Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevista
JESSICA ANDREWS
ESCRITORA

«La pérdida del orgullo de clase se ha traducido en una pérdida de identidad»

Nacida en Sunderland en 1992, estudió literatura contemporánea en Londres. Es codirectora de la revista literaria “The Grapevine” e imparte cursos de escritura creativa. Su debut como novelista, “Agua salada”, le ha valido el reconocimiento unánime de los medios británicos.

“Agua salada” destila una fuerte conciencia de clase y de género a la hora de narrar los intentos de una joven de extracción proletaria por encontrar su lugar en el mundo. Novela rabiosamente contemporánea, y con un componente autobiográfico muy acusado, el debut literario de Jessica Andrews posee, sin embargo, alcance universal.

 

Sabiendo que esta es su primera novela y atendiendo a la experiencia que en ella se narra, uno sospecha de que a través de Lucy, usted está contando su propia historia ¿es así?

La verdad emocional que subyace en la experiencia de Lucy hunde sus raíces en mi propia vida, sí, pero por lo demás se trata de una novela de ficción. La ficción es un arma muy poderosa porque te permite manipular el alcance de ciertos acontecimientos para dar una visión de la realidad ajustada a tu propia perspectiva y, al mismo tiempo, también te deja espacio para ofrecer los puntos de vista y la versión de otras personas acerca de esa misma realidad. Pero, al mismo tiempo, construir una ficción enraizada en mi propia experiencia me ha permitido hablar abiertamente sobre cuestiones que me tocan de lleno como la conciencia de clase o la conciencia de género.

 

Cuando una se enfrenta a su pasado para construir una ficción ¿cómo consigue poner distancia de por medio?  

Lucy está más cerca de mi yo adolescente que de mi yo actual. Desde ese punto de vista, no resulta tan difícil observarte a ti misma con una cierta perspectiva porque, en el fondo, cuando observas a la persona que eras en el pasado es como si estuvieras viendo a alguien ajeno. Por otra parte, Lucy es alguien que también toma distancia de sí misma. Ella está tratando de encontrar su lugar en el mundo y de comprender hasta qué punto su posición en el mismo tiene reflejo en su mundo interior, hasta que asume que se trata de dos realidades que no siempre se corresponden.

 

¿No le dio miedo exponer parcelas de su propia intimidad de una manera tan cruda?

Yo creo que los escritores siempre estamos expuestos. A mí, en todo caso, lo que me da miedo cuando escribo es ser deshonesta conmigo misma. En ese sentido, me pasa un poco como a Lucy, que en la novela deja ver su malestar hacia algunos miembros de su familia porque no son capaces de llamar a las cosas por su nombre. Para mí es importante escribir honestamente sobre sentimientos o experiencias particulares, pues eso me permite acercarme a un tipo de verdad que me ayuda a comprenderme mejor a mí misma y al mundo que me rodea.

 

Desde ese punto de vista, «Agua salada» es una novela donde evidencia un deseo por comprender a su madre, por llegar a entenderla.

Sí porque la relación que he venido manteniendo con mi madre acaso sea la relación más determinante de todas las que he establecido a lo largo de mi vida. Siempre me sentí irritada por la vulnerabilidad de mi madre, por su desprotección frente a las estructuras de la familia y del patriarcado y me llevó tiempo comprender su posición. En esta novela he querido explorar la intimidad que se produce en las relaciones maternofiliales, la naturaleza difícil de ese amor que lo impregna todo. Es un amor tan intenso que roza lo romántico.

 

¿Qué valor concede al legado en la conformación de nuestra identidad?

Esa es una de las grandes cuestiones a las que se enfrenta el personaje de Lucy. Ella está aprendiendo a equilibrar la importancia de sus raíces y de un sentimiento de pertenencia a una comunidad y a una familia, con el deseo de librarse de las cargas que todo eso conlleva y que se han transmitido de generación en generación. Definitivamente pienso que todos estamos condicionados por nuestro lugar de procedencia, aunque algunas personas tienen más margen de libertad que otras, dependiendo de sus propias circunstancias, para gestionar el peso del legado.  

 

Su novela muestra las tensiones territoriales que existen en Inglaterra, con un contraste muy fuerte entre Londres y el resto del territorio, especialmente con la región del Noreste, de la que usted procede ¿Hasta qué punto ese desequilibrio define la Inglaterra actual?

Reino Unido es uno de los países más ricos del mundo pero tenemos a 14 millones de personas viviendo en la pobreza. Hay una gran brecha social que también encuentra su reflejo en el gran desequilibrio que existe entre el norte y el sur del país. El Noreste es una de las regiones más pobres de Inglaterra. En el pasado, era famoso por sus lucrativas industrias de construcción naval y por sus minas pero la Thatcher las cerró en los años 80 y desde entonces, siento que somos un territorio que está luchando por mantener viva su identidad. Yo crecí en un entorno obrero y tuve la suerte de ir a una universidad de élite en Londres. Fue allí donde tomé conciencia de que las diferencias culturales y económicas entre la capital y el resto del país eran enormes.

