Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevista
JUAN PALACIOS
CINEASTA

«El campo se ha virtualizado, se ha convertido en un fondo de pantalla»

Nacido en Eibar en 1986, es licenciado en Ciencias Ambientales y Comunicación Audiovisual. Su puesta de largo como cineasta fue «Pedaló» con la que ganó hace cuatro años el premio Irizar del Cine Vasco en Zinemaldia. Acaba se estrenar su segundo largometraje, «Meseta», que él define como un viaje sensorial a la tierra de sus ancestros premiado en los festivales de Conpenhague y de Pesaro.

“Meseta” es un recorrido por eso que se ha dado en llamar «la España vacía». Pero más allá del tópico o del espíritu de denuncia, su director parte de los vínculos emocionales que le unen a ese territorio para captar los ecos de una cultura que se desvanece.

Usted define la película como un viaje sensorial, ¿por qué?

Cuando yo de crío iba desde Eibar a Sitrama de Tera, en Zamora, que es el pueblo de mis abuelos, nada más cruzar el desfiladero de Pancorbo percibía ciertos aspectos estéticos en el cambio de paisaje que me impresionaban mucho. De repente la Meseta se abría ante mí como si fuera la Sabana africana con esos cielos inmensos que la convierten en un paisaje muy cinematográfico, casi de western. Luego está el rumor del agua que corre por los regatos que mi abuelo tiene para regar la huerta o el sonido de las chicharras a la hora de la siesta que se mezcla con el ruido del tráfico distante que proviene de la autopista. Todas esas sensaciones visuales y sonoras confluyen en una estética sobre la que me interesaba trabajar articulando diversas narrativas que me llevasen a dialogar con el territorio.

El hecho de que el punto de partida de este recorrido sea el pueblo en el que pasaba sus veranos de niño me imagino que ha hecho que este viaje tenga mucho de emocional.

Sí, claro. En el pueblo de mis abuelos la persona más joven tiene dieciséis años. Eso quiere decir que desde principios del siglo XXI no nace nadie ahí. Entonces, me dio por reflexionar sobre qué futuro le espera a un lugar así y cómo tiene que ser para mis abuelos ver que una cultura campesina, de la que ellos forman parte, se va desvaneciendo ante sus ojos.

 

Pero eso ocurre también en muchos otros lugares, no solo en la Meseta…

No tanto. Es cierto que en otros lugares la dinámica de abandonar los pueblos para instalarse en las ciudades es también una constante, sobre todo por parte de la gente joven, pero la Meseta es un caso único en Europa, su densidad de población solo es comparable a la de Siberia o a la de Laponia, con la diferencia de que la Meseta hasta hace unos años sí que estaba habitada y todo lo que había ahí ha desaparecido por completo. Eso confiere a dicho territorio un componente dramático muy acusado.

 

Su mirada sobre dicho territorio y sobre quienes lo habitan resulta muy ajustada. Evita sublimar la vida rural pero también huye de la caricatura. ¿Fue difícil lograr ese equilibrio?

De hecho, una de las cosas que más me preocupaba cuando empecé a rodar la película fue cómo lidiar con ese choque de mentalidades que se produce entre la cultura urbana y la cultura campesina. Porque, al final, aunque mis orígenes estén ligados a esta última, no puedo evitar ser un urbanita observando una realidad que me es ajena. Lo que intenté fue alcanzar un compromiso ético con esas personas y para eso había que darles su espacio y su tiempo para que acabaran mostrándose tal cual son. Me esforcé mucho por construir tomas largas en aras de evitar, en la medida de lo posible, imponer mi punto de vista en la sala de montaje. Yo quería huir de eso a toda costa y que, en todo caso, fueran las personas que aparecen en la película las que se reinterpretasen a sí mismas.

 

¿Cree que hay una idealización excesiva de la vida rural?

Ahora con la pandemia existe casi una campaña para repoblar el campo pero, si al final te vas a vivir a un pueblo para teletrabajar desde allí, lo que estás haciendo es llevar la misma mentalidad productivista que tenemos en la ciudad a un entorno rural. Para mí la vuelta al campo significa tener un contacto real con la tierra del modo en que se hacía antes y eso implica renunciar a muchas cosas. Como tal, no conviene seguir incidiendo en esa visión romántica del campo porque, si tú idealizas mucho un territorio, cuando te instalas allí lo normal es que acabe decepcionándote.

 

En la película pone de manifiesto cómo, incluso entre la gente que continúa viviendo en el campo, se ha perdido el contacto con la tierra.

Bueno claro, es que la defensa de una cultura campesina implica someterte a los propios ritmos que te impone el lugar en el que vives, como tal debes respetar los ciclos de la naturaleza, pero, sin embargo, en la propia actividad agrícola hay un empeño por controlar la tierra y eso se ha magnificado sobre todo a raíz de la introducción de la maquinaria pesada para hacer labores agrícolas. Hay extensiones enormes de cultivos en la Meseta donde tú no ves a nadie trabajando la tierra, sino que, como mucho, ves a una persona trasteando con un joystick dentro de un vehículo extraño. Esa mecanización del trabajo ha hecho mucho daño a la cultura campesina, no solo porque esas personas han dejado de tener un contacto directo con la tierra sino porque si, al final, un individuo puede hacer solo la labor que antes hacían cien personas, es normal que la falta de trabajo haya propiciado un éxodo del campo a la ciudad dejando prácticamente despoblados todos esos territorios.

 

¿Cree que esa pérdida de contacto con el territorio explicaría muchos de los males que definen la sociedad actual?

El campo se ha virtualizado, se ha convertido en una suerte de fondo de pantalla y ese distanciamiento del ser humano respecto del territorio está, qué duda cabe, en el origen de muchas de las coyunturas que estamos padeciendo. Si no somos capaces de aproximarnos al paisaje confiriéndole un significado real y no únicamente un valor abstracto, difícilmente conseguiremos revertir ciertas dinámicas de explotación y distribución de los recursos.

 

Después del Premio Irizar que obtuvo con «Pedaló» y la acogida que está teniendo con «Meseta», ¿cree que su voz como cineasta se halla ya definida?

“Pedaló” fue una película de aprendizaje, “Meseta” sí que creo que me define mucho más, lo mismo que el proyecto que estoy realizando ahora en el Flysh de Zumaia. En ambas películas he tratado de revertir ese principio que marca la dinámica de trabajo en el cine según el cual tú escribes algo y luego vas a localizar un lugar para rodar allí aquello que has escrito. Frente a eso yo lo que hago es localizar y rodar películas que no se han escrito dejando que sea el propio territorio el que defina la obra.

 

¿Qué nos puede adelantar del film que está rodando en el Flysh de Zumaia?

Es una película que parte de un proyecto de residencia en Tabakalera. Se trata de mostrar los ciclos de la Historia tomando como punto de partida los estratos rocosos de esas formaciones costeras que nos permiten avanzar o retroceder hasta 20.000 años en el tiempo. Tomando eso como referencia, he construido una narración de ciencia ficción que tendrá partes dramatizadas. Será la primera vez que trabaje con actores.