Koldo LANDALUZE
35 ANIVERSARIO MUERTE ROALD DAHL

La subversión literaria de los pequeños seres semi-civilizados

El escritor galés Roald Dahl se empleó a fondo en su cometido de subvertir el imaginario infantil mediante un discurso que reivindicaba la inteligencia del lector. “Matilda”, “Los gremlins” o “Charlie y la fábrica de chocolate” son algunos ejemplos de una obra fascinante e imperecedera.

En mayo de 1954, el célebre escritor de cuentos infantiles que se hizo llamar Doctor Seuss leyó con mucho interés un artículo publicado en la revista “Life” que hacía referencia a las dificultades que tenían los alumnos de las escuelas para leer correctamente y que, en gran medida, se debía a que la mayoría de los libros que se veían obligados a leer eran terriblemente aburridos.

Leído este artículo, Seuss se empleó a fondo en combatir esta plaga generada por libros aburridos y, de paso, aceptó la apuesta que le hizo un amigo y que consistió en reunir 400 palabras que él consideraba importantes y con intención de retarle a que las redujera a 250 y escribiera un libro usando únicamente este vocabulario. A Seuss le sobraron 30 de aquellas 250 palabras cuando escribió uno de sus mayores logros creativos, “The cat in the hat” (“El gato en el sombrero”).

Siguiendo la estela de este creador, el escritor galés Roald Dahl figura como uno de los principales seguidores del “ideario seussiano” cuando recordó que «los niños son seres semi-civilizados. Al nacer están por civilizar, cuando llegan a los 12 o 15 años ya se les han enseñado modales: a no comer con los dedos, a ser limpios, a vestirse adecuadamente. Un montón de cosas que en realidad no quieren hacer, que no les gustan. Subconscientemente, los niños odian ser civilizados. Y la gente que les obliga a hacer esas cosas que no les gustan son los padres. Sobre todo la madre. Más adelante son los padres y los maestros. A los niños no les gustan estos adultos y yo uso esto en muchos de mis libros. Se trata de dejar en ridículo a los adultos. Es algo inofensivo, pero a los niños les encanta».

Esta declaración de intenciones ha quedado reflejada en una bibliografía –que incluye obras como “Gremlins”, “Charlie y la fábrica de chocolate”, “James y el melocotón gigante” o “Las brujas”– en la que siempre ha predominado el humor negro y una declarada pasión por la literatura.

En una de sus obras más conocidas –”Matilda”–, Dahl aporta este suculento diálogo dicho por la niña protagonista –una pequeña de cinco años que devora clásicos en la biblioteca mientras su madre juega al bingo– y la señora Phelps, la bibliotecaria.

- No sé qué leer ahora —dijo Matilda—. Ya he leído todos los libros para niños.

- Querrás decir que has contemplado los dibujos, ¿no?.

- Sí, pero también los he leído.

(...)

- Algunos me han parecido muy malos —dijo Matilda—, pero otros eran bonitos. El que más me ha gustado ha sido “El jardín secreto”. Es un libro lleno de misterio. El misterio de la habitación tras la puerta cerrada y el misterio del jardín tras el alto muro.

En este diálogo se colaron Charles Dickens, Charlotte Brontë, Jane Austin, Rudyard Kipling, H.G. Wells, Ernest Hemingway, William Faulkner, Graham Greene, George Orwel y Joseph Conrad. Los mismos clásicos que Dahl admitió haber leído en su infancia.

Considerado políticamente incorrecto, Dahl siempre se atrincheró en su arrollador don narrativo cuya fórmula alquímica es, según descubrió el prestigioso escritor Anthony Horowitz, «encontrar al niño en el adulto y al adulto en el niño, y clavarle un cuchillo a los dos».

Su pasión por la lectura y la gran importancia que esta atesora, siempre se manifestó en su obra tal y como lo recordó cuando dijo que «me apasiona enseñar a los niños a convertirse en lectores, sentirse cómodos con un libro, no desanimarse. Los libros no deberían ser desalentadores, deberían ser divertidos, emocionantes y maravillosos; y aprender a ser un lector ofrece una gran ventaja» y que certificó en pasajes como el que parece en “Charlie y la fábrica de chocolate”: «¡Oh, libros, qué libros solían saber esos niños que vivieron hace mucho tiempo! Así que, por favor, oh por favor, rogamos, rezamos, ve a tirar tu televisor, y en su lugar puedes instalar una hermosa estantería en la pared. Luego llena los estantes con muchos libros».

Maestro de lo macabro

A pesar de su faceta literaria infantil, Dahl, también exploró los territorios de los adultos con una serie de cuentos magistrales y firmó varios relatos conmovedores y poéticos en los que plasmó su experiencia en la Segunda Guerra Mundial. De todo ello surgió un universo neogótico en el que imperaba un discurso cínico y muy valiente en su descarnado planteamiento.

Ejemplo de ello fue el relato que sedujo a Hitchcock y en el que se narra un crimen perfecto planificado por una mujer que tras asesinar a su marido infiel con una pata de cerdo congelada, la sirve –recién horneada– como cena a los policías que investigan un caso que jamás pudo ser resuelto porque nunca se encontró el arma homicida. De esta forma, Dahl también se ganó el apodo de “Maestro de lo macabro”.

Donald Sturrock –autor de la biografía autorizada del escritor, “The Storyteller”– recordó que «manejaba como nadie el humor negro y la sátira social. La tragedia en Dahl es cómica, grotesca hasta la carcajada».

La inspiración de Dahl bebe de las fábulas pero subvierte la dictadura encorsetada de sus moralejas.

Dickens y sus huérfanos también ocupan un lugar privilegiado. A ello se sumó la catarsis interna que le produjo la muerte progresiva y en combate de sus amigos. No obstante, su principal fuente fueron los años que padeció como alumno en aquellos colegios que tanto detestaba y de los cuales tomó prestadas las vivencias de muchas infancias dolorosas en las que imperó la soledad y de las que surgieron en su imaginación pequeños e irreductibles héroes que, a pesar del maltrato que sufren constantemente por parte de sus compañeros y profesorado, logran reactivar su vida.

Ejemplo de todo ello es la plasmación que hizo Dahl en su célebre “Matilda” cuando escribió: «Así que la mente joven y fuerte de Matilda continuó creciendo, alimentada por las voces de todos aquellos autores que habían enviado sus libros al mundo como barcos en el mar. Estos libros le dieron a Matilda un mensaje esperanzador y reconfortante: no estás sola».

Todo ello se concretó en una personalidad compleja que, según Spurrock, nunca encontró un término intermedio porque «hubo quienes lo adoraron y quienes lo odiaron. Fue alguien ardiente, polémico y contradictorio, pero también entrañable, divertido y apasionado, como todas las personas geniales. Amaba a su familia y la naturaleza. Nunca dejó de ser un niño y por eso los entendía como nadie».

En torno a su faceta profesional y lo que ello implicaba, el escritor afirmó que «la función principal del escritor de libros para niños es escribir un libro que sea tan absorbente, emocionante, divertido, rápido y hermoso que el niño se enamore de él. Y esa primera historia de amor entre el niño pequeño y el libro joven conducirá con suerte a otros amores por otros libros y cuando eso suceda, la batalla probablemente se gane. El niño habrá encontrado una vasija de oro. También habrá ganado algo que lo ayudará a llevarlo de manera más maravillosa a través de los enredos de sus últimos años».