Curro VELÁZQUEZ GAZTELU
IRUÑEA
Entrevista
ALONSO NÚÑEZ, «RANCAPINO»
CANTAOR

«La familia es el legado, es la herencia sonora que debe perdurar en el flamenco»

Alonso Núñez, «Rancapino» (Chiclana de la Frontera, Cádiz, 1945), es uno de los últimos eslabones del flamenco sin concesiones. Su voz ronca y modulada ejecuta los cantes de la bahía gaditana como nadie. Un flamenco de las escuelas naturales. Acaba de pasar por Iruñea, dentro del ciclo «Generaciones, mitos y promesas» de Flamenco On Fire; ha sido un privilegio poder tenerlo entre nosotros. Un auténtico libro abierto.

Usted pertenece a la generación de Pansequito y Camarón. ¿Qué cree que han aportado al panorama flamenco?

Hemos aportado la calidad, esa calidad que hasta entonces no había en el flamenco. Mi abuela “La Obispa” cantaba que quitaba el sentido, al igual que mi hermano “El Orillo”. En mi familia hay un recorrido bueno hacia el flamenco.

Alonso, usted que conoce bien los entresijos del flamenco, ¿cómo ve el panorama actual del flamenco?

A los chavales les aconsejaría que escucharan a los viejos y a las viejas cantaoras. Que escuchen el cante y al mismo tiempo sepan lo que escuchan. Lo bonito es saber de dónde viene el cante. Hay que cantar doliéndote. No ha perdurado la calidad de cantaores buenos que te eleven, que te emborrachen. Eso ya no se ve.

¿Y el flamenco de hoy en día?

Nada tiene que ver. Antes te rompías la camisa escuchando cantar. Hoy el cante es light, no es de vivencias como el de antes. Antes cantabas para quitarte las penas en tu casa o en fiestas familiares, pero no encima de un tablao.

Habiendo actualmente más posibilidades para aprender flamenco, ¿por qué es tan difícil que salgan figuras de la talla de Mellizo. Terremoto o Mairena?

Primero tiene que nacer la persona con arte; si no, apaga y vámonos. Después, hay que saber dar con las teclas para los cantes del flamenco. Y otra cosa primordial es vivir las juergas desde chiquitito, y hoy en día se están perdiendo esas juergas que duraban tres días con sus noches. Esas eran la mejor escuela de cante, toque y baile, era el sitio en donde empezabas a coger tu estilo. Además, había entre los artistas una competencia sana, a ver quién lo hacía mejor, y eso para los que empezábamos era algo muy bonito. Había mucho duende, mucho aire, pero ya queda muy poco de eso.

¿Cómo ve lo que se ha denominado la «apropiación cultural», el que haya músicos jóvenes que han llevado el flamenco a su propio terreno?

El cante tiene que nacer con uno. A mí no me vale que lo aprendas en una academia. Te tiene que pellizcar el cante. Yo conozco japoneses que cantan por soleá, seguiriyas, pero por mucho que lo intenten estas personas no han tenido las vivencias que hay que tener para poder transmitir el cante.

Su cante ha estado muy vinculado a la bahía gaditana, a los cantes de Cádiz.

Como sabes soy de Chiclana, que pertenece a la bahía gaditana, y yo siempre he andado por Cádiz desde chiquitito. Mis referentes y maestros fueron Aurelio Sellés y Manolo Vargas, cantaores que llevaban la cultura flamenca de Cádiz, Cádiz. Y yo me he recreado en este mundo junto a Camarón.

Sin embargo, vemos cómo los cantes de Cádiz están sufriendo un gran letargo. ¿A qué cree que es debido?

Los cantes de Cádiz han sido más difícil de ejecutarlos que los de Jerez, que es uno de los lugares donde sí se conservan las antiguas formas de entender el cante. En Jerez cualquiera canta por bulerías y en Cádiz es más difícil porque son cantes cortos, con mucho duende, mucho paladar, con ese toque trasatlántico. En Jerez canta cualquiera, pero en Cádiz es más complicado. Sí es cierto que las agrupaciones carnavalescas y su profesionalización, han tirado de voces y guitarras que iban por el camino del flamenco y eso ha contribuido a que el panorama flamenco de Cádiz esté un poco más desierto que en el pasado.

Vemos como su hijo, Rancapino hijo, está cantando a las mil maravillas y su nieta Esmeralda está empezando también. En el flamenco las estirpes familiares son algo fundamental. ¿Cree que es algo que debemos cuidar como un tesoro?

De ahí viene todo, de las familias cantaoras, bailaoras, tocaoras. Y cada una tiene su estilo, que le hace ser distinta a las demás. Eso es algo que debemos cuidar como lo más importante que tenemos, sin lugar a dudas. La familia es el legado, es la herencia sonora que debe de perdurar en el flamenco.