 

Usted nació en 1992, después del thatcherismo, sin embargo creció sufriendo las consecuencias de aquel proyecto político. ¿Es consciente de esa influencia o la gente de su generación no tiene ese legado tan presente como los de la generación de sus padres?  

Creo que mi generación es plenamente consciente de lo que significó el thatcherismo porque su legado se deja sentir en el clima político actual. La pérdida de ese orgullo de clase que trajo consigo el desmantelamiento de la actividad industrial y de los sindicatos, se ha traducido en una progresiva pérdida de identidad, hasta el punto de que en las elecciones generales de 2019, e influidas por el Brexit, muchas familias obreras del Noreste dieron su voto a los conservadores, un hecho sin precedentes en nuestra Historia. Esa crisis de identidad regional que vive Inglaterra es producto de que las personas no saben de qué deben estar orgullosos.

 

El Sunderland en el que usted creció parece, según lo describe en la novela, un lugar devastado, sin presente pero también sin futuro ¿sigue siendo así?

No creo que Sunderland sea una ciudad devastada. Es un lugar difícil, que ha sido descuidado por el gobierno durante años pero, al mismo tiempo, es un lugar vivo que acoge a muchas personas que están trabajando para traer cosas nuevas a la región e incluso a algunos artistas y músicos de gran talento. Creo que es vital que la gente de la clase obrera permanezca unida para luchar por sus trabajos, por su sistema de salud, por sus escuelas y sus bibliotecas. La esperanza está ahí ya que no creo que el actual gobierno tenga entre sus prioridades apoyar a Sunderland.

 

¿Hasta qué punto condiciona crecer en un lugar así?

Tal y como le ocurre a Lucy en la novela, durante mi adolescencia mi máximo anhelo era huir de mi ciudad y trasladarme a Londres pensando que todo lo que pasaba en el mundo pasaba allí. Pero cuando estuve viviendo ahí comprendí lo equivocada que estaba. Fue entonces cuando empecé a valorar positivamente ese punto de locura que tuvo mi adolescencia en Sunderland, un frenesí que otros amigos míos, que crecieron en lugares más acomodados, jamás experimentaron. Aquellos años me enseñaron muchas cosas acerca de cómo estar en el mundo.

 

A veces se dice que la gente de su generación tiene una conciencia política débil, pero su novela demuestra lo contrario.

Mi generación ha sido testigo directo de los efectos que han traído consigo las grietas del sistema político, con lo cual tenemos una conciencia muy fuerte. Creo que Internet y las redes sociales son herramientas útiles en ese sentido, ya que brindan a los jóvenes el vocabulario necesario para asumir en clave política determinados aspectos de sus realidades cotidianas. Esa conciencia no era tan sólida cuando yo era adolescente y en este sentido tengo muchas esperanzas puestas en la próximas generaciones, creo que su activismo será aún más fuerte.

 

¿Cree que su novela puede ser leída en clave generacional?  

Creo que Lucy, la protagonista, es hija de su tiempo. A través de ella quise evocar la comida, los juguetes, las marcas y la música que se consumían a finales de los años 90 y durante los primeros 2000 en un entorno muy concreto. Desde ese punto de vista, “Agua salada” puede ser leída como una novela con un valor testimonial sobre lo que significó crecer en el noreste de Inglaterra durante esos años, pero al mismo tiempo en sus páginas subyacen temas como las relaciones maternofiliales, el desarraigo o los sueños de futuro que son universales y que trascienden el retrato generacional.

 

El modo en que está escrita la novela resulta muy orgánico, con esas descripciones del mar, de las rocas, del propio cuerpo de Lucy. ¿Diría que esa fisicidad está motivada por su experiencia como poeta?

Leo mucha poesía y me encantan la intensidad emocional y las imágenes densas que destilan ciertos poemas. A partir de ahí estaba interesada en ver qué sucedía cuando esas cualidades se aplican sobre la prosa. Uno de los temas que abordo en la novela es el esfuerzo que supone encontrar un lenguaje para hablar de cosas que son difíciles de sentir y de decir, como el hecho de habitar un cierto tipo de cuerpo y creo que el lenguaje poético te acerca a la esencia de esos sentimientos.

 

“Agua salada” ha tenido una gran respuesta por parte de la crítica. ¿Eso es un incentivo o puede llevar a un bloqueo habida cuenta de las expectativas tan elevadas que se han creado sobre usted?

Es un estímulo muy grande. Antes de escribir la novela, trabajaba en bares y cafeterías, y sentir que tu voz es escuchada y reconocida te cambia la vida. Ahora bien, saber gestionar las expectativas que, desde ese momento, se ciernen sobre ti, es algo complicado. Acabo de terminar mi segunda novela y mientras la escribía me vinieron sentimientos de duda bastante abrumadores, tuve que esforzarme mucho para superarlos y concluirla.