Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Sinónimos»

Síntomas catárticos de un país enfermo

La nueva película de Nadav Lapid (“La profesora de parvulario”) logra su objetivo de incomodar al espectador a través de un relato tan explosivo y nervioso como el inclasificable personaje que gobierna toda la acción, un joven israelí que llega a París empeñado en comerse el mundo a dentelladas y abanderando un discurso destructivo hacia sus señas de identidad.

Inclasificable y filmada como si se tratara de un golpe directo a la mandíbula de un espectador desprevenido, todo en “Sinónimos” se concreta en torno a las tribulaciones de un israelí que no quiere serlo y que ya en el arranque del filme nos ofrece una serie de pistas en torno a su indescifrable personalidad. En dicha secuencia topamos con un joven que, tras acceder a un piso vacío, se desnuda y comienza un ritual de golpes y ejecuta todo tipo de ejercicios para entrar en calor. Baja las escaleras y topamos con él en una bañera tras haberse regalado una ducha fría.

Con esta tarjeta de presentación, el espectador se revela incapaz de guiarse ante lo visionado y dicha sensación se prolonga a lo largo de un metraje que se asemeja a una bomba de relojería. Durante el trayecto, el cineasta sigue aportando pistas que dan forma a la conducta de su personaje y, tras descubrir que una vez formó parte del ejército de Israel, optó por largarse muy lejos del estamento castrense y, de paso, del posesivo abrazo de su familia. En este punto de la trama, asoma a la historia una pareja de urbanitas parisinos que encontrarán en este tipo tan curioso y con la brújula existencial estropeada un punto de amarre a sus ya de por sí mecánicas existencias. En esta exposición tres no son planteados como una multitud, sino como un microcosmo humano que funciona como eco de una sociedad a la deriva. Catártica y furibunda, a través de este multipremiado largometraje Lapid explica los motivos que le llevaron a decir que su país, Israel, estaba enfermo.