Iratxe FRESNEDA
Docente e investigadora audiovisual

La memoria de los hijos de las nubes

Sin previo aviso, el aroma a tierra mojada después de la lluvia puede llevarnos de la mano hasta los recuerdos de la infancia. Le pasa a mi amigo Mohamed, me sucede a mi. A pesar de todos los kilómetros de distancia que nos separan, que distinguen nuestras experiencias, las sensaciones son hermanas. Las bicicletas oxidadas, el barro en los zapatos después de jugar un partido de fútbol. Un solo aroma puede hacernos viajar por esa vida pasada que se esconde en las capas de la memoria. Esa memoria que nos traiciona y en la que unas historias suceden a otras sin misericordia, inevitablemente. Viajar, algunas veces nos sitúa en el presente, en lo importante, despeja el camino que nos mantiene en un bucle de preocupaciones, en ocasiones, con falta de fundamentos. Situarnos ante el espejo de otras personas es quizá la clave para comprender mejor aquello que somos, lo que realmente necesitamos y de lo que podemos prescindir. «Los hijos de las nubes» añoran el desierto que antes les resultaba asfixiante. El aroma de la lluvia se conecta con ese desierto que se ha convertido en hogar, porque allí habitan las personas amadas, la infancia y los recuerdos. Recuerdos, que como escribe la poeta saharaui Zahra El Hasnaoui, nos ayudan a recuperar la voz: «A las nubes no les quedan pastores. Nómadas taciturnas tras los rebaños de dromedarios, las risas de los niños, los frigs de jaimas, los pozos verdes y las melfas cantarinas…Todo es distinto. Se fueron…y vino el silencio a cubrir la infinidad de narcótica pausa. Adormece al río, al viento enmudece, vacío… en la mirada, en la palabra… intención. No queda nada. La sombra de las nubes consuela a una huérfana acacia».