Janina PÉREZ ARIAS
Entrevista
NICOLAS PARISER
CINEASTA

«El problema de los políticos de hoy es que no tienen ni carácter»

Después de su proyección en la sección Perlas del pasado Zinemaldia, llega a las salas comerciales «Los consejos de Alice», la historia muy particular de un político en crisis protagonizada por dos resaltantes figuras del cine francés, Fabrice Luchini y Anaïs Demoustier. El segundo largometraje de Nicolas Pariser (París, 1974) fue premiado como Mejor Película Europea en la Quincena de Realizadores de Cannes.

Nicolas Pariser lo tiene claro: para ser político no hace falta ser muy inteligente. El cineasta francés fundamenta su apreciación en la realidad, mientras que en la ficción de “Los consejos de Alice” lo profundiza con cierto humor y honestidad.

Tras su paso por la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, “Alice et le Marie” (como se titula en francés) formó parte de la programación de la sección Perlas de Zinemaldia. En su segundo largometraje, el director y guionista Nicolas Pariser se centra en Paul Théraneau (Fabrice Luchini), el alcalde de Lyon, quien después de tres décadas ejerciendo la política se enfrenta a la merma de ideas. Sus dificultades existenciales y profesionales se propone paliarlas con la Filosofía; así es como llega a su vida la joven humanista Alice Heimann (Anaïs Demoustier), quien se dispondrá a reamueblarle la cabeza a este político en crisis.

Rodada en Lyon, mas no inspirada en ningún político, “Los consejos de Alice” refleja el entusiasmo personal de Nicolas Pariser hacia la política, planteando un particular encuentro entre una intelectual y un político, según el cineasta, figuras malqueridas de la sociedad.

Se ha declarado un verdadero adicto a los programas de debate político y de temas de esa índole. Además de voyeur político, ¿también se considera un animal político?

No me considero un animal político, aunque sí soy consciente de que hay una parte de vicio hacia la política que va más allá de un interés razonable que podría tener cualquier ciudadano. A mí la política me conmueve, me emociona, es algo visceral. Desde niño me interesé por los procesos electorales, me presentaba a ser presidente de la clase, de clubes en donde era miembro, pero poco a poco me fui convirtiendo en cinéfilo hasta que llegó el día en el que quise hacer cine.

¿Qué le espantó de la política?

Cuando di mis primeros pasos en la militancia política me di cuenta de que tenía demasiada sed de poder y, como no quería convertirme en un malvado, me dije, ‘¡basta, hasta aquí he llegado!’ (se ríe). Preferí entonces hacer cine, y desde esta arena referirme a la política. Entiendo a quienes han decidido hacer una carrera política, sé que a veces puede ser una vocación moralmente complicada. Por esa razón me entusiasmó la idea de hacer películas que tocaran temas políticos, en ese sentido en este filme quise defender a personas que no suelen ser defendidas. ¿A quién odiamos más? Pues a los intelectuales y a los políticos, por eso hice una película para ser un poco el abogado del diablo y decir que ambos tienen defectos, pero también algo tendrán que merece la pena salvar.

¿Cómo afrontaron Anaïs Demoustier y Fabrice Luchini la complejidad de «Los consejos de Alice»?

El trabajo con ellos fue muy particular. Fabrice empezó a aprenderse el texto unos cuatro o tres meses antes del rodaje; como muchas veces no estaba en París, solía llamarme por teléfono todos los días para contarme cómo iba con el texto y para proponerme la manera en cómo interpretaría ciertas escenas. Hasta hubo una vez que me dijo: ‘esta frase la voy a decir como Johnny Hallyday’ (se ríe). De modo que el trabajo con Fabrice Luchini fue bastante largo, prácticamente por teléfono, frase a frase, palabra por palabra; él no trabaja la sicología de los personajes como en el Actors Studio, tampoco vio reportajes de políticos, lo único que cuenta para él es el trabajo del texto, ya que piensa que a través del control del guion, llegará al punto de dejar de actuar para convertirse en el personaje.

