Maider IANTZI
IRUN
JORNADA DE OLATUKOOP: «¿COOPERAMOS PARA CUIDARNOS?»

Cooperar puede ayudar pero no es la solución al problema de los cuidados

Olatukoop ha desarrollado una labor con agentes que trabajan con las cuidadoras, las mismas cuidadoras y las usuarias. A todas les plantearon la misma hipótesis: ¿la cooperación es una herramienta útil para dignificar los cuidados? La respuesta es afirmativa, pero el problema es estructural y la solución también tiene que serlo.

«La cooperación es lo mínimo que se puede hacer para no sentirnos tan solas y para ayudar a cumplir todos los derechos que no se respetan», declara Silvia, cuidadora del colectivo Trabajadoras No Domesticadas. «Todos tenemos que cooperar con el cuidado –añade–. Sin cuidados no hay vida, y es responsabilidad de la sociedad, de las instituciones... que no siga cayendo en manos de mujeres empobrecidas, migradas».

«Vamos llegando poco a poco a las instituciones. Estamos haciendo incidencia política en los ayuntamientos, pero todavía queda mucho camino. Por ejemplo, empezamos a tejer redes con los sindicatos».

Para ella, lo bonito de las jornadas “¿Cooperamos para cuidarnos?”, que se celebró de la mano de Olatukoop el pasado 21 de setiembre en Irun, fue conocerse y sacar ideas.

Aidee Escobar, perteneciente también a Trabajadoras No Domesticadas, comenta que a las cuidadoras no les resulta fácil reunirse, sobre todo a las internas. «Yo saco tiempo de donde puedo porque es una labor muy importante, me gusta y debemos seguir».

«El trabajo de interna, ojalá que algún día desaparezca porque es una semiesclavitud», subraya. Su situación ha mejorado gracias a la cooperación. «Cuando voy a una entrevista tengo conocimiento, sé mis derechos. Cogemos lo que nos viene por necesidad pero es muy importante que el jefe sepa que no le va a quedar más remedio que mejorar las condiciones y cumplir los derechos aunque al principio diga que no».

Conocerlas de cerca

En el proyecto de Olatukoop, centrado en Gipuzkoa y financiado por la Diputación, han entrevistado a SOS Arrazakeria, Adiskidetuak, Sorburu y Cáritas, agentes todos que trabajan con mujeres migrantes cuidadoras; han realizado una sesión con cinco de ellas; y otra con usuarios y posibles usuarios. También han elaborado una investigación. Como resultado del proceso, se celebraron las jornadas y antes de que acabe el año se publicará un documento que resume el estudio.

Dentro de Olatukoop, las asociaciones Parean, Hiritik At y Talaios han sido las que han sacado adelante la labor.

Miren Lantz y Enara Iruretagoiena, participante y coordinadora de Olatukoop, concretan cómo puede ayudar el cooperativismo. Puede mejorar el salario, ayudar en el empoderamiento y en el ascenso profesional. Puede garantizar los mínimos establecidos y defender los derechos laborales, contactar con usuarias o usuarios en mejores condiciones y lograr financiaciones externas. Además, favorece el apoyo mutuo y emocional y el acceso a los derechos, siendo una herramienta para la regularización y convirtiéndose en un punto de encuentro referencial.

Iruretagoiena y Lantz remarcan que esta labor les ha permitido conocer de cerca realidades que antes les resultaban lejanas, realidades atravesadas por la raza, la clase y el género. «El sistema público no tiene capacidad o voluntad para solucionar esta crisis de cuidados y se ha sistematizado la economía sumergida. La Ley de Extranjería empeora la situación».

Las cuidadoras son, sobretodo, latinoamericanas y en sus países de origen tienen mucha cultura de cooperación, por lo que las participantes de Olatukoop se han acercado a ellas sin paternalismos. «Nos han subvencionado para continuar y la idea es crear un programa para hacer pruebas piloto. Este curso estudiaremos en qué municipios se puede poner en marcha la cooperación entre ayuntamiento, cuidadoras y usuarias».

Cuidem Lluçanes

La cooperativa catalana Cuidem Lluçanes puede ser una buena referencia. Participó en las jornadas, al igual que MunduBat, Malen Etxea, LAB, cuidadoras y potenciales usuarios que están reflexionando sobre el envejecimiento. Se reunieron 40-50 personas, pero «cualitativamente fue increíble» y su deseo es mantener la red creada. Mercè Panyella, de Cuidem Lluçanes, volvió de Irun «con muchos ánimos y aún más ganas de trabajar. ¡Hay tanta injusticia!».

