Markel Ormazabal
Concejal de EH Bildu de Donostia
GAURKOA

De pintxos por la ciudad gentrificada

Un (nuevo) escándalo recorre Donostia: el escándalo de los bares de la Parte Vieja que cobran más a turistas que a locales. Obviamente, estas prácticas se deberán corregir, pero cuestiones más acuciantes relacionadas con la Parte Vieja, haberlas, haylas. No obstante, parece que nos quieren entretener con sensacionalismo, convirtiendo en noticia los detalles que menor importancia deberían tener. Y lo que el dedo señala es que la Parte Vieja está pagando muy caro el éxito –turístico–. Las instituciones no quieren ver el problema que les están mostrando los y las vecinas, y se aferran a lo banal, buscando cualquier excusa para dilatar la solución al problema: que el barrio agoniza.

Las políticas públicas que están aplicando en la Parte Vieja el tandem PNV/PSE no tienen como objetivo primordial la necesidad de preservarla como espacio de residencia y convivencia de sus residentes, sino que dejan hacer a los actores que promueven la gentrificación y turistificación del barrio. Este es precisamente el contexto que permite comprender en su justa medida la trascendencia real de esta (nueva) «guerra de precios».

Entendida en un sentido lato, la gentrificación se refiere a los procesos de regeneración urbana que tienen como resultado el aumento del precio del suelo y el desplazamiento de la población de menos ingresos de unos barrios a otros. La gentrificación, a su vez, nos permite hablar de otros fenómenos de actualidad como la turistificación. Ciertamente, el turismo urbano tiene una influencia cada vez mayor en los procesos de cambio de las ciudades, en cuanto que los hábitos de consumo de los turistas afectan al espacio público y a la estructura comercial de los barrios. Es la gentrificación comercial: la transformación de la estructura productiva urbana por las nuevas actividades económicas al servicio de la población flotante.

La gentrificación comercial tiene dos causas principales: la diferencia en los hábitos de consumo de los nuevos clientes y el aumento de los precios del alquiler de los locales comerciales (Lisa Vollmer, 2019). La primera está relacionada con un cambio en el comportamiento turístico. El turista actual ya no se conforma con ver solo las «clásicas» atracciones turísticas de la ciudad, también quiere ver barrios en los que espera encontrar una experiencia «auténtica» de la vida urbana. Pues bien, en nuestra ciudad resulta que esa «experiencia» son los pintxos, y el recién creado Instituto del Pintxo Donostiarra o el hecho de que en agosto de 2018 el portal de viajes Lonely Planet otorgase a los pintxos de Donostia el título de «mejor experiencia gastronómica del mundo» son buena prueba de ello.

En cuanto al precio de los locales, un bar puede permitirse pagar un alquiler bastante más alto que, por ejemplo, una zapatería. Así, cuando aumenta el precio del alquiler, los comercios necesarios para el día a día van siendo sustituidos por otro tipo de empresas, adecuadas a los nuevos patrones de consumo. La Parte Vieja, con apenas 6.000 habitantes, tiene tres veces más comercio y seis veces más hostelería que en el resto de la ciudad aunque, como denuncia la asociación vecinal Parte Zaharrean Bizi, más de la mitad de esos locales están dirigidos al turismo. Esta nueva estructura comercial trae consigo una estética propia, que rompe con lo antiguo, y que para los inversores funciona a modo de señal de que vale la pena invertir en ese barrio. Y como los precios siguen subiendo, aquellos primeros inversores también tienen que marcharse. Y al final, los únicos que pueden permitirse esos alquileres son las grandes cadenas y los grandes grupos empresariales.

Gran parte de estos establecimientos están lejos de considerarse «pequeño comercio», ya que si bien la mayoría mantiene el nombre del negocio que le precedió, el capital y la propiedad tienden a concentrarse. El «emprendedor por su cuenta» queda fuera de juego y cada vez es más opaco el empresariado que compra, ya no solo bares, sino edificios enteros, como en el caso de La Cueva. Que un grupo hostelero se haya hecho con la propiedad de este clásico bar, y de paso con el edificio de viviendas más antiguo de la Parte Vieja, a algunos no les parece tan relevante como el hecho de que se cobre más a turistas que a los locales.

Es la ley de la oferta y la demanda, nos dicen, presentando la gentrificación como un desarrollo natural contra el que no se puede hacer nada. Sin embargo, la gentrificación no es inevitable. Si la vivienda asequible se protege debidamente y se protegen los comercios necesarios para el día a día, la turistificación no tiene por qué llevar a la gentrificación (aunque sí a otros problemas).

Detrás de estos procesos se esconden intereses concretos, los de los actores inmobiliarios y los de los grandes grupos empresariales, que las más de las veces son auspiciados por las instituciones públicas y determinados medios de comunicación. Al mismo tiempo, la realidad que sufre la Parte Vieja se expande al resto de los barrios: mientras Donostia perdía el 22% de su pequeño comercio en 10 años, los establecimientos hosteleros crecían un 3,4% en 2018.

El dinero que mueve el turismo no puede justificar todo y dejar a la ciudadanía indefensa. Los inversores globales y locales que priorizan la unidimensional tasa de ganancia frente a la rentabilidad social no van a abandonar sin más su «gallina de los huevos de oro», lo que hace imperativo la intervención de la Administración Pública. Pero tampoco las políticas urbanas empresariales aplicadas durante décadas van a desaparecer solo por la acción de la Administración, y por tanto, es imprescindible la autoorganización de las personas afectadas. Imaginar una Donostia que transite hacia la sostenibilidad y la justicia social resulta indisociable de un cambio en las prioridades de la política municipal actual. Viendo la realidad de los barrios, urge colocar la vida y el bien común en el centro de las actuaciones públicas.