Iñaki IRIONDO

Otegi: «En estos años ha pasado lo que yo decía, no lo del fiscal»

De nuevo vuelve a quedar en evidencia la injusticia del sistema español, puesto que ya nadie devolverá a los condenados ni a sus familiares los años de cárcel padecidos. Pero esto fue una operación político-judicial que descarriló desde su primer momento.

Para hacer un análisis del final de esta causa hay que retrotraerse a la sesión del juicio en la Audiencia Nacional de junio de 2011 y releer lo que Ramón Sola escribió entonces: «La primera y la última frase de Arnaldo Otegi en el interrogatorio fiscal enmarcan perfectamente lo que ha ocurrido en esas dos horas. Otegi ha arrancado con una admisión de que el juicio del caso Bateragune no tenía buena pinta: “Si impulsar una estrategia de corte sólo pacífico y democrático es delito, entonces somos culpables”. Pero tras vapulear la tesis fiscal con todo tipo de reflexiones, datos políticos y detalles personales, Otegi ha concluido espetándole a Vicente González Mota: “Usted ha defendido aquí su tesis y yo la mía, pero entre las dos hay una diferencia: en estos dos años ha pasado lo que yo digo, no lo que dice usted”. Y lo que ha pasado es que Arnaldo Otegi y el resto de personas juzgadas han liderado un cambio radical de estrategia en la izquierda abertzale y lo han hecho de modo autónomo, según han explicado a los jueces».

Unos meses después de aquella sesión, el 20 de octubre de 2011, ETA anunciaba el fin de su actividad armada, en una decisión avalada por la Declaración de Aiete con un importante respaldo político en Euskal Herria y un amplio apoyo internacional. Hoy ETA ha desaparecido. Se disolvió. Y puso sus armas en las manos adecuadas para su desactivación.

Sin embargo, con ETA ya en paz, el 16 de diciembre la Audiencia Nacional condenó a Arnaldo Otegi, Rafa Díaz, Sonia Jacinto, Miren Zabaleta y Arkaitz Rodríguez, por «pertenencia a organización terrorista», incluso en calidad de dirigentes. Según la sentencia, actuaron «en plena connivencia y siguiendo las superiores directrices de ETA, en la que se hallan integrados, diseñaban una estrategia de acumulación de fuerzas soberanistas».

La sentencia de la Audiencia Nacional, que después el Tribunal de Estrasburgo consideró fruto de un juicio injusto, fue un absoluto dislate, un esperpento, que luego el Tribunal Supremo redujo un poco y que ahora se ha tenido que anular.

Una anulación que llega después de que los condenados hayan cumplido hasta el último día de sus penas de cárcel y que en el caso de Arnaldo Otegi se ha extendido con una inhabilitación para el acceso a cargo público del que, deberían reconocerlo, sus adversarios políticos se han aprovechado de manera injusta.

Pero el objeto político de esta causa judicial no está en su final, sino en su inicio. Arnaldo Otegi, Rafael Díez Usabiaga, Arkaitz Rodríguez, Sonia Jacinto y Miren Zabaleta, entre otros, fueron detenidos el 13 de octubre de 2009, en un momento político trascendental en el que la izquierda abertzale, entonces ilegalizada, iniciaba su cambio de estrategia política, que incluía poner fin a la actividad armada de ETA. Las detenciones ordenadas por Baltasar Garzón, con el impulso político del entonces ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, pretendían abortar este cambio de estrategia. Sin embargo, la operación llegó tarde, porque justo antes de las detenciones se había puesto ya en circulación entre la militancia independentista el texto que cimentó el movimiento de fondo.

La misma tarde de las detenciones quedó escrito para GARA que «esta operación diseñada por el Ministerio de Interior y servida al público por Baltasar Garzón no puede entenderse sin atender al momento político actual y al debate desarrollado en el seno de una izquierda abertzale en la que, a pesar de las intoxicaciones de algunos medios, venía gestándose una iniciativa política de hondo calado. Parece que en Madrid alguien prefiere las bombas a los votos», frase que hacía referencia a que Rubalcaba había retado a la izquierda abertzale a elegir entre bombas o votos.

Y añadía que, en aquellas fechas, «Arnaldo Otegi había anunciado una iniciativa política y en ello estaba trabajando denodadamente junto a otros detenidos y las bases del independentismo. Y todo hace pensar que ese movimiento estaba a punto de dar sus frutos después de unas fases de análisis interno que, a nadie se le oculta, no han sido fáciles, porque el debate se ha afrontado en toda su profundidad y sin tabúes, en la búsqueda de una estrategia verdaderamente eficaz para agrupar a las bases del independentismo. Ese intento de aunar esfuerzos, de poner las bases para un trabajo conjunto con otros partidos y colectivos, de buscar fórmulas para estructurarse, sin renunciar cada cual a su identidad pero defendiendo unidos el objetivo final de la independencia, ha hecho, por lo que se ve, temblar al Estado».

Los imputados pagaron con la cárcel su osadía política (y eso ya no tiene remedio) y todos cuantos hoy viven mucho mejor –que en realidad en determinados aspectos somos todos nosotros– deberían estarles muy agradecidos. Sin embargo, quienes en este tiempo se han aprovechado de unas reglas de juego trampeadas nunca admitirán la injusticia de su ventaja.

En la disyuntiva del difunto Rubalcaba los votos ganaron a las bombas, en una estrategia que ahora se demuestra acertada. Pero había que tomarla en 2009 y ellos lo hicieron.