojado, poco enfático. ¿Por qué optó por esa aparente asepsia a la hora de retratar las emociones?

El hecho de alejar la cámara de los personajes no refleja un desapego hacia ellos, yo me siento muy vinculado a sus emociones. No creo que la película tenga un tono aséptico, en todo caso diría que es contemplativa en el sentido de que es la observación precisa de los personajes, de sus comportamientos, lo que hace avanzar el relato.

 

¿Eso es algo que aprendió de su experiencia previa como director de documentales?

Mi trabajo como director de documentales puede que me haya influido a la hora de acercarme a la realidad, pero a mí no me gusta establecer jerarquías pues pienso que da igual que trabajes en un registro de ficción o de no ficción, el cine siempre será cine. Lo que sí percibí dirigiendo documentales es que la verdadera vida es lo que ocurre fuera de nuestro campo de visión, hay un montón de cosas extraordinarias a las que uno apenas presta atención y son esas cosas las que me interesa mostrar en mis películas. En este sentido, me gusta incorporar al relato situaciones fuera de lo establecido en el guion que puedan llegar a enriquecerlo y que sirvan para que el espectador se cuestione dónde acaba lo real y donde empieza la ficción.

 

¿Cómo trabaja eso con los actores? ¿Es difícil llevarlos a ese registro interpretativo tan naturalista?

Al revés, cuando son actores no profesionales o jóvenes, como en este caso, todo resulta mucho más fácil por la sencilla razón de que aún no han adquirido esos vicios interpretativos que, con el paso del tiempo, lleva a los actores a perder frescura y naturalidad. Si yo les digo “intenta hablar como lo harías en la calle”, ellos saben de sobra a lo que me refiero mientras que en un actor más experimentado esa indicación da lugar a un ejercicio de impostación. Intentar eliminar esa impostación, esa teatralidad, me lleva mucho más trabajo que indicarle a un actor joven lo que espero de él.

 

Cuando presentó «Los demonios» usted dijo que había tirado de recuerdos, de experiencia para armar el relato. ¿En esta ocasión también lo ha hecho?

Sí, aunque no se trata de una película autobiográfica en un sentido estricto, ya que lo que les ocurre a estos personajes no son cosas que me hayan pasado a mí directamente, pero siempre que escribo un guion procuro trabajar sobre la experiencia de personas cercanas a mí, personas a las que quiero. Por eso me gusta decir que la base de mi inspiración como cineasta es siempre real. Para mí no tendría ningún sentido contar cosas que no me conciernen o que he observado de lejos o, peor aún, cosas o ideas extraídas de otras películas aunque eso no quiere decir que, de vez en cuando, no me permita introducir algún que otro guiño cinéfilo. En “Génesis” la escena de la batalla de almohadas, por ejemplo, es un homenaje claro a Jean Vigo y a su película “Cero en conducta”.