Lluçanes es una subcomarca que va camino de ser comarca. Tiene casi 400 kilómetros cuadrados, un poco más que Donostialdea, pero solo 7.516 habitantes. Está constituida por trece municipios, englobados en un consorcio. La cooperativa de cuidados nació a partir del consorcio, tras un estudio en el que se vio que había mucho paro entre las mujeres mayores de 45 años y que la población rural estaba envejeciendo. «Aquí, la gente aguanta hasta que realmente no puede más y se va a morir a una residencia».

Con un grupo impulsor y con apoyo institucional, se pusieron en marcha el pasado octubre. ¿La valoración? «¡Estamos aquí! Siete personas contratadas en un territorio que se está despoblando, donde no hay nuevas industrias, es un exitazo».

Aidee: «Me decía ‘estás gorda, no comas, no vistas así’»

Al igual que Silvia, milita en el colectivo Trabajadoras No Domesticadas. «Empezamos siete mujeres de distintos países. Coincidimos en una escuela de economía feminista, en 2014, en Basauri. Nos dijimos: quién más que nosotras va a contar lo que sufrimos. Somos diversas, pero partimos de la mirada feminista: queremos darle la vuelta a esta situación».

Aidee Escobar es de Bolivia y lleva 14 años en Bilbo. Ha trabajado ocho años como interna. «Estuve sin papeles, después los obtuve pero el segundo trabajo que tuve fue una experiencia horrorosa. Un 31 de diciembre discutí con mi jefa, que era la hija de la persona mayor a la que cuidaba, y me echó a la calle sin más razón. Hasta ese momento nunca le había levantado la voz. Me quedé en la calle con mis maletas. Con las vacaciones perdidas y sin tener a dónde ir. Minó tanto mi moral en los cuatro años en los que estuve con ella... Aguanté porque tenía un hijo en Bolivia».

«Estuve en unas condiciones muy duras; era su autoridad sobre mí. Me decía ‘estás gorda, no comas, no vistas así’. Mucha gente no lo sabe pero trabajar de interna es una violencia. Lo que me pasa a mí se repite. Muchas mujeres migradas, empobrecidas, con necesidad, aguantando muchas violencias, no solo la sexual, también el control en todos los aspectos».

«Yo tuve esa experiencia y no tenía una red. Estaba sola porque este trabajo es aislado. Empecé a buscar gente y una amiga me guió y me dijo que fuera a la asociación. Es muy importante que las mujeres sintamos apoyo, que conozcamos derechos básicos, que podamos negociar. Ahora, con mucho gusto, ayudo a muchas mujeres que están pasando la misma situación que yo pasé. Hay confianza, aprendemos Derecho juntas, no actuamos como si supiéramos todo».

«Ahora mi hijo está aquí. Estudia tercero de la ESO. Yo cuido a una señora mayor a jornada completa. También es difícil. Ella tiene cuatro hijos pero están fuera. Yo me encargo de todo. Estoy ocho horas con ella. Está en silla de ruedas y tiene una fuerte depresión. He conseguido trabajar de lunes a viernes, eso es lo bueno, para estar con mi hijo y en la asociación. He conseguido mucho. Estoy bien y mal. Sicológicamente es duro, lo paso mal todos los días». M.I.

Silvia: «Es muy grande dar el salto y formar a otras mujeres»

«Las jornadas fueron muy enriquecedoras. Nos pasó de todo –cuenta entre risas–. Fuimos doce cuidadoras de Bilbo. Cogimos el autobús, el tren, este se estropeó… Llegamos apuradas y, sin respirar, empezamos a hablar».

Le gusta que al cuidado se le dé cada vez más prioridad. «La mayoría de la gente no ve aún que es un trabajo, pero estamos sosteniendo la vida. En el caso de las mujeres migradas, aquí y en nuestros países de origen. Tengo la esperanza, si no es para mí para las nuevas generaciones, de que todas tengan sus derechos». Desde que llegó desde El Salvador a Euskal Herria hace doce años se ha dedicado al trabajo de hogar. «Empecé a cuidar a personas mayores, a limpiar casas… Luego me saqué un curso de auxiliar de enfermería pero... ¡fui descubriendo que me gustaba cuidar niños! (se ríe). De lo que no me he librado ha sido de la limpieza». Ahora sus condiciones están «bastante bien», aunque le gustaría tener más estabilidad y una jornada de ocho horas en lugar de cuidar en cuatro casas. No olvida a las internas. En la asociación Trabajadoras No Domesticadas, «formándonos nosotras queremos llegar a ellas, porque no tienen tiempo. Te hacen sentir que has nacido con la escoba y es grande dar el salto y formar a otras mujeres».

Continúan con los talleres y están haciendo una radio-revista (la presentaron ayer), además de una campaña de sensibilización por una vida digna. Sus testimonios se han mostrado en las bocas de metro y ahora están en las marquesinas. Han realizado una investigación con MunduBat, que se recoge en un libro. Las propias cuidadoras entrevistaron a otras cuidadoras.M.I.