Karlos ZURUTUZA
Armavir (Armenia)

DE ARMENIA A DONOSTIA, CON PARADA EN KARABAJ

Elena y Tina son dos de entre las cientos de miles de armenias a las que la guerra o la falta de oportunidades obligaron a abandonar su tierra. A veces, esas rutas migratorias también pasan por la nuestra.

A Elena Tovmasyan le desborda la emoción tras un encuentro completamente inesperado. «¿Sabes que estoy empadronada en San Sebastián?», suelta, antes de demostrarlo con su pasaporte español. En realidad, no era a ella a quien veníamos a ver, sino a Tina, una armenia libanesa alojada en su casa que estaba punto de subir a un coche con su marido y sus dos hijos justo cuando llegamos. La joven beirutí se disculpa mientras acomoda a los pequeños en el asiento trasero; luego nos da la mano y, en cuestión de pocos segundos, los Kenejian enfilan todos juntos hacia el sureste. Hacia Karabaj.

Han vivido en casa de Elena desde que huyeron de la guerra en el enclave armenio, aunque tampoco es algo tan raro. Son decenas de miles como ellos los que han encontrado refugio en hogares tan humildes como este pequeño apartamento de Armavir, a una hora de coche de Ereván.

«¿Qué otra cosa podía hacer?», dice Elena. Volveremos con su historia después de recapitular sobre la de sus huéspedes. Los Kenejian se trasladaron a Armenia el año pasado para empezar de cero dejando atrás un país, Líbano, siempre al borde del desastre. Como cualquier armenio de la diáspora, la familia tenía derecho a un pasaporte, pero quedarse en Ereván estaba ya fuera del alcance de sus bolsillos. Buscando en Internet encontraron el piso de arriba de Elena. En aquel bloque de apartamentos sin ascensor fue finalmente un molesto pero oportuno escape de agua el que acercó a los vecinos.

«Él me dijo que se llamaba Harut, justo como mi hermano, que falleció hace unos pocos años. Se me puso la carne de gallina», recuerda la armenia, poco después de colocar un plato de nueces peladas junto al café y los bombones sobre la mesa. La relación se estrechó hasta ese punto en el que dejas a los críos al cuidado de tu vecina con total tranquilidad. Luego, claro, están los imponderables, como esa enorme explosión del pasado agosto en Beirut. Pilló a los Kenejian en el piso de Armavir, pero destruyó igualmente su casa a orillas del Mediterráneo. Si alguna vez tuvieron dudas sobre volver, aquello las despejó definitivamente. Su futuro estaba en Agavno, una pequeña localidad en Nagorno Karabaj donde la Administración del enclave ofrecía casas de reciente construcción en unas condiciones muy favorables.

«Estaban encantados, decían que era un lugar muy bonito y que, después de tantas vueltas, habían encontrado su sitio», relata.

Pero aquello duró poco. Se habían mudado el 27 de agosto, justo un mes antes de que comenzara la ofensiva azerí sobre el enclave.

Empezar de cero

La Blitzkrieg azerí se desplegaba a manos de un combinado de soldados regulares y mercenarios sirios respaldados por artillería pesada y drones de última generación. Dicen que les bastaron tres días para acabar con prácticamente todo el sistema antiaéreo armenio. No obstante, el pueblo de adopción de los Kenejian –justo en la lengua de tierra entre Armenia y Karabaj– quedaba razonablemente lejos del frente. Había objetivos más estratégicos que bombardear. Aguantaron hasta el 26 de octubre, cuando el cerco amenazaba con desconectar físicamente a los karabajíes de Armenia. Los Kenejian volvían a hacer las maletas y la casa de Elena parecía la mejor opción. Ahí han estado hasta su nueva partida del pasado día 11.

En cuanto a la anfitriona, pasan ya 17 años desde que esta licenciada en Económicas por la Universidad de Ereván dejó su tierra para trabajar en la nuestra. La resaca del colapso soviético la dejó sin trabajo a los 40 (hoy tiene 59) y no vio otra salida que emigrar.

«El hermano mayor de una amiga mía, que era historiador, hablaba siempre de un origen común de vascos y armenios, así que se fue a San Sebastián en 2002. Estábamos en contacto; me decían que era muy duro, que había que trabajar mucho, pero que me ayudarían si me animaba». Y lo hizo: acabó cogiendo un vuelo a París con un visado turístico y luego un tren a Hendaia. Tuvo suerte, dice, porque no se quedó en la calle, sino que aquel historiador le acogió en una casa donde ya vivían doce personas.

Sin hablar una palabra de euskara o castellano, de poco servían la formación académica de Armenia y su amplia experiencia en banca. Su única vía para sobrevivir era como empleada doméstica; interna, a ser posible, para gastar lo mínimo. Los primeros fueron los Bikuña, que le ayudaron a empezar con lo básico, como el idioma, y le ofrecieron un hogar en el que sigue empadronada. Ana María Rekalde la ayudó con los papeles para la obtención de la nacionalidad en 2005 y luego pasó por casa de los Basagoiti, los Txokarro, los Kildal… «Mantengo el contacto con casi todos ellos hasta hoy, nunca olvidaré el cariño que me ofrecieron en momentos muy difíciles para mí», asegura. Ayer mismo la llamaron desde Tolosa.

Elena estaba en casa de una amiga mientras trabajaba en un restaurante en Alicante cuando voló a Armenia a pasar las Navidades con su familia. El covid estaba ya a las puertas, y estas se acabaron cerrando en Armavir. «Me quedé atrapada aquí, luego empezó la guerra en Karabaj… Y hasta hoy». Dice que volverá si puede encontrar trabajo, aunque ya sabe que nadie la llamará estando aquí.

Le pedimos una foto antes de despedirnos. Un balcón habría estado bien por lo de la luz, pero no lo hay. «¡Espera!», dice, nada más acordarse de que tiene un imán de la bahía de Donostia en la puerta del frigorífico. «¿Sabías que hay un jachkar (piedra tallada armenia) enfrente del Buen Pastor? El día de la inauguración (24 de abril de 2017, día del Genocidio Armenio) nos juntamos gente de aquí y de allá. Fue muy emocionante», recuerda, afinando la mirada sobre el centro de Donostia. Justo donde está el monolito.

Libanotik Armeniara, Donostiatik Karabakhera

Karabakh-eko azken-aurreko gerra amaitu berri, liskarretatik ihes egin dutenen atzetik gabiltza eta Libanotik etorri zen Kenejian familia armeniarrarekin topo egin dugu Erevan hiriburutik gertu. Turkiaren genozidiotik ihes egin zutenen ondorengo hauek Libanoko gerra ere ezagutu zuten. Tamalez «adituak» dira, beraz. Baina hara non, familia bere etxean hartu duena donostiarra den. Duela 17 urte, euskaldunen eta armeniarren arteko harreman historiko-mitikoak bultzatuta, Gipuzkoako hiriburura iritsi zen...