Mikel ZUBIMENDI
DONOSTIA
Entrevista
WILLIAM FRIEDMAN Y PAMELA DIGGLE
INVESTIGADORES DE LA CIENCIA BOTÁNICA

«Somos uno entre muchos; eso nos enseñan las plantas, nuestro sitio»

Profesores de organísmica, ecología y biología evolutiva en la universidades de Harvard y Connecticut respectivamente, estas dos eminencias de la botánica tienen una larga y productiva relación, en la aulas y el laboratorio, con las plantas y su majestuosidad.

Pamela Diggle y William Friedman comparten su fascinación por las plantas, una vocación educativa y divulgadora, además de una relación de pareja. Cultivan en su jardín rosas, tomates que luego embotan y lúpulo que usan para preparar su cerveza. Friedman es también director del Arnold Arboretum, el magnífico arbolario de la Universidad de Harvard de Boston con más de 15.000 especies.

Visitan Euskal Herria para participar en el festival "Passion for Knowledge». Reciben a GARA con una sonrisa. Van turnándose en las respuestas, mostrándose siempre accesibles y pedagógicos.

Excepcionalismo humano

Es tendencia humana considerar a las plantas, a la vida vegetativa, como seres que no tienen memoria, lenguaje, personalidad, decisión, y por tanto, no tienen salvación. Se cree que son algo dado, productoras mecánicas de alimento u oxígeno, algo decorativo o un mero césped. Les pedimos una reflexión:

«Pensar en que la memoria es algo que tiene que ver con las neuronas es complicado y espinoso. Las plantas pueden recordar pero eso no quiere decir que recuerdan de la misma forma en la que recordamos nosotros. Una planta expuesta a una sequía hace un año probablemente tiene una especie de firma bioquímica de esa sequía. Puedes llamar a eso memoria –dice Friedman–, pero no debes equivocarte, no es una memoria con la mente». Y remarca que «las plantas son misteriosas, bellas, tienen una relación muy diferente a la nuestra con el tiempo, detectan el entorno e interactúan con otros organismos de una manera que no podemos imaginar. Son seres majestuosos que nos recuerdan que hay un mundo junto al nuestro: vasto, lento, interconectado, ingenioso, magníficamente inventivo y casi invisible para nosotros».

Pero los humanos creemos que somos la medida de todo, lo más alto de la cadena, la especie absoluta ¿Cómo llevan los botánicos ese excepcionalismo?

«Los botánicos hablamos de ceguera humana hacia las plantas. Son algo que comemos, con lo que hacemos medicinas, algo que usamos, pero no las respetamos por lo que son. Esa idea de que solo los humanos importan, y quizá los animales algo también porque somos animales. ¿Y las plantas no? ¿Cuáles han sido los eventos más importantes en la historia de la evolución? El primero fue el origen de la vida, luego el de los animales, y el tercero el origen de los humanos. Si no hubiera habido plantas no habría animales ni humanos. ¿Cómo puede ser que quienes vinieron después y son totalmente dependientes se crean los primeros? Tenemos una perspectiva muy egocéntrica del mundo que refleja la forma en la que nos comportamos».

Dependencia total

Las plantas estaban ahí mucho antes de que los humanos emergieran como especie y seguirán estando tras nuestro breve paso por el planeta. Dependemos completamente de las plantas, el %70 de las calorías que consumimos vienen de su endoesperma. ¿Tanto cuesta entenderlo?

«Con las plantas podemos aprender cuál es nuestro sitio, podemos cuestionarnos qué importantes o grandes somos en realidad. Las plantas nos recuerdan que solo somos una pequeña especie, aunque con muchos efectos. El problema es que cuando empezamos a pensar que somos la especie absoluta, nos comportamos de una forma en la que se destruye el planeta. Si las miras, las plantas son un buen recordatorio de que hay belleza más allá de la condición humana, si estudias la evolución descubrirás que si no fuese por las plantas, nunca hubiéramos estado aquí. Creo que quizá –augura Diggle– descubriremos en los próximos 150 años que si no respetamos la biodiversidad, la biodiversidad seguirá estando aquí y que dentro de 100.000 años el planeta será totalmente verde. Tenemos que tomar una decisión: queremos ser parte de eso o pensamos que podemos conquistarla. Si pensamos que podemos conquistar la biodiversidad vamos a aprender lecciones muy, muy duras».

Revolución de la evolución

Friedman es un apasionado estudioso de Darwin y de sus predecesores, como su abuelo, Erasmus Darwin, que ya irritaba al clero al insistir en que la vida emergió desde formas más bajas, desde los moluscos. Charles Darwin no inventó la evolución, dio una explicación sobre por qué se daba, sobre su mecanismo. Y vio que ese mecanismo no tenía ni propósito ni dirección, que como humanos nacimos, emergimos en un universo indiferente. ¿No les da miedo?

«Para mí, –responde Friedman– "El origen de las especies" es el libro más importante que se ha escrito nunca. Cuando Darwin lo escribió nos explicó de dónde venimos, que tenemos que entender que somos uno entre muchos, que estamos conectados. Eso cambió todo. Antes tenían creaciones milagrosas, separadas aquí y allí, pero no estaban conectadas. Darwin no fue el primero, pero puso todo lo anterior junto y le dio coherencia. Ahora hay un gran debate en la filosofía de la ciencia sobre si estamos en un universo en el que los humanos somos inevitables o no. En Harvard había un famoso escritor de la ciencia de la biología, uno de los escritores que más popularizó la ciencia en EEUU, Stephen Gould, que dijo que si se podría volver al inicio de la Tierra y volver a poner en marcha todo el proceso, el resultado sería totalmente diferente. Yo veo así las cosas; es muy difícil probarlo porque es imposible volver atrás. Para mucha gente, para muchos de mis estudiantes, es muy aterrador pensar en que viven en un universo que no cuida de ellos, que no le importa nada el destino de su existencia. Pero para mi es muy liberador».

