Iker BIZKARGUENAGA
MINERÍA DE AGUAS PROFUNDAS

UNA NUEVA AMENAZA PARA EL PRINCIPAL ECOSISTEMA DEL MUNDO

Las profundidades marinas constituyen el ecosistema más grande del planeta y son el hábitat de especies únicas. Pero también albergan grandes riquezas minerales, objeto de deseo de empresas y de países. Greenpeace ha alertado de la amenaza que representan para los castigados océanos.

El ser humano lleva desde tiempos inmemoriales mirando al cielo, observando el sol, la luna y las estrellas, y aún hoy, cuando de vez en cuando se informa del hallazgo de nuevos planetas, se genera una ilusión colectiva. Nos fascina el espacio exterior. Por contra, lo que hay en el profundo interior, aunque nos resulte casi igual de desconocido, no provoca ese interés. O no lo ha hecho hasta ahora, porque algo ha empezado a cambiar.

Desde luego, interés no les falta a las empresas que desean hacer de los fondos marinos un nuevo espacio a colonizar. Grandes compañías como la multinacional armamentística Lockheed Martin, por ejemplo, que ha decidido adentrarse en la industria minera, concretamente, en la que se pretende abrir paso en los océanos y que ha encendido todas las alarmas medioambientales.

Vinculada a nuestra supervivencia

Hace unos días Greenpeace hizo público un informe en el que alertaba del «daño irreversible» que podría provocar la minería en alta mar a menos que se establezcan garantías medioambientales más estrictas. En el trabajo “In Deep Water” (En aguas profundas), el organismo ecologista advierte de que esa actividad, en fase preliminar, «podría provocar la extinción de especies únicas», y pide a los gobiernos que acuerden un Tratado Mundial de los Océanos que anteponga la conservación a la explotación. «La salud de nuestros océanos está estrechamente vinculada a nuestra propia supervivencia», destaca a este respecto Louisa Casson, integrante de la campaña de Protección de los Océanos de Greenpeace, quien advierte además de que «a menos que actuemos para protegerlos, la minería de aguas profundas podría tener consecuencias devastadoras para la vida marina y la humanidad».

Recuerda Casson que las profundidades marinas «son el ecosistema más grande del planeta y el hogar de criaturas únicas que apenas comprendemos» y avisa de que la actividad minera «podría destruir maravillas de las profundidades incluso antes de que tengamos la oportunidad de estudiarlas». Se estima que hasta la fecha sólo se ha explorado el 0.0001% del lecho marino.

El informe de Greenpeace incluye citas de científicos, gobiernos, ecologistas y representantes de la industria pesquera que alertan de las amenazas a la vida marina en amplias áreas, por la maquinaria minera y por la contaminación asociada a ella, si los gobiernos permiten que comience su actividad. En este sentido, los expertos coinciden en que la eliminación de partes del fondo oceánico podría acarrear perturbaciones de la capa béntica, aumentando la toxicidad de las columnas de agua y de los penachos de sedimentos. Asimismo, eliminar partes del lecho perturbará el ecosistema, provocando alteraciones permanentes. Junto a ello, las fugas, los derrames y la corrosión alterarían la composición química del área afectada.

El documento explica además cómo la minería de aguas profundas podría empeorar la crisis climática, al minorar las reservas del llamado “carbono azul” que permanece en los sedimentos del fondo marino.

29 licencias de exploración

La actividad comercial en este ámbito no ha comenzado todavía, pero hasta la fecha ya se han concedido un total de 29 licencias de exploración a China, Corea, Reino Unido, el Estado francés, Alemania y Rusia, que han puesto sus ojos sobre vastas áreas de los océanos Pacífico, Atlántico e Indico que suman una superficie conjunta de más de un millón de kilómetros cuadrados. La ya citada firma estadounidense Lockheed Martin ha sido agraciada con dos de esas licencias.

El estudio del grupo ecologista expone también la debilidad que causa la actual fragmentación de la gobernanza de los océanos y acusa a la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (International Seabed Authority-ISA), el organismo de las Naciones Unidas responsable de regular la industria minera de aguas profundas, de priorizar intereses corporativos por encima de una protección marina firme. Casson afirma a este respecto que la ISA –que regula la minería marina de los países fuera de su Zona Económica Exclusiva, un área de doscientos kilómetros que rodea la costa– «no es apta» para proteger los océanos, porque está a su juicio «más preocupada por promover los intereses de la industria minera de aguas profundas y de hacer lobby para no lograr un firme Tratado Global de los Océanos».

«Es fundamental que los gobiernos acuerden un Tratado en la ONU lo suficientemente sólido como para allanar el camino para la creación de una red de santuarios marinos que dejen fuera del alcance todas las formas de explotación industrial, incluida la minería en aguas profundas», valoró la representante de Greenpeace, añadiendo que también se necesita «hacer cumplir los más altos estándares ambientales para impedir actividades de este tipo en los santuarios».

Una trayectoria irregular

La minería marina tiene una trayectoria más dilatada de lo que parece, aunque también muy irregular. A mediados de los 60, la publicación de “The Mineral Resources of the Sea” (1965) por John L. Mero disparó las labores prospectivas en los mares, ya que en el libro se afirmaba que se podrían encontrar suministros casi ilimitados de cobalto, níquel y otros metales en los océanos del planeta, donde estarían depositados en nódulos de manganeso a profundidades de unos 5.000 metros. Algunos países, incluyendo el Estado francés, Alemania y EEUU, enviaron barcos de investigación en busca de esos nódulos. Sin embargo, las estimaciones iniciales de la viabilidad de la minería marina resultaron ser muy exageradas, y esa sobrestimación, junto con un acusado descenso en los precios del metal, llevó a que prácticamente se abandonara la minería de nódulos en los 80.

Pero desde hace unos años la minería marina ha entrado en una nueva fase. Por un lado, la creciente demanda de metales preciosos, especialmente en los grandes países emergentes, que se ha sumado a la existente en los países desarrollados, ha supuesto la búsqueda de nuevas fuentes para saciarla. Por otro lado, el aumento de la población mundial presiona la búsqueda de nuevos fertilizantes artificiales, lo que a su vez ha renovado el interés en la minería de nódulos fosforosos en los cañones del suelo oceánico. A través de ellos se pueden conseguir fertilizantes basados en fósforo, lo que puede cobrar una importancia significante en el ámbito de la producción de alimentos.

De momento, ya se ha constatado la existencia de depósitos de cobalto, vanadio, molibdeno y platino en costras de manganeso a entre 800 y 2.400 metros de profundidad; cobre, plomo y zinc, oro y plata en depósitos de sulfuro (1.400-3.700 metros); y níquel, cobre, cobalto y manganeso en nódulos polimetálicos (4.000-6.000 metros). Minerales, que sin alcanzar la dimensión atribuida por Mero hace medio siglo, sí que se encuentran en el fondo marino normalmente en mayor concentración que en las minas terrestres.

Coincidiendo con la publicación del informe, el barco “Esperanza” de Greenpeace emprendió viaje al Atlántico para llevar a cabo una nueva investigación en la Ciudad Perdida, una formación espectacular de chimeneas hidrotermales activas que se elevan sobre el fondo y pueden contener pistas sobre el origen y la evolución de la vida. A pesar de que esta zona ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, se encuentra bajo amenaza después de haber sido incluida en un contrato de exploración otorgado por la ISA al Gobierno polaco en febrero del pasado año.

Una vez más, habrá batalla entre quienes buscan preservar la riqueza del planeta y quienes quieren aumentar la suya. Y de batallas sabe un rato el mayor fabricante de armas del mundo, enrolado con estos últimos.