Beñat ZALDUA

Crear problemas

El coronavirus no es igual para todos. Entiende de clases sociales y desigualdades, y penetra con mayor facilidad allí donde las condiciones socioeconómicas son más duras. La reforma laboral ha sido uno de los corceles sobre los que ha cabalgado el espectacular aumento de las desigualdades en los últimos tres lustros; es uno de los pilares sobre los que reposa la arquitectura que ha dado cobijo a la espectacular acumulación de riqueza por desposesión de los últimos años. Es una de las herramientas que posibilita que en el Estado español el 13% de los trabajadores (¡de los que cobran un sueldo!) sea pobre.

El coronavirus y la reforma laboral no se conocen, pero el primero se aprovecha de las condiciones creadas por la segunda. Hay que tatuarse este marco. Está siendo francamente divertido observar la tormenta política creada –en Madrid y aquí– por el acuerdo del miércoles entre PSOE, Podemos y EH Bildu, pero hay que hacer lo posible para que el clima electoral de la CAV y las intrigas de la corte madrileña no desplacen de la agenda los debates que el momento requiere. El de la reforma laboral es uno de ellos. Derogarla, pese a quien le pese, está ligado a la lucha contra la epidemia y contra sus consecuencias económicas.

Cada vez que alguien diga que tumbar la reforma laboral no viene a cuento en plena crisis sanitaria, toca recordarle los datos cortesía de Amaia Bacigalupe y el grupo de investigación OPIK de la UPV-EHU: por quintiles, en las zonas de salud de la CAV con menos parados se registran unos 500 casos de covid-19 por cada 100.000 habitantes. En el quintil donde más parados se cuentan, sin embargo, la ratio supera los 1.000 casos por cada 100.000. Son datos preliminares con un bajo nivel de desagregación, pero apuntan en la misma dirección que han señalado ya estudios más detallados realizados en Barcelona, Madrid o New York, entre otros. La experiencia también habla en ese sentido: Singapur tenía la epidemia controlada hasta que llegó a los bloques de viviendas donde se hacinan trabajadores en condiciones deplorables. Allí volvió a prender la mecha.

En una interesante entrevista en la Cadena Ser, Bacigalupe apunta varias razones para explicar los datos: en los barrios pobres se teletrabaja menos, se utiliza más el transporte público, el hacinamiento es mayor y la calidad de las viviendas menor, por no recordar que el punto de partida es el que es: la pobreza condena a una salud peor, lo que hace que los factores de riesgo sean mayores ya de entrada en los barrios pobres.

Reforma laboral es desigualdad, y la desigualdad es uno de los grandes campos de batalla del siglo XXI. No se cansó de repetirlo en sus últimos libros Josep Fontana: no hay un bloque soviético que obligue al capitalismo a guardar las formas. La correlación de fuerzas global es la que es, no cabe llamarse a engaño, pero con la antaño recortadora Comisión Europea defendiendo las inversiones en sanidad, quizá haya que concluir que el marco que deja la pandemia es diferente. Desde luego, no es el de 2008: no va a ser tan fácil echar la culpa de todo a unos servicios públicos que nos acaban de sacar de la crisis sanitaria.

Quizá sea hora de crear problemas, siguiendo las insensatas palabras de la ministra Calviño, que el miércoles rechazó la derogación de la reforma laboral diciendo que no les pagan para crear problemas, sino para solucionarlos. Insensatas por lo que tienen de revelador sobre su concepción de la labor pública. Quizá lo piense, pero a ella no le ha contratado nadie para resolver un problema, la han elegido para formar parte de un gobierno salido de las urnas con un programa por cumplir. Y hacer política –y gobernar– supone crear problemas, por supuesto. Lo que toca elegir, en todo caso, es a quién se los generas.