Karlos ZURUTUZA

¿ES ESTE EL HOMBRE CLAVE EN LA GUERRA AFGANA?

Los cinco delegados talibán que negocian con Estados Unidos en Qatar fueron intercambiados por un marine que desertó en Afganistán en 2009. Traidor para los suyos, Bowe Bergdahl es también una pieza esencial en el rompecabezas afgano.

La noticia la daba la revista “TIME” en marzo aunque apenas ha tenido repercusión mediática. En un artículo firmado por Michael Ames, el periodista e investigador norteamericano aseguraba que los cinco talibanes que conforman la delegación negociadora con Washington en Qatar son los liberados en 2014 por la Administración Obama para ser intercambiados por el soldado de infantería, Bowe Bergdahl. Este último abandonó su posición en Afganistán en junio de 2009 por razones aún sin esclarecer y fue capturado por los talibanes, quienes lo retuvieron durante cinco años.

La Administración Obama mantuvo en secreto el intercambio de prisioneros, no solo por la seguridad operativa en la frontera afgano-pakistaní, sino también para tenerlo alejado de los adversarios políticos en Washington. «Nosotros tenemos a un desertor y ellos a cinco asesinos que ya están preparados para intentar destruirnos», dijo Donald Trump a la cadena Fox nada más enterarse. Lo repetiría varias veces durante una campaña en la que el soldado Bergdahl sería, tras Hillary Clinton, la persona más insultada por el actual presidente de EEUU. «En los buenos tiempos a los traidores se les pegaba un tiro y se acababa con el problema», llegó a decir en público el entonces candidato. Muchos, además de Bergdahl, vieron en esas palabras una «incitación al asesinato».

Durante su cautiverio de cinco años en Afganistán, Bergdahl sufrió torturas y todo tipo de privaciones a manos de sus captores. En una exclusiva entrevista concedida en octubre de 2017 al periodista británico Sean Langan –secuestrado por la misma célula talibán–, Bergdahl explicó que intentó huir dos veces: durante la primera, anduvo perdido por las montañas del noreste de Afganistán hasta ser capturado y metido en una jaula para animales; en el segundo intento, trató de buscar refugio en una aldea, pero fue devuelto a sus secuestradores por la población local. Sus captores le ataron de pies y manos y le golpearon en las piernas y los pies con barras y cables de cobre para evitar un nuevo intento de fuga. Entre paliza y paliza, aparecían en Internet vídeos del marine pidiendo su liberación. Los talibanes pidieron un intercambio de prisioneros desde el día uno.

Bergdahl fue ascendido a sargento durante su cautiverio y degradado a soldado de nuevo tras su liberación. De vuelta en su Idaho natal fue sometido a una exhaustiva investigación por el Ejército, así como a un proceso judicial de tres años por un equipo de cincuenta abogados del Pentágono bajo las administraciones de Obama y Trump. Tras admitir los cargos de deserción ante un tribunal militar en noviembre de 2017, a Bergdahl se le conmutó la pena de cárcel y acabaría licenciándose del Ejército «con deshonor» poco después.

Ironías

No pasó ni medio año hasta que la Administración Trump comenzó a comunicarse en silencio con los talibanes para alcanzar un acuerdo de paz en Afganistán. Aquellos a los que el presidente llamaba de forma rutinaria «terroristas sanguinarios» eran exactamente los mismos que encabezan hoy una delegación que podría estar engrasando la salida definitiva de EEUU de Afganistán. Las conversaciones con los talibanes llevan en marcha en Doha( Qatar) desde enero.

La ironía de todo este episodio de la guerra de Afganistán resulta apabullante, y aún más según se conocen nuevos detalles. En el único libro sobre el «caso Bergdahl» escrito hasta la fecha (American Cipher: Bowe Bergdahl and U.S. Tragedy in Afghanistan. Penguin, 2019), Michael Ames, su coautor, asegura que uno de los cinco delegados afganos, Abdul Wasiq, era ministro de Inteligencia cuando, en noviembre de 2001, se reunió con agentes estadounidenses y se ofreció a ayudar a localizar a su jefe: el mulá Omar. Wasiq llevaría un dispositivo GPS para conducirlos directamente hasta su misterioso y escurridizo líder –muerto en abril de 2013– pero, poco después de la reunión, los estadounidenses lo detuvieron, le ataron las muñecas con bridas, lo cegaron con gafas rellenas de bolas de algodón y le insertaron un supositorio tranquilizante en su recto. Los siguientes doce años los pasaría en Guantánamo. Según los registros oficiales del Pentágono, Wasiq había sido interceptado y detenido «para proporcionar información sobre la ubicación de Omar».

Probablemente no llegaremos a saber si se trató de algo premeditado o, simplemente, de un fallo de coordinación entre la miríada de agencias de Inteligencia norteamericanas. Sea como fuere, otros movimientos resultan más visibles. Tras la liberación de los cinco talibanes en 2014, estos fueron recibidos en Doha, donde las autoridades les obsequiaron con un pastel a cada uno antes de ponerlos bajo arresto domiciliario. Desde entonces, han vivido en el pequeño país de Golfo en la sombra, si bien las conversaciones de paz con Trump los han vuelto a poner bajo los focos.

Mientras en Doha la realidad triunfa sobre la retórica, los talibanes controlan más territorio que nunca desde que comenzó la guerra más larga de EEUU. Nada más transmitir Trump su deseo de salir del país, la insurgencia afgana no tardó en diseñar un calendario que marca en rojo la retirada total de las fuerzas estadounidenses en menos de un año.

En cuanto a Bergdahl, jamás se dio con una pizca de evidencia creíble de que simpatizara con los talibanes; de hecho, nunca fue acusado formalmente de traición. Hoy vive en algún lugar del medio oeste americano, donde se refugia tanto de los medios como de todos aquellos que aún quieren su cabeza.