Iker BIZKARGUENAGA
AUSTRALIA ARRASADA POR LOS INCENDIOS

CUANDO LOS BOMBEROS PAGAN EL PRECIO DE UNA POLÍTICA INFLAMABLE

Los incendios que están devorando Australia han puesto en serios aprietos a un primer ministro negacionista del cambio climático y firme defensor, ideológico y económico, de los combustibles fósiles. Mientras tanto, en un contexto de fuertes protestas, los bomberos, que luchan contra las llamas en primera línea, han alzado fuerte su voz.

Las autoridades anunciaron el miércoles que los brutales incendios que están asolando Australia se habían cobrado su vigésimo octava víctima mortal, un bombero llamado David Moresi, que falleció al volcar la excavadora que conducía mientras combatía el fuego en la localidad de East Gippsland. Su nombre ha sido añadido al listado oficial esta semana, coincidiendo con sus funerales, pero lo cierto es que la muerte de este veterano profesional destinado a proteger los parques naturales del estado de Victoria se produjo el pasado 30 de noviembre, cuando la tragedia, aunque enorme, todavía no había alcanzado las dimensiones actuales.

Sin embargo, para entonces ya se había viralizado el discurso de un compañero suyo, que a las puertas del Parlamento pidió cuentas al Gobierno por la gestión ineficaz e indecorosa de la crisis, con el primer ministro, que se fue de vacaciones a Hawái mientras su país ardía, como principal exponente.

Greg McConville, presidente del Sindicato Unido de Bomberos de Australia, acompañado por representantes de las comunidades indígenas locales, del movimiento Farmers For Climate Action y del partido verde, puso negro sobre blanco lo que millones de personas piensan en el gigante austral. «Los políticos deberían intentar emular el esfuerzo y compromiso de los bomberos a la hora de enfrentarse a los riesgos de los incendios y tratar el dolor y las pérdidas sufridas por las comunidades», expuso en una intervención recogida por sinpermiso.info, en la que emplazaba a los mandatarios a que se comprometan «a dejar las cosas en mejor estado del que se encontraron».

Sus palabras tenían razón de ser, pues respondían a las «desalentadoras» declaraciones del ministro para la Gestión de Emergencias que en setiembre, cuando aún no se había desatado esta última tormenta de fuego, había calificado de «irrelevantes» los efectos del cambio climático sobre los incendios. Nada más lejos de la realidad, como han acreditado las llamas que meses después han arrasado una superficie cuatro veces mayor que Euskal Herria y vertido a la atmósfera 400 millones de toneladas de CO2, equivalente al total emitido por la actividad industrial de Gran Bretaña en un año.

«Los incendios se manifiestan de maneras no vistas anteriormente en este planeta en proceso de calentamiento. El cambio climático está sobrealimentando el problema de los incendios tanto en Australia como a nivel internacional», leyó McConville en nombre de veintitrés jefes de servicio que días antes habían lanzado un mensaje de alarma: «se han cumplido nuestras predicciones».

Un Gobierno negacionista

Los bomberos están en primera línea de la reacción cívica a la crisis y de las críticas a la actuación gubernamental, quizá porque son también la punta de lanza sobre el terreno. Una labor por la que están pagando un precio muy caro: además de Moresi, esta última semana otros dos profesionales han engrosado la lista de fallecidos, y aún permanece en la retina de la sociedad australiana la imagen de la hija de Andrew O'Dwyer, bombero de 36 años fallecido junto a otro compañero el 19 de diciembre, ataviada con el casco de su padre junto al ataud. Los homenajes se han ido sucediendo uno tras otro.

Ellos son la cara, y el Gabinete de Scott Morrison –ScoMo– la cruz. Su apuesta decidida por los combustibles fósiles, el carbón en particular, cuya industria favorece a través de ventajas fiscales, le han acarreado duras críticas por parte de una sociedad que asiste horrorizada a la devastación de un país que se preciaba de mimar sus recursos.