Experiencia vital

En este mundo digital, ¿ver, tocar u oler una flor es una experiencia que cambia la vida?

«Sí, definitivamente. Hay muchas evidencias. ¿Si hicieras esta entrevista por Skype crees que tendríamos la misma interacción? Tocar, oír el sonido de las hojas, oler las plantas, eso no puedes experimentarlo con los ordenadores. Esta era digital tiene cosas buenas y otras no tanto. Pero por diferentes razones, evolucionamos con las plantas, con sus olores, con el mundo natural, y si las quitas, enfermaremos mental y físicamente».

Friedman pone un ejemplo «en el que siempre suelo pensar»: «El arbolario de Boston, que fue diseñado y realizado por la misma persona que hizo el Central Park de Nueva York, es un espacio libre, accesible, gratis, para ricos y pobres, para todos. Me tocó vivir la experiencia de los atentados contra la maratón de Boston. Hasta saber dónde estaban los autores, durante dos días la gente tenía que estar en sus casas, no se podía salir, y en la tele, sin parar, todo eran explosiones, armas y alarma. Cuando los cogieron, la radio dijo que ya se podía salir a la calle. Yo vivo muy cerca del arbolario, a dos bloques de distancia, y te puedo asegurar que aquella mañana se batieron todos los récords de asistencia de nuestra larga historia. La gente necesitaba conectar con la naturaleza, sin saberlo la gente sabía lo importante que era pasear entre árboles, admirar las plantas…. ¿Como salir de aquella tragedia? ¿Cómo restablecer un sentido de la esperanza, de la decencia y la belleza? Yendo a la naturaleza, que les ayudó a hacer frente a aquella situación».

Derechos legales de las plantas

Extinción en masa de especies, emergencia climática... ¿Qué podemos aprender de la plantas en esta era tan atormentada?

«Podemos aprender a qué pertenecemos. Pero eso es duro. Requiere más modestia, menos arrogancia. No soy optimista. Me preocupan las tendencias. En EEUU hay gente en el Gobierno que niega el cambio climático. Es terrible. Hasta que no nos demos cuenta de que somos uno entre muchos, codependientes, que estamos entrelazados, no nos comportaremos de una manera diferente».

Tenemos que cuidar a las plantas, reflexionar cómo las cultivamos para alimentarnos. Suiza y Ecuador recogen en su constitución los derechos de las plantas. ¿Qué piensan sobre los derechos legales de las plantas?

«Es un debate interesante. En EEUU los supermercados tienen derechos y a las grandes corporaciones se les reconoce la libertad de expresión por ley. Me gusta la idea, pero no por razones legales. No tengo el derecho de matarte, tú tampoco de matarme, ¿tenemos el derecho de hacer desaparecer algo que ha evolucionado durante los últimos 4.000 millones de años? Ese debate es un recordatorio para darnos cuenta de que somos iguales, colegas que compartimos mucho. ¿Sin tener los mismos derechos, se puede ser igual?».

 

«¡Por supuesto que ser flor es una honda responsabilidad!»

Hablaban de la ceguera hacia las plantas. Los vascos, adoramos a un viejo roble, al árbol de Gernika. También tenemos el eguzkilore, una flor del cardo silvestre que nos protege. Los irlandeses tienen el trébol, los libaneses el cedro, los canadienses tienen la hoja del arce, hay una conexión cultural, ancestral.

«Estuvimos hace poco en Islandia, un maravilloso país que cuando fue colonizado toda su vegetación fue decimada. ¡Han vuelto a reforestar el país! Eso da a entender que a la gente le importan las plantas… Los árboles encienden la memoria cultural, si un chino viene al arbolario y observa los árboles de China que cuidamos, le hace pensar en su casa. Las plantas han estado evolucionando con la cultura humana y las culturas han evolucionado con las plantas».

Hay un majestuoso gingko en Bergara. De crío nos dijeron que sus orígenes se remontan a hace millones de años, que puede llegar a vivir mil años, que es el último espécimen de su linaje, quizá el mejor ejemplo de lo que es un fósil viviente. También nos dijeron que era milagroso porque floreció en medio de la devastación, de la hecatombe nuclear de Hiroshima.

«Ese árbol japonés al que te refieres fue clonado y en nuestro arbolario tenemos uno. Es cierto, este árbol es milagroso y sobrevive a lo peor. Para la gente fue una señal muy esperanzadora, tras la devastación volvía la vida, la gente creyó en el milagro de levantarse desde las cenizas. ¿Por qué sobrevivió? ¿Fue una cuestión de azar? No se sabe. Pero tiene una historia extraordinaria, es un árbol ancestral, viene de un linaje muy antiguo y es el último de su especie. Es una metáfora muy potente: este es el último árbol de su especie, sobrevivió a un bombardeo nuclear… Da fuerza y esperanza, nos habla de persistir, de resistir, de superar la matanza humana».

Y es que ya lo dijo la gran poeta estadounidense Emily Dickinson: «ser flor es una honda responsabilidad»

«¡Por supuesto! ¿A qué equipara la gente una flor? Tiene multitud de significados, la flor es romance, esperanza, es primavera, renacimiento, a veces también muerte. Hay multitud de interacciones culturales con las flores, ¿cómo no va a ser una gran responsabilidad?».M.Z.