EDITORIALA

Urkullu, mirada burocrática al drama del Mediterráneo

Tras 20 días, los 83 náufragos que aún seguían en el Open Arms llegaron a puerto seguro en Lampedusa. Todavía espera la nave de Médicos sin Fronteras, Ocean Viking, con más de 350 migrantes rescatados a bordo. Sus odiseas dejan al descubierto el macabro juego de presiones que se traen los estados de la Unión Europea en el Mediterráneo. Desbordados e incapaces de implementar una solución, han revelado todo su desprecio por los derechos humanos, además de una absoluta falta de humanidad.

En esta tesitura, en que los estados ostentan las competencias y marcan las pautas, el lehendakari de la CAV, Iñigo Urkullu, ha anunciado un viaje al Vaticano la semana que viene para presentar en la Santa Sede su propuesta sobre el reparto de migrantes. Algo similar hizo hace dos años con el proyecto de corredores humanitarios auspiciado por la Comunidad de San Egidio. Esta vez su propuesta, bautizada como «Share», incluye una fórmula para repartir a los migrantes que pondera tres criterios: renta, población y tasa de paro. Un esfuerzo analítico y político que parece loable a priori, pero que pasado a limpio deja unos resultados muy pobres. En el caso concreto del Open Arms –con 83 migrantes, cinco estados dispuestos a acogerlos y 17 comunidades autónomas en el caso del español– da para que cada comunidad acoja a entre una y dos personas. No parece un esfuerzo descomunal, y mucho menos para una administración que está gastando anualmente millones de euros en un proyecto de alta velocidad sin ninguna rentabilidad económica ni social.

Ante una tragedia humana que exige decisiones políticas de alcance, es extraño que Urkullu vaya al Vaticano y resulta burdo que lo haga con una calculadora en la mano. Es un enfoque propio de una visión burocrática, que busca eliminar de la ecuación cualquier contenido político. Y eso es lo que precisamente falta en el Mediterráneo: política con mayúsculas, además de humanidad.