Así había sido durante décadas, y hasta finales del siglo pasado existía un consenso político en torno a la necesidad de articular medidas contra el calentamiento global, cuando apenas se empezaba a hablar de ello.

Sin embargo, sucesivos gobiernos liberal-conservadores, financiados por la industria energética y carentes de políticas medioambientales, han conducido a Australia a ser uno de los estados peor situado en la prevención de la emergencia climática.

Fue en los años 90 cuando se invirtió la tendencia –Australia y EEUU fueron los únicos países que no ratificaron el Protocolo de Kioto (1997)–, y aunque sí asistió a la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático de 2015 y adoptó el Acuerdo de París, la victoria derechista en los comicios de 2018 supuso la llegada al Gobierno de un furibundo negacionista climático: el inefable Morrison.

La actual crisis le ha llevado a recular en su discurso, y la semana pasada sostuvo que el Gobierno «seguirá evolucionando sus políticas para cumplir con los objetivos» marcados en la capital francesa. «Queremos reducir las emisiones», insistió, aunque la desconfianza es total respecto a un político estrechamente ligado al sector del carbón.

El horror visto desde el espacio

Está por ver si lo ocurrido le hace cambiar de rumbo. Las apelaciones a que lo haga son constantes y la alarma llega desde lugares insospechados. Por ejemplo, el espacio. El martes pasado Luca Parmitano, astronauta destinado a la Estación Espacial Internacional, explicó desde su privilegiada posición a sus compañeros de la Agencia Espacial Europea (ESA) que «no había visto nunca un incendio de una magnitud tan aterradora».

La agencia europea, que ha difundido sobrecogedoras imágenes del inclemente avance de las llamas, ha querido rescatar algo de luz entre el humo afirmando que «si hay un lado esperanzador» en los incendios «es la mayor concienciación y los llamamientos en favor de una acción urgente sobre el cambio climático que sigue arrasando el planeta». Lejos de las estrellas pero con un discurso muy parecido, el bombero McConville concluyó su discurso constatando que «la necesidad de actuar contra el cambio climático nunca ha sido mayor». Y señaló, haciendo gala de un amargo sarcasmo, que «al final de la manguera contraincendios no te encuentras con escépticos del cambio climático». Viendo quién les gobierna, igual tendrá que conformarse con que no se la pisen.

 

Un anticipo de lo que está por venir y un aviso para la cuenca del Mediterráneo

«Australia, acabas de experimentar el futuro». Con esta frase, el científico Ed Hawkins, profesor de la Universidad de Reading (Gran Bretaña), enmarcaba hace unos días en Twitter un gráfico –es el que se muestra bajo estas líneas– con la evolución de la temperatura estival del país austral en el último siglo, donde sobresalen los datos de los dos últimos años, muy por encima de la media y que, como se explica, se corresponden con un escenario de calentamiento global de dos grados (2018) y de entre dos y tres grados el pasado año. De esta forma, Hawkins indicaba cuál va a ser el escenario más común si no se revierten las previsiones: olas de calor prolongadas, temperaturas extremas –el mercurio ha pasado de los 40º casi a diario durante semanas– y sequías habituales, que hacen de la vegetación combustible para los fuegos.

Lo que en los últimos meses hemos observado como excepcional es lo que le aguarda a Australia si no se logra limitar la subida de la temperatura a 1,5 grados.

Pero no solo en Australia. Lugares con un clima similar deben ver los incendios como un aviso de lo que puede ocurrir, y entre ellos, aquellos que comparten la orilla del Mediterráneo. De hecho, hay expertos que auguran que dentro de 20 o 30 años ocurrirá un megaincendio en el prepirineo, desde Nafarroa a Catalunya. El incendio de Tafallaldea de 2016, siendo terrible, con 3.500 hectáreas quemadas, puede ser solo un terrible preludio. I.B.