Con Anaïs fue muy diferente. Tenía menos tiempo para trabajar con el texto porque estaba rodando otras películas, además su método es más instintivo y aunque no se aprende todas sus líneas de una vez, cuando llega al plató está lista para rodar. Es que Anaïs posee un instinto y don magníficos, es una gran actriz. Ella sabía que iba a ser difícil actuar junto a Fabrice, pero gracias a su talento, no hubo problemas. Se respetaron durante el rodaje, y se creó entre ellos una complicidad profesional.

Ha escrito una historia sobre un político que al faltarle ideas se preocupa por buscarlas. ¿Este filme es, en parte, una fábula considerando que estamos gobernados por idiotas?

Esta pregunta trasciende mi capacidad porque yo sólo hago cine. El cine que hago es más bien de imaginación. Creo que, salvo algunas excepciones, las cualidades necesarias para ser un hombre de Estado correcto no son las mismas que requiere un intelectual o un artista. Para ser político hace falta instinto, coraje y no es tan necesario ser inteligente (se ríe). Antaño a los reyes se les educaba como valientes guerreros, autoritarios, tenían que hacerse respetar y dar miedo; claro que tenían profesores, pero no creo que los grandes reyes y emperadores de la historia fuesen muy inteligentes.

Las personas que han dejado grandes obras políticas estaban muy cerca del poder pero no lo ejercían, y quienes accedieron fracasaron, tal como Maquiavelo, quien tuvo una carrera política muy mediocre a pesar de ser un gran autor político. Hace poco leí “Memorias de guerra” (publicadas entre 1954 y 1971) de De Gaulle, en las que se refleja algo profundamente impresionante en la estatura de esa persona, en su coraje, son aspectos innegables. Sin embargo, no creo que De Gaulle haya sido tan inteligente como Proust o Rousseau, aunque sí tenía buenas cualidades de hombre de Estado, pero no inteligencia.

El problema de los políticos de hoy es que no tienen ni carácter, entonces ¿qué nos queda si no poseen ni inteligencia ni carácter? En esta película quise plantear lo que se podría salvar de un político medio que no es ni muy culto ni muy inteligente; quería que este personaje fuera entrañable, que generara cierto apego, y me gustaría que el público le quiera a pesar de todo.

La incompetencia del equipo de este alcalde se refleja hasta en la búsqueda de una filósofa… ¿que resulta que no lo es?

En efecto, el alcalde buscaba a un(a) filósofo(a), pero Alice no lo es, sino experta en Letras y Humanidades, alguien a quien le interesa la cultura en general. Habla de filósofos, escritores y ensayistas con ideas apasionantes. Alice representa un vínculo con la historia del pensamiento, y ella intenta conectar al alcalde con esa tradición. Mi película es como una ensoñación del encuentro entre un alcalde y una intelectual, ambos idealistas.

En muchos países se está dejando de impartir Filosofía. ¿Cree que los gobiernos están más interesados en tener a personas estúpidas incapaces de pensar?

No creo que los gobiernos conscientemente quieran transformar a los ciudadanos en seres estúpidos, pero sí existe cierta inconsciencia de su parte. Aunque pienso que en todas partes se producen complots, tengo la certeza de que la mayor parte de las decisiones políticas se toman con incompetencia, con mucha imprecisión en los análisis. Como muchas veces hay que ahorrar, pues se recorta y no precisamente en matemáticas, finanzas o informática, que se supone que son útiles, se elimina la Filosofía porque creen que no sirve para nada. En Francia se sigue enseñando pero ya no se imparte Latín, por ejemplo, porque en un momento dado incluso la sociedad pensó que ya no era necesario.

En la película se parafrasea a Mario Vargas Llosa con la pregunta ‘¿En qué momento Francia se volvió mierda?’. Desde su punto de vista, ¿va tan mal su país?

Esa frase no es tan falsa. Se dice en un contexto muy preciso, cuando se habla de buenos alumnos que hubiesen estado en capacidad de construir una sociedad más justa, más humana, evitando la violencia social. Esas jóvenes promesas hubiesen reinventado la seguridad social o las escuelas, prácticamente hubieran rehecho la vida para que sea menos difícil. En cambio, una buena parte de esos cerebros fueron absorbidos por el sector financiero y la empresa privada. He visto a muchos jóvenes, de padres que solían ser de izquierdas, alejarse del mundo de la cultura para dedicarse a otras carreras menos humanistas. Así que desde ese punto de vista, en cierta forma se trata de un suicidio.