Víctor ESQUIROL
MIENTRAS DURE LA GUERRA

Estado en excepción

No es un trozo de tela cualquiera; no son unos simples colores... es todo lo que esto simboliza. Una bandera ondea, de manera casi hipnótica, por obra de la fuerza de un viento que no cesa. Con esta imagen arranca “Mientras dure la guerra”; con un plano cuyo planteamiento y posterior evolución (cromática), confirman una primera secuencia que se descubre como brillante carta de presentación.

No olvidemos que para su séptimo largometraje, Alejando Amenábar decide partir de la osadía (o directamente insensatez) de resucitar los fantasmas de uno de los episodios más oscuros de la Historia española. De la Guerra Civil, para ser más exactos, ese choque sangriento resuelto con la clásica división entre vencedores y vencidos, dos bandos condenados a estar atrincherados, por siempre jamás, uno enfrente del otro. Son todos ellos, ya se ve, conceptos visuales que inevitablemente vienen con su correspondiente carga metafórica. Es un material sensible, no hay duda, cuyo análisis, por supuesto, entraña el serio y altísimo riesgo de herir sensibilidades.

Pero es que una buena clase de Historia (es decir, indagar en los males del pasado para entender los vicios del presente) se supone que tiene que jugar con esto. Por mucho que la película pudiera pasar, a simple vista, como un drama de época visto desde la atalaya privilegiada de las grandes celebridades, el verdadero interés de Amenábar está en ver, mostrar y comprender qué es lo que rodeó a estos grandes personajes.

Es ahí cuando el film dibuja un tiempo y un territorio muy poco abonados a la épica. Es el páramo de los grandes líderes; pasto deprimente de hombres dubitativos y acomplejados... Caldo de cultivo para la consagración de los reyes de lo menor. Las propias formas de la película (pálidos reflejos de la grandeza cinematográfica que algún día llegó a ostentar este director nacido en Chile), no dejan de ser un sobrecogedor y revelador síntoma del que, al fin y al cabo, es el objetivo de la propuesta.

Me refiero, por supuesto, a hablar de un mundo tan a la deriva, que los bandos que supuestamente lo definen, hayan perdido casi por completo sus rasgos distintivos. En este sentido, el logro más remarcable de “Mientras dure la guerra” es el retrato de un Francisco Franco definido por una cautela y unas inseguridades (por un perfil bajo y muy gris, vaya) que, para mayor sobresalto, lucen como el germen de la clase política con la que nos ha tocado convivir.

Gente aparentemente inofensiva, pero realmente peligrosa. Es la guerra que nunca termina, y que se ha cristalizado en un estado de excepción... para un estado en permanente excepción. La muerte de Millán Astray se enfrentó a la inteligencia de Unamuno... y al final, ganó la mediocridad.