Víctor Moreno
Profesor
GAURKOA

Eutanasia, sin más

A lo largo, ancho y en medio del camino de la vida, la mayor preocupación del ser humano ha sido tener una buena vida y una buena muerte. Sin embargo, a pesar de ser una obsesión de su pensamiento y de su conducta, el homo sapiens evolucionado jamás supo con precisión matemática cómo se obtenían ambas cosas. De ahí la abundancia de sus devaneos filosóficos y gastronómicos, artísticos y metafísicos, un modo de conjurar su decepción existencial.

La llegada del cristianismo impuso una respuesta transcendental en el arte de vivir y de morir que duró más de dos milenios. Un patrón basado en una teocracia absoluta: «Hay que morir con serenidad y con valentía, en la alegría y en el dolor, aceptando la voluntad de Dios, pues Él me dio la vida y Él me la ha quitado, alabado sea su santo nombre». A pesar de ello, la angustia vital del ser humano nunca desapareció.

No se quiere recordar, pero en la antigüedad clásica ya existía la eutanasia. De hecho, la palabra procede del griego. El juramento hipocrático –siglo V. antes de Cristo–, lo deja entrever de un modo palmario: «Jamás daré a nadie medicamento mortal por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco, administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura».

La dogmática cristiana, tanto de la Patrística como de la obispada posterior, fue tajante. Cualquier iniciativa que buscase acabar la vida de alguien aunque estuviese retorciéndose en un charco de insufribles dolores, era pecado moral. Lo mismo que el suicidio.

En el siglo XIX, la doctrina vaticana sufrió un ataque frontal del liberalismo; pero no cedió un ápice en su dogmática. Y, aunque la Iglesia se opuso a estos cambios excomulgando herejes a mansalva por modernistas, no impidió que la morfina inyectable se generalizara en hospitales, pues dulcificaba el dolor de muchos enfermos, mucho más que un padrenuestro en plena agonía. A la morfina se le unió la anestesia –con éter, óxido nitroso o cloroformo–, también, condenada por la Iglesia. Cuidados sedantes que se completaron con la aparición de la hemostasia (contención de una hemorragia) y la antisepsia, que abrieron de par en par la puerta a la cirugía, que alargaba la vida del enfermo de un modo hasta, entonces, insospechado. La medicina del XX hizo el resto. En especial, la microbiología y la farmacoterapia, aunque, en ocasiones, generaron unos cuidados paliativos que, más que agresivos fueron brutales, pues su finalidad ya no era curar al paciente, sino alargar su vida en condiciones penosas, dando lugar a la distanasia o, según el diccionario, encarnizamiento o ensañamiento terapéuticos.

Con estos antecedentes, era inevitable que la sociedad se topase con la eutanasia en términos de legalización y fuese reivindicada como un derecho individual. En la actualidad, el debate ha desbordado su nivel semántico –¿qué es la eutanasia?–, desplazándose hacia su finalidad, viendo en su legalización objetivos más que oscuros, siniestros. Que la derecha haya acusado al Gobierno un aumento de los fondos de la Seguridad Social con su legalización, no puede ser más elocuente de esa siniestra ideología. Más todavía. Hay quienes identifican la eutanasia con los asesinatos del nazismo en los hospitales psiquiátricos de la Alemania nazi bajo ese III Reich. O con la correcta administración de morfina a un anciano agonizante con cáncer metastásico y demencia avanzada. O con el suicidio de un enfermo terminal con la ayuda de un ser querido y otras situaciones parecidas. Finalmente, se entrecruzan a posta tantas cuestiones –bioéticas, morales, jurídicas, médicas y teológicas– que la eutanasia significa ya tantas cosas diferentes que no se sabe bien qué se quiere decir con ella.

¿Qué decir? Dos matices y una definición.

Primero. No es eutanasia rechazar el encarnizamiento terapéutico; sencillamente, es decencia ética. Segundo: no es eutanasia la aplicación de medidas destinadas a mejorar el bienestar de un enfermo desahuciado; ello forma parte de la práctica médica correcta de todos los tiempos. Entonces, ¿qué es eutanasia? Me quedaría con la definición del médico F. A. Navarro: «aquel acto directo, activo y voluntario que conduce a terminar con la vida de un enfermo que sufre intensamente». Dicho acto es lícito y un derecho personal e intransferible. No obliga a nadie. Lo puedes tomar o dejar voluntariamente.

Resulta sorprendente que las derechas no sean los primeros en aplaudir su legalización. ¿Acaso no repararon en que esta acarreará la desaparición política y de votos de un montón de comunistas y de más ralea, que dijera Baroja? ¿O es que, en realidad, se oponen de boquilla a ella para luego aprovecharse de su legalización? No sería la primera vez que actuasen de modo tan hipócrita. Ya lo hicieron con el con el aborto. Mucha oposición, pero, luego, a aprovecharse de la ley contra la que escupieron sapos y culebras. Y, bueno, si estás en contra de una ley, ¿por qué acogerse a ella?