Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Malasaña 32»

La casa habitada

Tras rodar una serie de exitosos cortometrajes, Cayer Casas y Albert Pintó debutaron en el formato largo con la curiosa comedia negra  “Matar a Dios” (2017) y finalizado este periplo creativo, el segundo ha firmado en solitario esta incursión en el género de terror que, al igual que en películas como “Verónica” de Paco Plaza, se ha querido dejar atrás el sello fílmico del cine estadounidense adoptando una postura costumbrista muy reconocible para los espectadores del Estado español. Esta opción tan inteligente como arriesgada otorga al conjunto un toque de cercanía que no se encuentra en estas propuestas tendentes a imitar los arquetipos de Hollywood. Por todo ello, tal vez sea el diseño de los personajes lo que mejor funciona dentro de un filme que debe acometer la difícil tarea de asustar al respetable a través de una película enclavada en un subgénero (casas encantadas) en el que todo parece haber sido inventado y en el que urge una reinvención. Cada vez que asoman las sombras en el piso del portal 32 del populoso barrio de Malasaña, Pintó debe recurrir al registro de sustos que suelen aderezar este tipo de producciones y a una banda sonora machacona que se encarga de subrayar la tensión. Tomando como referencia un supuesto caso real que debió animar las crónicas de sucesos de la época, Pintó acierta a la hora de no perder de vista la época en la que transcurre la historia, cuando la sociedad especulaba en torno a la dirección de un Estado español que acometía un nuevo rumbo tras la muerte de Franco. Con estos mimbres, el cineasta compone una crónica negra y urbana escenificada en una casa que nunca se revela acogedora y que encierra entre sus interminables y penumbrosos pasillos una presencia incómoda con la presencia humana. La cámara se siente cómoda en dicho espacio y coloca al espectador ante situaciones que, a pesar de sentirse intuidas, logran su cometido de inquietar.